«Mini Espías 2» («Spy Kids 2: Island of Lost Dreams», EE.UU., 2002, dobl. al esp. G. y Dir.: R. Rodríguez. Int.: A. Vega, D. Sabara, A. Banderas, C. Gugino, S. Buscemi, R. Montalban y otros.
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Acierta otra vez Robert Rodríguez. Contra lo que podía temerse, la segunda parte de su exitosa «Mini Espías» logra estar al nivel de la primera en ritmo y entretenimiento, y también -lo que es más difícil-en el tipo de humor levemente critico y el hábil manejo de una segunda lectura. Pero, lógico, se apoya casi continuamente en la autorreferencia, y poco le falta para caer directamente en la autocelebración.
Peor todavía, ya pareciera estar tentando una continuidad como «soap opera» televisiva. En materia de aventuras, ahora los hermanitos Cortez viajan en submarino hasta una isla tan perdida que ni siquiera figura en los mapas, enfrentan unos monstruos tipo «La isla del Dr. Moreau», versión infantil, resuelven una interna de la CIA, rescatan un extraño disco de energía, y evitan que el mundo caiga en manos de un loco.
O, dicho de otra manera, como guiño de «soap opera», viven sus previsibles y siempre agradables andanzas con abundante promoción de futuros juguetes y muñequitos, disfrutan con sus abuelos (también espías), resuelven cierto problema con otros dos hermanitos que han salido a competirles, y evitan que el padre de estos le serruche el piso al padre de ellos, y de paso se apodere del mundo, gracias a un disco energético que nadie sabe bien de dónde salió ni cómo funciona, pero tampoco importa.
Ese disco es apenas una excusa para vender muñequitos. Como film de aventuras, los niños pueden disfrutar variadas sensaciones de vértigo, paisajes exóticos, y unas peleas con bichos híbridos y esqueletos que son un claro homenaje a los viejos maestros de efectos especiales, Harryhausen a la cabeza. También, una recomendación de regreso a lo manual, frente a la excesiva dependencia de la tecnología de punta, encima vista como algo mágico.
Hay además, pero no sabemos si deliberadamente o por torpeza, unos curiosos saltos de continuidad que de algún modo reproducen la experiencia de leer una novela con páginas faltantes (quizá la intención fue provocar el mismo tipo de ansiedad en los pequeños espectadores, o acaso es simplemente una pifia). Como juego burlón con espíritu de pantalla chica, los guiños van mas allá, hasta objetar incluso la moral del oficio de espías, el nivel mental del presidente, y el propio genero del relato, o los géneros. Y tiene una moraleja bien de televisión americana, en el subtema de la aceptación del yerno latino, por parte de los suegros, que ya son «wasp» consagrados -aunque el suegro estée a cargo de Ricardo Montalbán.
Dicho sea de paso: ¿en la película anterior Antonio Banderas no tenía otra esposa? Recomendación sincera: no vale la pena quedarse hasta el final, donde pasan unos bloopers bastante tontos, que además están doblados. Y noticia feliz, muy buena para los padres: en el mercado local sigue sin aparecer el merchandising de la película.
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