6 de febrero 2020 - 00:00

Zellweger logra revivir no el cuerpo sino el alma de Judy Garland

La actriz, que posiblemente gane un Oscar, la retrata en los tiempos de la decadencia.

Judy. Renée Zellweger. en papel consagratorio como la recordada actriz.

Judy. Renée Zellweger. en papel consagratorio como la recordada actriz.

Renée Zellweger, esa gordita de franca risotada que trajo a Mar del Plata 1996 su primer film atendible, “The Whole Wide World”, y se llevó el primer premio de su vida a la Mejor Actriz, hoy es la delgada (quizá demasiado) estrella internacional con 50 premios, pronta a recibir su segundo Oscar. Lo ganará. Su “Judy” es admirable. No pretende imitar a Judy Garland. Interpreta su alma, que es mucho más difícil. Todo está en la mirada.

Dirán algunos que no canta como ella cantaba. Pero en la etapa que aquí se representa --las últimas actuaciones públicas del mito, allá por 1968- Garland tampoco cantaba como Garland. Hacía un show de chistes y anécdotas, y maltrataba unos viejos temas amados por sus seguidores, que se dejaban arrastrar por su energía (en Youtube puede escucharse la grabación de una de esas noches). Eso, claro, cuando la artista estaba en vena y no había bebido ni se había empastillado más de la cuenta.

Además, “Judy” es candidata por maquillaje y peinado, y también debería serlo por vestuario y adaptación. Parte de una pieza teatral de tres personajes, “Al final del arco iris”, que aquí hicieron Karina K, Antonio Grimau (el devoto pianista homosexual) y Fernando Amador (el manager seductor y poco fiable). A esa pieza, Tom Edge la enriquece, inserta escenas ilustrativas de la formación y deformación de Garland cuando adolescente, y desarrolla la contrafigura de una asistente inglesa, inspirada en la auténtica mujer que cada noche debía velar por la salud del espectáculo, Rosalyn Wilder, que todavía vive y figura en créditos como asesora del rodaje. Jessie Buckley la interpreta muy bien, con las debidas y sufridas expresiones de hartazgo y piedad ante la cantante inestable. Otro detalle, muy bueno: reemplazando al pianista, Edge crea una pareja de sencillos admiradores, todo corazón, que se vuelven inolvidables y contribuyen a la emoción final. Andy Niman y Daniel Cerqueira logran así el papel de sus vidas, y es cierto, “no hay papeles chicos”.

Lo que sí, hay algunas mentiras. Para 1968, los hijos de Garland y Sid Luft ya habían decidido quedarse con el padre, hay un enredo de fechas respecto al tercer y el cuarto marido, nadie tenía una charla transoceánica desde un teléfono público, y el director de orquesta Burt Rhodes no era mulato sino blanco coloradote (y esposo de Wilder). Pero nada de esto afecta el resultado. Director, Rupert Goold, con doble o, experto en buenas representaciones de grandes figuras.

“Judy” (G.B., 2019) Dir.: R. Goold. Int.: R. Zelweger, J. Buckley, D. Shaw.

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