A diferencia de lo que ocurrió en la Argentina, la noticia saltó a las primeras planas de los diarios. Pero lo cierto es que Lula da Silva sorprendió en el último tramo de la campaña con una propuesta de reforma constitucional muy similar a la recientemente sugerida por Néstor Kirchner.
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«Estoy en contra de la reelección, como siempre lo estuve, y espero que podamos volver al mandato de cinco años sin derecho a la reelección», dijo el presidente brasileño a la revista «IstoE». No aclaró, por supuesto, el contrasentido que implica esa opinión en plena búsqueda de la reelección, pero acaso eso sea una ventaja para el avance de la iniciativa: cuando se discuta, si eso ocurre, Lula no estará habilitado para volver a candidatearse, lo que será toda una novedad política para el Brasil moderno, toda vez que su presencia ha sido una constante en los últimos cinco comicios presidenciales.
La sucesión de escándalos políticos, todos ellos con el sello común del intensivo uso de dinero negro, durante la era Lula provocó un trastorno inesperado en la campaña electoral: la llamativa renuencia de las empresas a hacer donaciones a los partidos y a los candidatos.
Según un interesante artículo de la revista de negocios «Exame», inmediatamente tras la finalización del Mundial de fútbol, cuando los recaudadores de los partidos comenzaron a visitar a los empresarios, la mayoría de éstos decidió salir de viaje, un modo elegante de no involucrarse sin decir que no.
Una encuesta de esa publicación entre los 300 mayores donantes de la campaña de 2002 arrojó que sólo 35% aceptó responder. De éstos, sólo 23% confirmó que donaría dinero y 43% aseguró que esta vez se abstendría por temor a verse involucrado en algún tipo de escándalo en unos años (o meses, o días, en la vertiginosa política local).
En los años 80 y 90 Lula da Silva era considerado un hombre de izquierda dura, fama que no lo ayudó a captar una parte clave del voto en Brasil, el de los sectores evangélicos, que alcanzan a 16% del padrón de 126 millones de personas y son, por lejos, la más disciplinada y vertical de todas las confesiones que conviven en este país. En un hecho que explicó en parte aquellas pretéritas derrotas electorales, en todos los templos de Brasil se influía sobre los votantes de esa confesión asociándolo con Satanás, algo para lo que ayudaba su entonces tupida y desaliñada barba.
Con Lula más moderado, la relación cambió en 2002, sobre todo a partir de la alianza entre éste y el poderoso empresario textil Jose Alencar, del Partido Liberal (PL), a la postre su candidato a vicepresidente, igual que en los comicios de ayer. Es que el PL es, en los hechos, el brazo electoral de la pentecostal Iglesia Universal del Reino de Dios. Para ellos, Lula ya ni es de izquierda ni una encarnación del demonio.
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