La política argentina volvió a demostrar su peso sobre la economía. El domingo pasado, La Libertad Avanza (LLA) sufrió una derrota contundente frente a Fuerza Patria en las elecciones, con una diferencia de más de catorce puntos. El revés no solo reconfigura el mapa político, sino que también tuvo un impacto inmediato en los mercados financieros. La caída de acciones y bonos, el salto del riesgo país y las dudas sobre el rumbo económico muestran que la relación entre urnas y finanzas es más estrecha de lo que muchos desearían.
Derrota electoral y turbulencia financiera: Javier Milei enfrenta riesgo país en alza y dudas sobre el dólar
El revés de Javier Milei en las elecciones impactó de lleno en los mercados: caída de bonos y acciones, riesgo país arriba de 1.000 puntos y dudas sobre la estabilidad del dólar. El Gobierno apuesta a reservas y deuda para contener la crisis.
-
Dólar hoy: a cuánto cotiza este martes 9 de septiembre
-
Pausa del mercado inmobiliario y caída de operaciones: cuándo podrá recuperarse un sector que venía en ganador

La derrota de Javier Milei marca un punto de inflexión en la política argentina y, como siempre ocurre, en la economía.
Este lunes, los inversores reaccionaron con dureza: las acciones argentinas que cotizan en Wall Street llegaron a desplomarse hasta un 22% en algunos casos, mientras que los bonos soberanos retrocedieron hasta un 12%. La prima de riesgo, medida por el EMBI+, superó los 1.000 puntos básicos, un umbral psicológico que alimenta las alarmas. A pesar de la magnitud del golpe, no todo fue negativo: el Banco Central informó reservas por encima de los 40.000 millones de dólares y, lo más llamativo, sin necesidad de intervenir en el mercado de cambios. En otras palabras, el primer lunes post electoral dejó un escenario tenso, pero con algunos márgenes de maniobra.
Entre la tormenta de precios y tasas, hubo datos que sorprendieron. El Banco Central comunicó que logró sumar reservas netas, un hecho llamativo si se considera la incertidumbre política. A su vez, las tasas que pagan los bancos por plazos fijos mostraron una leve baja, señal de que no se desató una corrida inmediata sobre los depósitos en pesos. La reacción, aunque parcial, permitió mostrar que la liquidez del sistema financiero sigue siendo consistente. El Tesoro también jugó su carta en las horas posteriores a la derrota. Consciente de la presión que suponía un vencimiento monumental de la letra S12S5 —por casi 9,8 billones de pesos—, logró pactar con bancos un canje que redujo drásticamente la cifra a enfrentar en la licitación del miércoles. El monto final se achicó a unos 7,3 billones, todavía elevado, pero más manejable. Esa negociación alivió a los mercados, que temían un default técnico o un reperfilamiento forzoso.
Más allá del impacto financiero inmediato, cabe preguntarse por qué el oficialismo perdió con semejante amplitud. La explicación política tiene múltiples matices, pero el análisis económico aporta claves centrales. En primer lugar, la inversión extranjera directa (IED) mostró una fuerte caída en el primer trimestre del año, según datos del propio Banco Central. La expectativa de un boom de capitales nunca se materializó. Las dudas sobre la gobernabilidad, las tensiones sociales y los choques con el Congreso desalentaron a los inversores globales. Para una sociedad que esperaba ver fábricas abiertas, empleo privado y nuevas oportunidades, la merma de la IED fue un golpe silencioso pero profundo.
En segundo lugar, el manejo del dólar durante la campaña electoral dejó huellas. Para contener la presión cambiaria, el Gobierno recurrió a una política de tasas altísimas en pesos. El objetivo fue ofrecer rendimientos que hicieran atractivo quedarse en moneda local. La estrategia cumplió su cometido en el corto plazo, pero con un costo enorme: encareció el crédito, enfrió al sector productivo y generó la sensación de que el plan económico dependía de medidas de emergencia. Una política de este tipo debería extenderse no más de 90 días, pero en Argentina se transformó en un mecanismo casi permanente. A esto se sumaron factores políticos: los escándalos internos, la falta de acuerdos legislativos y la dificultad de comunicar logros concretos terminaron erosionando la confianza del electorado. Mientras la macroeconomía mostraba cierta estabilización —reservas crecientes, reducción del déficit primario, moderación en la inflación mensual—, la microeconomía del ciudadano de a pie seguía castigada por precios altos, salarios rezagados y empleo informal. El divorcio entre estadísticas y bolsillo terminó de sellar el resultado.
La atención de los mercados ahora se concentra en la licitación del Tesoro. El menú incluye, entre otros instrumentos, una nueva Lelink (D31O5), atada a la evolución del dólar oficial. Sin embargo, la experiencia reciente mostró que los inversores no siempre eligen cobertura cambiaria. En las últimas licitaciones, la preferencia fue clara: primero las Lecap de corto plazo, luego los Boncap y en tercer lugar los Boncer ajustados por inflación. Este comportamiento refleja una visión defensiva: los inversores buscan instrumentos de vencimiento rápido, que permitan revaluar posiciones en un contexto volátil. En ese marco, las Lelink aparecen como una apuesta secundaria, salvo que el Tesoro convalide una tasa más alta o un premio adicional. El miércoles será una prueba clave: si la demanda se mantiene sólida, el Gobierno podrá exhibir que conserva margen financiero. Pero si la licitación fracasa o exige convalidar costos exorbitantes, la presión se trasladará al dólar y a los bonos.
Mientras los inversores locales muestran cautela, algunos jugadores globales mantienen una visión más pragmática. En un informe reciente, J.P. Morgan destacó que la Argentina mantiene señales de disciplina fiscal que no deberían ser ignoradas. El banco sugirió incluso oportunidades de inversión en determinados bonos, como los BONTAM, pese a la crisis política. La recomendación sorprendió a muchos analistas, pero muestra que, en medio del ruido, algunos segmentos del mercado internacional aún ven valor en la deuda argentina. Esta mirada contrasta con la visión pesimista que suele dominar tras una derrota oficialista. J.P. Morgan enfatiza que, más allá de la incertidumbre electoral, el Gobierno mostró capacidad de ajuste fiscal y habilidad para reprogramar vencimientos con el sistema financiero. En otras palabras, distingue entre la fragilidad política y la capacidad técnica para administrar la deuda. Esa diferenciación es relevante porque puede limitar la magnitud de la salida de capitales y, en consecuencia, moderar la presión sobre el tipo de cambio.
El futuro inmediato dependerá de tres factores críticos. El primero es la dinámica de las reservas del Banco Central. Si bien superan los 40.000 millones de dólares, el margen no es infinito y cualquier intervención masiva podría erosionar rápidamente ese colchón. El segundo es la capacidad de contener al dólar sin recurrir a tasas insostenibles: un equilibrio delicado entre dar señales de estabilidad y no asfixiar al crédito productivo. El tercero es la evolución de la inversión extranjera directa. Si los próximos trimestres vuelven a mostrar caída, la narrativa de “orden macroeconómico” quedará en entredicho. En términos de confianza, la derrota electoral implica un doble desafío. Por un lado, reconstruir la relación con los votantes a través de medidas que impacten en el bolsillo. Por otro, convencer a los mercados de que la Argentina mantiene un rumbo previsible, más allá de la coyuntura política. El riesgo país por encima de los 1.000 puntos muestra que esa tarea no será sencilla.
La derrota de Javier Milei marca un punto de inflexión en la política argentina y, como siempre ocurre, en la economía. El golpe electoral desató turbulencias inmediatas, pero también abrió la puerta a un reacomodamiento que todavía está en marcha. La capacidad del Gobierno para administrar la deuda de corto plazo, sostener el nivel de reservas y evitar una corrida hacia el dólar serán los elementos que definan si la crisis se amplifica o si logra ser contenida. El desafío es enorme: gobernar con debilidad política, pero intentando preservar un programa económico que necesita credibilidad. En ese terreno se juega no solo la suerte del oficialismo, sino la del país entero. Los próximos meses dirán si la derrota electoral fue el inicio de una caída prolongada o el golpe que obligó a ajustar la estrategia para evitar un escenario mayor.
Analista financiero
- Temas
- Dólar
Dejá tu comentario