Con tan solo treinta y ocho años de edad, Nayib Bukele se presenta como uno de los presidentes más jóvenes de la historia de El Salvador. Sin embargo, su trascendencia política va más allá de este simple dato.
Nayib Bukele, un desafío para el sistema de partidos de El Salvador
La presencia de Bukele, su juventud, su proximidad para con el mundo militar y su discurso cargado de cercanía, inmediatez y religión debiera ser un llamado de atención para el resto de los partidos latinoamericanos.
Bukele llega a la presidencia tras el ejercicio político como primer mandatario de las alcaldías salvadoreñas de Nuevo Cuscatlán y San Salvador, durante el período 2012 a 2018; cargos que ocupó bajo la bandera del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), para luego dar un salto en el aire inesperado y lograr la banda presidencial en 2019, en acuerdo con el partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), de extracción ideológica diametralmente opuesta a aquél FMLN que le sirvió para su arribo efectivo a la vida política.
Bukele es al mismo tiempo un exitoso empresario, un hombre con experiencia en el campo de la publicidad y de la propaganda política y el hijo de un emigrado Palestino que, a pesar de encontrarse ya fallecido, sigue ocupando una singular relevancia histórica por haber sido uno de los impulsores de la proliferación de la fe islámica en un país signado por la presencia histórica de la iglesia católica tanto en el campo político, tradicional y académico.
Por todo lo anterior Nayib Bukele se presenta como un gran desafío para el sistema de partidos salvadoreño. De hecho, su exitoso intento de llegar a la presidencia, no solo destronó de la misma al FMLN sino que dejó mirando desde afuera al tradicional partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), principal fuerza de oposición conservadora desde el año 2009.
Con una agenda dinámica, centrada en la gestión (su punto fuerte y reconocido tras su paso por las alcaldías), con posiciones conservadoras en temas como el aborto y el matrimonio homosexual, pero al mismo tiempo con un discurso que no reconoce intermediarios en su relación con el pueblo, Bukele se presenta para algunos como una brisa fresca en un sistema político estancado en dicotomías propias de la guerra fría y, para otros, como una amenaza populista y autoritaria que podría llevar nuevamente a El Salvador a momentos que se creían superados.
Quien escribe esta nota tuvo la oportunidad de pasar una semana en El Salvador durante este mes de febrero, compartiendo el debate político con académicos y militantes de diversas fuerzas, pero al mismo tiempo, sosteniendo un diálogo atento con la ciudadanía de a pie, por lo que a modo de conclusión quisiera compartir algunas reflexiones:
El Salvador es uno de los países más politizados que me ha tocado visitar. De un lado al otro del espectro político, los salvadoreños se muestran como un pueblo informado de la “cosa pública”, y siempre prestos a dar una opinión, las más de las veces bien justificada. El clivaje principal que divide hoy a la sociedad, sigue siendo en del orden y la seguridad. Baste caminar por sus calles, para observar como el armamento pesado sigue siendo la constante, como si aquellos Acuerdos de Paz de Chapultepec de 1992, le hubieran dado paso a un nuevo enfrentamiento, ahora en contra del crimen organizado.
En ese lugar se ha parado efectiva y discursivamente Nayib Bukele, llevándolo incluso a irrumpir en el parlamento con militares armados este pasado 9 de febrero, para presionar por la liberación de los fondos que necesita para completar lo que llama la tercera fase del Plan de Control Territorial. Lo cual ha generado tanto apoyo en una ciudadanía cansada de la violencia en las calles y de los tiempos a veces excesivos de la negociación política, como profunda preocupación en quienes ven la posibilidad de estarse gestando algún tipo de autoritarismo democrático.
Si hay algo que nos enseña la historia es que Latinoamérica nunca debe ser analizada de forma parcial y segmentada. La presencia de Bukele, su juventud, su proximidad para con el mundo militar y su discurso cargado de cercanía, inmediatez y religión (algo no muy diferente a lo que sucede en el Brasil de Bolsonaro), debiera ser un llamado de atención para el resto de los partidos latinoamericanos. Hay algo que está sucediendo en nuestra región y que aún no parece ser percibido en su justa medida. Pero de consolidarse, las tradicionales formas de representación podrían estar a punto de cambiar, tal vez, para siempre.
(*) Politólogo. Profesor de Políticas Públicas de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE
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