En Noruega, existe la cárcel de la isla de Bastoy, donde los reclusos viven en cómodas cabañas, rodeados de un ambiente soleado, donde practican deportes y compran sus alimentos en un supermercado que funciona dentro del penal. En contraste con esto, en Ruanda está la cárcel de Gitarama, en el África profunda, donde sobreviven unas ocho mil personas desnutridas en un espacio para cuatrocientos reclusos, de las cuales decenas mueren diariamente.
La vida en las cárceles: un equilibrio entre garantismo y punitivismo
Las funciones específicas de estos institutos son las de proteger a la ciudadanía y reinsertar al preso, no es el castigo, aunque nuestro imaginario nos indique lo contrario.
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Sacrificio inútil
Las Naciones Unidas plantean desde 1955 las reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos llamadas Reglas Mandela, en homenaje al líder sudafricano que permaneció preso veintisiete años. Allí se establecen los distintos principios a tener en cuenta en el trato con los presidiarios: el principio de dignidad humana, el de imparcialidad y no discriminación, el de no agravar sufrimientos, el de reinserción y el de minimizar las diferencias entre la vida libre y la recluida. Lamentablemente, en el mundo existen diferentes cárceles para similares delitos, incluso dentro de un mismo país y son los estados quienes deberían asegurar que se cumplan los objetivos que tienen los penales.
Los institutos penitenciarios son relativamente modernos ya que antes del siglo diecinueve solo existían cárceles o mazmorras donde los reclusos aguardaban allí hasta su liberación o su ejecución. Las funciones específicas de estos institutos son las de proteger a la ciudadanía y reinsertar al preso, no es el castigo, aunque nuestro imaginario nos indique lo contrario.
El artículo dieciocho de la Constitución Nacional en las declaraciones, derechos y garantías expresa: "Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija hará responsable al juez que la autorice". En Argentina la humanización de las cárceles comenzó bajo la dirección de Roberto Petinatto (padre) que desterró los grilletes y el traje a rayas y dispuso el cierre la cárcel del fin del mundo en Ushuaia, además de estimular la alfabetización de los presos.
En los últimos meses circularon videos de la cárcel de máxima seguridad de El Salvador llamada CECOT, Centro de Confinamiento de Terroristas (conocida como la cárcel Bukele por el nombre del presidente), donde fueron alojados miles de miembros de la banda de pandilleros llamados maras. A propósito de la apertura de cárcel, el ministro de justicia de El Salvador, Gustavo Villatoro dijo en una nota de la BBC: “Ahí van a ir los miembros de las organizaciones terroristas, no es un lugar para detención de colaboradores. Los colaboradores van a estar en otras cárceles, donde van a tener programas de rehabilitación, para poder trabajar. Con los que vayan a CECOT, tenemos el compromiso con los salvadoreños de que no vuelvan nunca, de que no regresen a las comunidades. Y nos vamos a encargar de armar los casos necesarios para que no vuelvan”. Reitero, lo dijo el Ministro de Justicia de El Salvador a la BBC.
No me considero abolicionista de las cárceles, ni garantista de criminales, pero creo, deseo y manifiesto que en mi cabeza existe un modelo de cárcel que, sin necesidad de llegar al modelo resort de Noruega, respete los derechos de los convictos, se les brinde asistencia humanitaria y contención familiar. Iniciativas como los Espartanos en nuestro país o el Restaurant Interno Segundas Oportunidades de Colombia, atendido por reclusas, son ejemplos que redujeron la reincidencia cuando a los confinamientos se les agrega un propósito y un trato humanizado.
En nuestro imaginario, a veces maniqueo, solemos ser garantistas o punitivistas de acuerdo a nuestra mayor o menor cercanía con el recluso. Es un vaivén inevitable, porque nos puede lo subjetivo y por eso es indispensable la función de la justicia, instrumento que debe poner equilibrio a ese movimiento pendular, que proteja a la ciudadanía y asista al convicto hasta que recupere aquello que se valora mucho más cuando se pierde: la libertad.
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