Amoroso, Kirchner le prepara el mejor obsequio a su mujer
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Hoy, sin embargo, por lo menos se debe aceptar la existencia de ciertas intencionalidades verbales: dice que no continúa, que propicia a su esposa, lo repite ante amigos y adversarios (Jorge Sobisch, dos veces), ante insospechados interlocutores (José Luis Rodríguez Zapatero) y, lo más importante, se lo ha prometido a la misma Cristina en la celebración de su último cumpleaños. Detalle poco significativo o de formas si no fuera que ella, como corresponde a alguien empapado de política, aceptó la propuesta y la convirtió en desafío en ese atardecer de Olivos cuando soplaron las 56 velitas del mandatario. No era una promesa en el tálamo, hubo demasiados testigos.
Desde hace meses revisa encuestas sobre el avance de su mujer, le otorga nuevas responsabilidades -algunas ingratas, como defender temas o personas con los que ella no siempre estuvo de acuerdo, desde los DNU a Julio De Vido-, la transformó de bonaerense en pingüina, de pingüina en bonaerense y, lo más importante, parece convencido de la primera tarea a cumplir para mutarla en rara ave nacional: el triunfo. Si la impuso en Buenos Aires, donde quebró el aparato duhaldista (más, lo convirtió a su religión), ¿por qué no habrá de servir su política de persuasión en todo el territorio ahora que está aceitada y el superávit persiste?
Ya demostró eficacia su mecanismo de aglutinar voluntades, sea menos por la palabra que por el subsidio; le resta, en cambio, la adecuación de la candidatura femenina a la ingeniería constitucional: concentrar fuerzas alrededor de Cristina, que supere más de 40% de los votos (los sondeos no bloquean esa posibilidad) y desintegrar a la oposición en aspirantes diversos para que ninguno supere 30%. Pan comido en la teoría para el primer y único enfrentamiento de octubre de 2007. Por si acaso hasta se les promete todo tipo de asistencia a rivales acérrimos, se le despertó una generosidad solidaria impensable con el gobernador neuquino, siempre y cuando mantenga su vocación de pretendiente solitario al Ejecutivo. Para otros soñadores de la presidencia puede haber más señuelos, siempre vinculados a lo crematístico, sea para impulsarlos como a Sobisch en la oposición, o para diluirlos hacia otra oportunidad en el peronismo (Adolfo Rodríguez Saá, Juan Carlos Romero).
Para esta visión, los votos son trasladables de uno a otro. Al menos en el papel. ¿Y el poder, el liderazgo? Un dilema más serio, pues las revueltas exitosas se las hicieron a Luis XVI y no a Luis XIV, al zar Nicolás y no a Pedro El Grande, nadie se atrevió con Stalin, nadie se atreve con Fidel Castro. Más difícil de transferir por escritura ese ánimo dominante, aunque a ella tampoco le falten agallas, sea por contagio o naturaleza, lo reveló en la oposición, también en el oficialismo. Si así fuera, mecánicamente perfecta la posta del poder, queda un interrogante: ¿cuál será el rol futuro del gran elector? Autosuspendido en el poder, ¿se volverá un embajador itinerante (cargo que no le sienta); se extrañará a tomar vermouth por las tardes en Río Gallegos y será ocasional visitante de la Casa Rosada remedando en parte al marido de Margaret Thatcher? O acaso, como algún pícaro advirtió, si todo se cumple quizás se repita la leyenda tan cara al matrimonio, «Cámpora al gobierno, Perón al poder».
Otro enigma entonces, por más que haya respeto familiar en una sociedad que parece más anónima que conyugal. En una pareja que, en principio, nada semeja su negociación interna al legado irresponsable que le cedió Juan Perón a María Estela Martínez o a la liberación personal que hizo Duhalde con su esposa Chiche cuando la condenó al fracaso electoral en la provincia de Buenos Aires. Igual, hay nubarrones económicos, sociales, ajenos y propios, que deberá enfrentar una mujer sin experiencia ejecutiva ni administrativa. Pero el Sur -hasta ahora es incontrovertible- todo lo puede, al menos en el día a día.
Del Sur justamente, de Santa Cruz, de la pingüinera, surgen numerosas dudas: con ese sector innominado, poco representativo, gobierna él. ¿Lo hará ella? No calza esa ecuación, ya que por historia personal la senadora candidata es «más de acá que de allá», y las amistades masculinas del marido no son exactamente lo que ella más aprecia. Al menos, hay copioso anecdotario del terruño al respecto y en todos los planos: de las desavenencias con la cuñada Alicia (confesora del Presidente en los grandes momentos) a las rispideces con Julio De Vido o el hombre del Transporte, Ricardo Jaime, sin olvidar los distanciamientos con alguien menor, Rudy Ulloa Igor, quien vaya a saber por qué razón dispone de entrañable confianza con Kirchner y Carlos Zannini, su corrector de decretos. La lista es más larga, gente de la colmena que nunca pensó en llegar y seguramente piensa en sobrevivir. ¿Quién elegirá entonces a los colaboradores, al equipo, son canjeables los que están?
Prematuro cualquier juicio, interesante el cuadro político de un lado por la sola iniciativa de hacer la posta del sillón presidencial y del género, de obsequiarle a una esposa el regalo que ningún otro hombre es capaz de dar.
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