Dedazo en el PJ de Buenos Aires
Nadie imaginó que la política criolla diera un tranco atrás de tamaña dimensión: el Partido Justicialista de Buenos Aires hará un congreso para suspender las elecciones internas de candidatos y le trasladará la facultad de designar los postulantes a la mesa chica de esa agrupación. Ese « dedazo» lo ejercerá, claro, Néstor Kirchner, un dirigente que ya demostró que suele preferir para cargos a familiares, entornistasy doblegados. Con este sistema, el PJ de ese distrito regresa a los tiempos anteriores a la renovación partidaria, cuando Herminio Iglesias decidía las candidaturas sin consultar a los afiliados. Es conocido que el peronismo no cree mucho en esas fintas participativas y que ya Eduardo Duhalde cocinaba las listas de candidatos en el living de su casa. Por lo menos, el ex presidente guardaba alguna formalidad, como simular consensos en lista única, aunque se reservaba la facultad de reemplazar nombres y alterar el orden en la nómina. En esto Kirchner también se consagra como heredero de Duhalde, pero se pasó de largo y llegó a lo hecho por Herminio.
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Antes de eso, con una pirueta, el Congreso deberá adormecer los artículos del 74° al 78° que establecen que los candidatos a «cargos públicos» son electos por «el voto directo y secreto de los electores». No contempla sólo a los afiliados porque en el PJ rige la interna abierta.
Para satisfacer el pedido de Kirchner, Bancalari y su lugarteniente, el metalúrgico Hugo Curto, podrán manotear los artículos 80° y 81° que autorizan a «alterar» listas votadas en internas y, por «razones de fuerza mayor», ignorar lisa y llanamente las primarias.
Todo responde a una lógica. Con el PJ nacional intervenido -como partido de alcance nacional no intervendrá en las elecciones presidenciales- bajo el dominio de la jueza Servini de Cubría, Kirchner también tomará el control del PJ bonaerense.
En su hora, Eduardo Duhalde era algo más cuidadoso. En soledad, con lápiz, en su libretita negra de almacenero, redactaba las listas del PJ. Pero, cada tanto, habilitaba la ficción de la primaria como la de Carlos Brown en el 91 o la de Ruckauf-Cafiero al caer los 90.
En los ochenta, acorralado por la «Renovación» que encabezó Antonio Cafiero posderrotade 1983, Herminio se resistió una y otra vez a realizar elecciones internas tanto para elegir autoridades partidarias como para seleccionar candidatos a cargos electivos.
La resistencia del caudillo de Avellaneda tuvo un final cantado: el peronismo se partió y en las elecciones de 1985 fue dividido. A simple vista, ese riesgo ahora no existe: aún quejosos de los modos del «látigo mayor» -como se refiere Carlos Kunkel a Kirchner- los caciques y caciquejos aceptan sus mandatos.
Aquello no ocurrió en 2005, cuando Kirchner decidió ir por fuera del PJ y le dejó marca e iconografía a los Duhalde. Fue el peor resultado de la historia del partido que a mitad de siglo creó Juan Domingo Perón. Contra reloj, aunque sin apuro, el Congreso está en marcha con temario definido y una expectativa puntual: que luego de la división de 2005 -en aquel año hubo, durante la pelea Duhalde-Kirchner, dos congresos simultáneos-, el peronismo en sus múltiples formatos volverá a compartir una misma carpa.
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