A sus veinte años, Andrés Castillo, ya era delegado sindical, el hijo de una familia trabajadora y peronista. Había vivido los años gloriosos de Perón y Evita, había visto cómo el movimiento obrero tomaba fuerza día a día y el sindicalismo argentino se expandía por el territorio para defender a los trabajadores. A sus veinte años, Andrés también formaba parte del cuerpo de delegados que recorría los pasillos de La Caja, en aquel entonces La Caja Nacional de Ahorros, ahora La Caja de Ahorro y Seguros. Sabía cada detalle de las problemáticas de los sectores, y también de los temas cotidianos de sus vidas.
Despiden a Andrés Castillo, histórico dirigente de La Bancaria
Castillo era dirigente de la Asociación Bancaria, militante peronista y sobreviviente de la ESMA.
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Cuando Andrés tenía doce años, vivió un momento histórico que construiría su carácter: los bombardeos a Plaza de Mayo, los aviones, el humo. Los curas del colegio al que iba los dejaron salir antes junto a sus compañeros y Andrés fue a buscar a su papá, también delegado. La imagen más impactante para Andrés fueron los camiones llenos de obreros, que iban apiñados con palas en sus manos al grito de “¡La vida por Perón!”. A partir de ese momento, Andrés vivió inquieto, metiéndose de lleno en la militancia en la Juventud Peronista durante la proscripción.
Hoy, Andrés Castillo falleció, luego de años de estar en las calles junto a sus compañeros, codo a codo, peleando. En su escritorio aún está la foto en blanco y negro que muestra a tres jóvenes sosteniendo una bandera argentina, clavándola en la tierra con firmeza.
Fue en ese acto que Andrés se puso a prueba. Junto a Dardo Cabo, compañero militante de Andrés, planificaron desde la mesa de un bar cómo recuperar la soberanía de las Islas. Eran amigos desde la infancia y Dardo le confió su plan a Andrés, que logró llevarse a cabo pese a las dudas y contratiempos. Era una misión improbable.
Ese día, Andrés no fue a trabajar, dio parte de enfermo y se reunió en Aeroparque con quince compañeros de distintas agrupaciones y un periodista. En determinado momento, secuestraron el avión y obligaron a los pilotos a realizar un aterrizaje imprevisto en medio del campo. Colocaron una soga para bajar y Andrés fue primero, lastimándose las manos con la soga, pisando finalmente esa tierra, esa isla. Sintieron el viento helado del sur penetrando en la piel y en los huesos como mil cuchillos. Pero lo habían logrado.
Colocaron la bandera argentina con un mástil improvisado, cantaron el himno y esperaron. Lo que vino después era previsible: llegaron las autoridades y varios días después cayeron presos, ya en Ushuaia.
Durante su encarcelación, Andrés y su novia, Nora, decidieron casarse. No pudieron tener una ceremonia, y menos una luna de miel. Se casaron en la jefatura de policía y, luego de mucho pedir, un cura hizo la unión religiosa. En los años siguientes, Andrés continuó con una militancia enardecida. Pero, tiempos oscuros de la historia nacional recayeron sobre una militancia joven y voluntariosa que intentaba defender sus ideales ante el puño de hierro de la dictadura. Andrés cayó. Estuvo durante años en la Escuela Mecánica de la Armada, soportando todo tipo de torturas, físicas y psicológicas, enterándose de los compañeros caídos, intentando no caer en la desesperanza que abundaba en la ESMA.
Sin embargo, no pudieron. Andrés vivió. Se reencontró con compañeros en libertad. Volvió a militar en las calles, a enfrentarse a las privatizaciones de los noventa, el desastre del 2001, el empobrecimiento de la clase trabajadora. Andrés estuvo ahí, construyendo una forma de hacer sindicalismo. Dio testimonio y enfrentó a sus torturadores en la Mega Causa Esma. Hizo justicia por los caídos.
Andrés deja atrás una forma de hacer sindicalismo, desde el debate, la construcción. Andrés está en las calles, en las asambleas, en la bandera que flameó en Malvinas, en las y los jóvenes delegados que aprendieron a militar con él.
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