Los ardides de Duhalde para evitar el triunfo de Menem
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El mismo objetivo pretende alcanzarse ahora por otra vía. Se trata de fijar reglas de juego electorales que favorezcan la posibilidad del ballottage. Hay dos proyectos en danza que cumplen con esa condición. Uno es el del gobernador de Salta, Juan Carlos Romero, actual candidato a vicepresidente de Menem. El otro es el del diputado Gerardo Conte Grand. La ley de lemas, que es el tercer proyecto de reforma al régimen electoral que se discute en estos días, no favorece la segunda vuelta, pero sí la irrupción de antimenemistas en la disputa del PJ para cortar el camino del ex presidente. Es decir, lo que se pretendía con la ley de internas abiertas obligatorias y simultáneas. Veamos en qué consiste cada uno de estos mecanismos de selección de candidatos, a la luz de los datos arrojados por la encuesta más completa y rigurosa que se realizó en la Argentina recientemente. Se trata de la que elaboró Ambito Financiero para su programa «Ambito Político», que se emitió por el canal «América TV» en cuatro emisiones especiales. Para este modelo de simulación, se tomaron los resultados de ese sondeo con una modificación imprescindible: el porcentaje de abstención, voto en blanco y voto anulado se redujo a 20%, poco más que el promedio histórico. En la encuesta, realizada durante los primeros 20 días de diciembre último, el nivel de abstención y voto negativo llegó a 43,43%. Parece razonable pensar que parte de esos consultados (calculamos 23,43%) decidirá su voto entre los candidatos en carrera. Sobre todo, los cinco más visibles.
A la vez, hay que tener en cuenta que ese 20% de abstención y voto negativo no es computado por el sistema electoral vigente para calcular los porcentajes obtenidos por cada participante de la contienda. Como la ley establece que se tomarán en cuenta los «votos válidos positivamente emitidos» (quedan al margen los nulos y el voto en blanco, así como la abstención), cada candidato ve incrementada su representatividad.Y esto aleja la posibilidad del ballottage, ya que es más fácil llegar a 45% de los sufragios o superar 40% con 10% de distancia sobre el segundo, que es lo que fija la Constitución para que no haya doble vuelta.
Establece que el PJ no realizará internas. Por única vez permitirá que quienes quieran competir por la presidencia concurran a las urnas con su propia sigla, pero haciendo uso de los símbolos partidarios. Para la segunda vuelta, si la hubiere, todos se comprometerían a votar al segundo. De acuerdo con los resultados de la encuesta de Ambito Financiero, el ballottage sería inevitable. En la segunda vuelta, competirían dos peronistas. Menem, que obtendría en la primera 31,44% del padrón y 37,64% de los votos computados. Y Adolfo Rodríguez Saá, con 15,57% del padrón y 18,75% de los votos computados. La hipótesis de Duhalde es que, como ha dicho públicamente en innumerables oportunidades, en la segunda vuelta competirán dos peronistas. Y que, esto no lo dice, Menem sumará muy poco en ese doble turno. El duhaldismo cree que en la segunda vuelta predominará el sentimiento antimenemista y que quien enfrente a Menem, en este caso Rodríguez Saá, será un imán para todas las demás opciones que jugaron en el primer turno. Los duhaldistas piensan en el comportamiento del electorado francés ante Jean Marie Le Pen o en lo que sucedía en San Pablo hasta la última elección: Paulo Maluf era el más votado, pero no lograba evitar la segunda vuelta, donde todos sus opositores se unían para impedirle el paso. Sobre este sistema se pueden hacer varias observaciones. La más obvia es que, si se contemplan las inclinaciones actuales de los votantes, obligaría a todo el electorado a optar en la interna de un solo partido. Es decir, el votante no peronista no podría elegir sino entre candidatos peronistas para la segunda vuelta. De ahí que pueda preverse para el ballottage un nivel de abstención superior al de la primera vuelta.
Proyecto de Gerardo Conte Grand
Esta iniciativa del diputado porteño Gerardo Conte Grand pretende corregir esa nota central del anterior, ya que obliga a que, si hay segunda vuelta, compitan entre sí candidatos de distintos partidos. Concretamente, establece que del ballottage participará el candidato más votado de los dos partidos más votados. En el caso que estamos conjeturando, según los resultados de la encuesta de Ambito Financiero, a la segunda vuelta irían Carlos Menem y Ricardo López Murphy. El sistema evita la interna y estimula a abandonar el partido a candidatos como Rodríguez Saá, que tiene razonable encanto ante el electorado general (15,57% del padrón y 18,75% de los votos computados), pero no consigue ganar la interna de su propia fuerza. Veamos: si el sanluiseño se quedara en el PJ y concurriera a las elecciones con una fórmula propia, pero dentro del paraguas partidario, sacaría tal vez más votos que López Murphy, pero no competiría en la segunda vuelta, aun cuando saliera segundo, porque no es el más votado de su partido. López Murphy, al frente de la única fórmula de Recrear Argentina, consigue 9,90% del padrón y 11,76% de los votos válidos. Si se presentara con su propio partido y mantuviera el nivel de atracción actual, es posible que sí fuera a la segunda vuelta. En el momento en que fue presentado, es posible que Conte Grand imaginara una UCR en condiciones de ir con varios candidatos más o menos competitivos, lo que acercaría a ese partido a participar del segundo turno. Ese sería el «anzuelo» para que los radicales dieran su voto en el recinto.
Ley de lemas
Es el más conocido de los sistemas en discusión, pero el más reñido con la Constitución Nacional. La ley de lemas establece que competirán en la segunda vuelta los dos partidos más votados representados por las fórmulas más votadas. Esto quiere decir que se suman los votos de un partido o lema y se ponen en cabeza del candidato más votado de esa fuerza. En el caso que se analiza no habría segunda vuelta, si se supone que todos los candidatos irán como variantes de su propio partido. Sumados los votos de las opciones peronistas, ese partido conseguiría 73,19% de los votos computados y 58,5% del padrón. En ambos cálculos superaría largamente 45% exigido para ganar en primera vuelta. De los candidatos en carrera se consagraría presidente Carlos Menem, el más votado con 37,64% del padrón y 31,44% de los votos computados. Es decir, habría un presidente con menos de 40% de los votos computados, ganador en primera vuelta. Aparece, sin embargo, un fenómeno que debe tenerse en cuenta: con 15,57% del padrón o 18,75 de los votos computados, Rodríguez Saá estaría al borde de forzar una segunda vuelta, siempre y cuando al alejarse del PJ retenga el caudal de adhesiones que cosecha estando bajo ese paraguas. Todo un dilema el que enfrenta este candidato.
La Ley de lemas tiene rasgos muy notorios de inconstitucionalidad. Básicamente dos. Por un lado, la Carta Magna dice que el voto debe ser «directo». Y este sistema es un sistema de elección indirecto: quien vote, por ejemplo, a Kirchner, termina aportando para el cómputo final a Menem. Por otro lado, la Constitución establece que para la segunda vuelta deben ir las dos fórmulas más votadas de la primera. Y la ley de lemas calcula la segunda vuelta no según lo que sacó cada candidato, sino sobre lo que obtuvo el partido en su conjunto. Si se vuelve al proyecto Conte Grand, se observará que uno de sus objetivos es superar estas limitaciones constitucionales de los lemas. En la iniciativa de ese diputado se suman los votos de los candidatos de un mismo partido solamente para determinar cuál es el partido más votado que competirá en el ballottage. Pero si hay o no ballottage, es decir, si alguien superó la valla de 45% o de 40% con 10 puntos de ventaja sobre el segundo, eso se calcula sobre la base de lo que obtuvo cada fórmula individual, no cada fuerza. Es cierto que tampoco esta iniciativa manda a segunda vuelta a las dos fórmulas más votadas: si un partido consigue, sumando sus votos, más adhesiones que un candidato individual, al segundo turno pasará el candidato más votado de ese partido y no el que, solitario, consiguió más sufragios. Por ejemplo: si los radicales, sumando sus distintas variantes, obtuvieran más votos que Ricardo López Murphy, mandarían a segunda vuelta a su fórmula más votada, aunque individualmente esa fórmula tenga menos votos que la del economista.
En la última semana del año, la estrategia de Duhalde sufrió limitaciones que tal vez se vuelvan más severas con el paso de los días. No se trata de inconvenientes técnicos: con la situación actual, en casi todos los escenarios el Presidente conseguiría lo que se propone, es decir, someter a Menem a una segunda vuelta en la que sueña perdedor al riojano. Sólo se evitaría ese designio con una ley de lemas a la que concurran todos los peronistas, incluido Rodríguez Saá. El inconveniente de Duhalde es otro y tiene que ver con la viabilidad política de su sugerencia. Los gobernadores del PJ han comenzado a advertir que la ingeniería diseñada en Olivos para obstruir el camino de Menem será costosa para el poder que ejerce cada uno de ellos en las provincias. Todos los sistemas contemplados por el duhaldismo para sustituir la interna multiplican las candidaturas a presidente dentro del partido. Hay que contemplar que esa dispersión se trasladará a las provincias naturalmente: cada candidato a presidente bendecirá a un representante suyo en los diversos distritos y cada uno de esos representantes será, germinalmente, un candidato a gobernador capaz de enfrentar a quien actualmente ejerce el poder. Los mandatarios de provincia veían hasta ahora casi deportivamente la disputa entre Menem y Duhalde con tal de que el problema no se infiltrara en sus propios feudos. Hasta el hecho de que la elección fuera desdoblada -primero a presidente, más tarde para el resto de los cargos-contribuía a esa tranquilidad. Ahora, fragmentando al peronismo en varias corrientes internas con identidad electoral propia, Duhalde cambia ese cuadro y comienza a padecer la resistencia de los gobernadores.
Es importante advertir este fenómeno porque tiene significación más allá del problema que se ha planteado en el PJ para resolver la selección de su candidato a presidente. Lo que hay que observar es la reaparición de la liga de gobernadores como un poder decisivo en el país. Es un fenómeno que este diario advirtió a sus lectores desde temprano: los gobernadores no son un coro que acompaña a los líderes del partido alternativamente, sino que son un grupo con una lógica de poder propia, capaz de fijar los márgenes dentro de los cuales debe moverse el Ejecutivo nacional. El peronismo liquidó por última vez una disputa de liderazgo de manera clara y contundente cuando, en 1988, Menem se impuso a Antonio Cafiero en la elección interna más importante de la historia argentina contemporánea. El poder que capturó Menem en esos comicios fue indiscutido hasta 1997, en que el gobierno perdió las elecciones parlamentarias. Desde 1997 hasta hoy el liderazgo del riojano no volvió a reconstruir jamás su antigua dimensión. Pero tampoco fue reemplazado por ningún otro, que es lo que le pesa a Duhalde. Al contrario, al eclipse de aquel mando indiscutido sucedió un juego plural, colegiado. Menem debió llamar a los gobernadores a su casa cada vez que quiso cerrar algún acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Y fueron los gobernadores (con vocero en Adolfo Rodríguez Saá) quienes le hicieron saber una noche en Olivos que su segunda reelección era un sueño inalcanzable.
El mismo grupo reguló el poder de Fernando de la Rúa de manera implacable. Lo apoyaron cuando el radical era la vedette de las encuestas y le fueron retaceando su aval hasta que, advertidos de que el Fondo no financiaría ya más a su gobierno, desairaron una convocatoria a Olivos. La caída de De la Rúa se produjo cuando los gobernadores peronistas prefirieron reunirse en San Luis, llamados para un acto por Rodríguez Saá, antes que ir a la Casa Rosada, donde los convocaba el presidente. Los saqueos y el cacerolazo completaron esa agonía, pero no la desencadenaron. El sanluiseño, sucesor de De la Rúa, tuvo la misma experiencia. Los gobernadores, de quienes se aisló una vez instalado en la Casa de Gobierno, le quitaron su respaldo y debió dejar el poder en Chapadmalal, cuando advirtió que su convocatoria había sido parcialmente atendida. La experiencia de Duhalde no fue distinta. Los mandatarios del peronismo le pusieron un freno en momentos clave y no sólo por discusiones internas. Cuando quiso romper con el Fondo y abrazarse al control de cambios, los gobernadores lo llamaron a la reflexión y le entregaron un programa de 14 puntos donde estaba descripta la línea más allá de la cual no lo acompañarían en aventuras de política económica. Fue entonces cuando el Presidente advirtió que el acuerdo con el Fondo era un objetivo políticamente inexorable, más allá de su propia vocación individual por alcanzarlo. Ahora aparece la misma escena, sólo que en relación con un problema político. Los mandatarios del PJ estuvieron de acuerdo en acompañar a Duhalde en varios congresos partidarios en los que se regulaba la salida del poder de manera ordenada a los intereses del gobierno. Es decir, le dieron todas las garantías para que, sin que una interna prematura le instale a un candidato a presidente con votos propios, pudiera gobernar hasta el último día con el control de la situación en sus manos. Los mismos gobernadores, ahora, parecen indicarle que no están dispuestos a acompañarlo en esas iniciativas si lo que expresan es nada más que su odio a Menem. En tal caso, Duhalde quedará aislado de las principales figuras del PJ, sobre todo de Carlos Reutemann, que es para este tipo de equilibrios una especie de fiel de la balanza interna. ¿Representa esta valla federal sobre Duhalde una adhesión generosa hacia Menem? No necesariamente. Al contrario, los gobernadores están expresando que no quieren, al calor de la disputa nacional, ver disminuido su propio poder. Si por ellos fuera, sueñan con que el sistema colegiado de administración del mando que se instaló en 1997 siga vigente a partir de 2003. Es con esa expectativa que respaldan, alternativamente, a Menem y a Duhalde en los flujos y reflujos de la interna peronista. Dependerá del próximo mandatario que se instale en la Rosada reconstruir aquel viejo liderazgo presidencial que el país desconoce desde hace ya más de un lustro.
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