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Ese ineludible lugar que lleva a bailar y cantar

Es muy posible que el viajero vip escuche a su primer conjunto mariachi cenando en el hotel cinco estrellas donde reside, y si no es así, como el resto de los turistas, se cruzará con mariachis en la plaza del Zócalo. Y si no llegara a haber tenido esa suerte, será llevado por los tours o los conocidos o amigos a la plaza Garibaldi. Las recomendaciones personales, que, por otra parte, están en todas las guías turísticas, no faltarán.
Algunos sostienen que la Garibaldi es la «única plaza permanentemente musical del mundo» y que esa «capital del mariachi», donde se da cita «la mayor cantidad de intérpretes por metro cuadrado», es el «sitio emblemático para descubrir la cultura popular de México».
Eso de «descubrir» la música tradicional mexicana resulta poco menos que mendaz, si no un chiste, sobre todo luego de los videoclips de Luis Miguel cantando boleros acompañado por un conjunto de mariachis. Pero sin duda esa plaza del Distrito Federal, en el cruce de la avenida Lázaro Cárdenas con la calle República de Honduras, es una institución, un museo viviente, la escena rotativa de un teatro siempre abierto al público. Y el gobierno mexicano, comprendiendo esto, a la vez que el interés de los viajeros, colocó una placa que es un saludo a los extranjeros que llegan: «El corazón de México palpita en este espacio. Los mariachis de la plaza Garibaldi dan la bienvenida a sus visitantes. Aquí todos los pueblos del mundo sienten suya la gran ciudad de México».
El viajero, a horas tempranas, recorre la plaza observando un torneo de estatuas donde compiten Pedro Infante, «artista incomparable y símbolo espléndido de las costumbres y tradiciones del pueblo», el gran José Alfredo Jiménez, el cinematográfico Jorge Negrete, el «rey del bolero ranchero» Javier Solís, y hasta una de «la Doña» María Félix. Y a su alrededor hay placas de homenaje, por caso, a Concho Andrade y a Cirilo Marmolejo, que se da como responsables de haber esparcido a los mariachis por todo el país desde su inicial Jalisco, Guadalajara.
Alrededor de la plaza hay restoranes (muchas veces un poco caros para el argentino medio) y almacenes donde se va a festejar, pero también a olvidar las penas entre vasos de tequila. Los locales tienen nombres en consonancia con lo que acontece allí: «El rincón del mariachi», «Tlaquepaque» y «Boutique del Charro». Los «charros» eran los antiguos hacendados de Jalisco cuyos trajes de gala hoy usan los mariachis (al comienzo llevaban poncho y sombrero de paja). En lugares como esos los visitantes se deleitan con canciones tradicionales como «México lindo y querido», «Cielito lindo», «El rey», «Ella», «Amanecí en tus brazos», «El último trago» y «¡Ay, Jalisco!». Pero no es necesario entrar en algunos de esos locales, en la plaza los mariachis -en conjunto que siempre superan a los ocho intérpretes- también hacen suyos esos temas clásicos. Sólo se necesita que alguien pague para que los mariachis toquen para él y, por lo tanto, para que todos los pasantes también disfruten de los sones de guitarras y guitarrones, violines y trompetas, y letras que pueden llevar del corrido al bolero, del jorocho al valsesito.
«La pregunta suele provenir de europeos porque los argentinos suelen pensar en los gauchos, y en conjuntos folclóricos como Los Fronterizos o Los Chalchaleros, y «los gringos» en los cowboys y en los conjuntos de country music», nos explica Gonzalo Rojas Frías, un guía turístico.
Ante ese tipo de pedido, los guías turísticos se lanzaron en una conferencia suficientemente erudita comentando la polémica sobre el origen de los mariachis. Explican que algunos especialistas remontan «el germen musical de estos cantantes a músicos de la ciudad imperial de Tenochtitlán, que cantaban en las ceremonias rituales y en las libaciones», otros aseguran que el origen es muy posterior, y que surgieron en Jalisco a fines del siglo pasado, en la fusión de diversos géneros musicales folclóricos. Algunos de lo que sostienen esta teoría atribuyen el nombre «mariachi» a los franceses como deformación de la palabra «marriage» (que significa casamiento) ya que para fines del siglo XIX y principios del XX, muchos eran los franceses que habitaban en Jalisco y que los habrían bautizado así ya que estos cantantes demostraban su arte en casamientos, serenatas, bautismos y funerales.
Un turista argentino en una mesa de «El rincón del mariachi» pretendió establecer una relación entre «las dos plazas que tienen a Garibaldi», la plaza Italia de Buenos Aires y la plaza Garibaldi de México. Otro argentino, dueño de una librería en el DF, le explicó que «este Garibaldi es nieto del nuestro, éste fue el teniente Garibaldi, que luchó junto a Francisco Madero por la independencia de México», y de inmediato agregó: «En lo que sí nos relacionamos en la música, es en el tango y el bolero».
«Bolero, corrido y tango, copla española», según la hipérbole del español Manuel Vázquez Montalbán, «son sistemas narrativos perfectos que en dos minutos o algo más te pueden contar 'Madame Bovary' o 'Guerra y Paz'». Agrega que «en todo bolero, en todo tango, hay una historia de un amor como no hubo otro igual, que nos hace comprender, nada menos que... todo el Bien, todo el Mal, y además pone luz a nuestras vidas». Finalmente, Vázquez Montalbán sostiene que «no habría bolero, como no habría tango sin la ansiedad del otro, la nostalgia del otro», y que en cambio -con una diferenciación paralela a la que Jorge Luis Borges hizo entre tango y milonga-, «otro espléndido sistema narrativo mexicano como es el corrido está hecho para la épica tanto o más que para la lírica». La definición del tango como «un sentimiento que se baila» sirve también para el bolero, y mucho del canto folclórico que une a México y la Argentina. Hay conjuntos de mariachis que replican la versión de Los Nocheros de un tema muy popular del Paz Martínez, y Los Nocheros cantan «El mejor bolero». Miguel Aceves Mejía dejó impecables grabaciones de tangos como «Cicatrices», «La última copa». Y, por agregar una mención más, Soledad Pastorutti sostiene que «algún día voy a hacer un disco totalmente melódico, porque amo el bolero».
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