5 de septiembre 2008 - 00:00

La libertad de ir donde la imaginación nos lleve

La libertad de ir donde la imaginación nos lleve
Un paisaje en el que se ve desde una playa paradisíaca el mar azul, una islita con palmeras y un velero. Una publicidad de algún producto relacionado con el buen vivir teniendo como fondo un puerto con veleros. Un libro en el que Antonio Pigafetta relata la experiencia de dar la vuelta al mundo en un velero de la flota de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. Una película de piratas que navegan en un velero filibustero y otra, romántica, con enamorados paseando en un espléndido velero en un plácido mar azul celeste.
Imágenes que hay quienes no se imaginan protagonizando, porque la idea de subirse a una embarcación de una aparentemente dudosa estabilidad, en la que parece que se depende solamente del viento, que a veces anda «inclinada», y que la cubierta está invadida por «sogas» a las que llaman con nombres extraños y «palos» que van y vienen, no parece un buen proyecto. ¡Qué equivocación!

Unos flotantes monoambientes

Los veleros son artefactos que figuran prácticamente en toda la historia del hombre como el medio para desplazarse por el agua con seguridad. Historia de la que se nutren los arquitectos navales para mejorar permanentemente los aspectos que hacen a la navegabilidad segura, veloz, cómoda.
En nuestros días, salvo las embarcaciones destinadas específicamente a la competencia deportiva, donde prima la velocidad a lo demás, siempre dentro de márgenes estrictos de seguridad, los veleros de placer que vemos en las amarras de los clubes náuticos, o en cualquiera de los lagos del interior, son verdaderos «departamentitos de un ambiente flotantes», con sus camas, su baño, su cocina, su lugar de estar y la libertad de navegar a donde la imaginación de su capitán los quiera llevar.

Permanente evolución

Los barcos fueron cambiando su fisonomía desde aquellos primitivos hechos con cuero, con juncos, con troncos, luego con madera, metal, hasta modernamente con plástico y con carbono. Los que formaron parte de las flotas que llegaban a la América recién descubierta eran esos panzones, pesados, que podían navegar casi únicamente a favor del viento. Más adelante se vieron los clippers, más estilizados, que competían en velocidad obligados por el comercio (uno de los cuales, el Cutty Sark, se conserva en Londres). Nuestras fragatas Sarmiento y Libertad, más modernas, pertenecen probablemente a la última generación de barcos de esa índole, como los que veremos en nuestras aguas en 2010 provenientes de otras escuelas navales del mundo, para celebrar el Bicentenario.
Los veleros actuales son el resultado de la experiencia surgida en las competencias deportivas, igual que los autos.
La Argentina tiene diseñadores navales de jerarquía internacional, como Germán Frers, Juan Kouyoumdjian, Javier Soto Acebal, Héctor Domato, y otros, que marcan las tendencias según avanzan la tecnología y los nuevos materiales aptos para la construcción de embarcaciones.

¿Como es un velero?

Típicamente un velero es: el casco, que le da la forma; la cubierta, que hace las veces de piso para desplazarse sobre el barco y a su vez es el techo del habitáculo; dos piezas «colgantes» que son el timón y un apéndice pesado que sirve para mantener vertical al barco cuando el viento hace presión sobre las velas, y un aparejo constituido por el mástil y la botavara, que sostienen las velas. Lógicamente, pueden tener motor auxiliar interno o fuera de borda, con la potencia adecuada para impulsar el barco en distintas circunstancias, como maniobrar en puerto, ante la falta de viento, para incursionar por un río menor o un arroyo, o simplemente para apurar la marcha.
Veleros hay de todos los tamaños, desde los minúsculos Optimist (para ser tripulados por niños desde los 8 años) hasta los creados para navegaciones oceánicas de largo aliento, pero todos, a pesar de la gran variedad de diseños, se basan en el mismo concepto. Y son tan seguros y confiables como cualquier medio de transporte terrestre o aéreo.

«Me quiero comprar uno»

Claro, a esta altura, ¿a quién no le gustaría ponerse la gorra de capitán y salir en su barco a dar una vuelta, con amigos, la familia, o el fin de semana a Colonia, a Punta del Este, de vacaciones a Florianópolis, por qué no a Rio?
Pero, atención: lo primero es lo primero, y hay que empezar por la necesaria capacitación, teniendo en cuenta el medio en que se desenvuelve la actividad. Es necesario hacer el curso correspondiente para ser habilitado por Prefectura Naval para conducir embarcaciones deportivas o de placer.
Después, hay que definir el uso que se le va a dar, qué tamaño conviene según el lugar donde va a estar radicado, qué comodidades se prefieren o necesitan, etc. Algo a tener en cuenta, por ejemplo, es que en la costa de Buenos Aires, desde Tigre hasta La Plata, hay notables diferencias en la profundidad del río y no es lo mismo tener un barco mediano a grande en los amarraderos en los que se depende de la altura del agua para poder salir a navegar, que los que están en donde siempre hay profundidad suficiente. Pero veleros hay para todas las condiciones.
Seguramente los jóvenes comenzarán a navegar en las clases deportivas, corriendo regatas en veleros de un solo tripulante o dos, para ir progresando hasta tripular barcos mayores.
Otra comunidad es la de quienes son atraídos por las salidas a disfrutar del día navegando, volver a la amarra y hacer sociales en el club.
Están también los que además de todo eso van con la familia de vacaciones en el velero.
Para cada uno de ellos hay un barco, dependiendo de las posibilidades y los propios gustos. Buscando entre los veleros en buen uso ofrecidos por los brokers náuticos, se puede tener una idea de precios -que varían en función de la antigüedad, las características y el estado, igual que los automóviles- y hacer una primera evaluación:
Un joven que ya pasó por la etapa de regatear en veleros de menor envergadura y ahora quiere ir más lejos, puede optar por algo ágil pero a la vez cómodo y equipado, de alrededor de 22 pies (7 metros), con un valor de entre u$s 10.000 y u$s 25.000. Cuando las pretensiones llevan a buscar más prestaciones, buena comodidad interior y del orden de los 25 a 34 pies (8/11 mts), hay que pensar en u$s 20.000 a u$s 60.000.
A partir de estos valores se llega a una categoría superior, que contempla embarcaciones premium, de altas prestaciones, con equipamiento full.

¿Qué se siente al salir a navegar?

Quien nunca tuvo la idea de acercarse al mundo de la vela suponiendo que es algo inalcanzable, elitista, o que llevado por el vértigo de la actividad diaria cree que es aburrido desplazarse sobre el agua a velocidades lentas comparadas con las que desarrollan las embarcaciones a motor, debería aprovechar la posibilidad de probar qué se siente, saliendo alguna vez en los veleros que se ofrecen para travesías cortas, de medio día, por el Río de la Plata (hasta hay salidas de un par de horas las noches de luna llena, viendo la Ciudad con sus luces encendidas), o consultando en las agencias de turismo en los lugares del interior donde hay veleros, como en los lagos Nahuel Huapi, Lácar, San Roque, los embalses de Salto Grande, Río Hondo y Cabra Corral.
Es una experiencia magnífica la de estar en contacto con dos elementos de la naturaleza
-agua y viento- en armonía, casi en silencio, percibiendo la sensación de seguridad que da el velero aun estando apoyado sobre una superficie movediza. Y con esa primera experiencia, descubrir una gratificante actividad y, por qué no, pensar en ser el capitán del barco propio.

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