5 de septiembre 2008 - 00:00

''Los viajes son para mí un estímulo literario''

«Siempre busco convertir los viajes profesionales en viajes de placer, y muchas veces lo logro», comenta Mempo Giardinelli, que hace su lista de «viajes imperdibles».
«Siempre busco convertir los viajes profesionales en viajes de placer, y muchas veces lo logro», comenta Mempo Giardinelli, que hace su lista de «viajes imperdibles».
Hay un grupo de escritores que han dado fama internacional a la Patagonia, instalando un paisaje mítico que atrae a turistas de todo el mundo. Entre ellos están el inglés Bruce Chatwin, el norteamericano Paul Theroux, el chileno Luis Sepúlveda, y el argentino Mempo Giardinelli, a quien le gusta definirse como «un viajero empedernido», y con su obra «Final de novela en Patagonia» conquistó el Premio Grandes Viajeros, otorgado por Ediciones B de España.
Desde que se inició en la narrativa a comienzos de los años 80, el chaqueño Mempo Giardinelli ha publicado en forma constante novelas, ensayos y cuentos, dictado cursos y conferencias, y creado o participado en revistas. En 1993 alcanzó renombre internacional al recibir el premio Rómulo Gallegos por su novela «Santo oficio de la memoria». Este año apareció «Soñario», una antología de microrrelatos que surgieron de sus sueños. Dialogamos con él sobre sus viajes, su libro de viajes por la Patagonia, y los lugares que considera que no se pueden dejar de visitar.

Periodista: ¿Ser escritor profesional lo ha llevado a viajar?
Mempo Giardinelli: Sí, y mucho, porque el haber trabajado en la industria editorial, especialmente cuando estuve en Sudamericana y en Rizzoli, me llevó a recorrer América. Nuestro continente creo conocerlo ampliamente. Y, sobre todo, algunos países, como Estados Unidos y México. Pero, más allá de los viajes laborales, corporativos, iniciales, y los posteriores de escritor, soy un viajero inclaudicable, y vivo viajando. Desde los viajes internacionales por convite a los de cabotaje desde el Chaco, por necesidad o requerimientos. Tengo la suerte de que me convocan de muchos lugares. Me invitan frecuentemente a participar de diversas ferias del libro, a ser jurado en concursos literarios. No soy un hombre de fortuna para andar haciendo turismo por el mundo, no podría hacerlo, pero gracias a que profesionalmente tengo muchos requerimientos externos, eso me permite viajar bastante. Y los viajes para mí son un estímulo literario indudable.
P.: ¿Es por eso que en muchos de sus libros aparecen los viajes?
M.G.: Hay una itinerancia permanente. Hay lugares donde, a pesar de que quería por alguna razón, no pude estar, entonces estuve con la imaginación, en los sueños, con las lecturas, y eso me compensa. Uno desea ir a un territorio por la imagen que se tiene de ese lugar, por todo lo que nos han dicho, por todo lo que hemos leído acerca de él. Esa imagen que nos impregna impulsa el anhelo de conocer, de descubrir, de recorrer, de experimentar. Esa aventura de viajero es muy literaria, y está en la literatura desde sus comienzos. No hay narrativa sin viaje, basta recordar la «Ilíada» y la «Odisea» de Homero, la «Eneida» de Virgilio, la «Divina Comedia» de Dante, «Don Quijote de la Mancha» de Cervantes, «Gargantúa y Pantagruel» de Rabelais, el «Decamerón» de Bocaccio, los «Cuentos de Canterbury» de Chaucer. La itinerancia es parte misma de la literatura, y en una diversidad de formas, de la épica y la tragedia a la comedia. A mí me ha sucedido la suerte de poder viajar. Y como esa fortuna se me ha dado, mis libros también lo hacen. Por eso todas mis novelas circulan por diversos trayectos, hacen recorridos, tienen ritmo, movimiento interno y externo.
P.: Pero, aparte de las novelas que transcurren en diversos escenarios, usted tiene una que es considerada habitualmente como un libro de viajes.
M.G.: Sí, «Final de novela en Patagonia», que ha sido uno de mis libros más exitosos.
P.: ¿Conocía cuando la escribió la mítica obra «En Patagonia» de Bruce Chatwin?
M.G.: Por supuesto, y también los libros sobre la Patagonia de Luis Sepúlveda, de Paul Theroux, y de tantos otros que cito en mi libro.
P.: Usted comienza su libro diciendo: «Con una camioneta cuatro por cuatro, mucho dinero y tiempo de sobra, cualquiera puede recorrer la Patagonia». ¿Cómo apareció la idea de recorrer narrativamente la Patagonia en un viejo Ford Fiesta?
M.G.: Un día, charlando con un amigo español, poeta y fotógrafo, nos deliramos en salir en auto a recorrer la Patagonia, sin plazos y sin destinos fijos. Nos decidimos a hacerlo. Y, claro, a los pocos días de andar empecé a escribir, y como venía trabajando en una novela, se me fue mezclando el viaje real que hacíamos mi amigo y yo con el viaje de mis personajes. Así nació ese libro y por eso tiene el título que tiene. Pero, a pesar de ese título, no es una novela.
P.: Es un libro de viajes.
M.G.: No en el sentido convencional. Es una andanza y a la vez una conjunción de narrativas. Tiene cuentos, microrrelatos, sueños, anotaciones periodísticas, misceláneas, breves ensayos, reflexiones sobre el arte de la novela. Es que como escritor no podía escapar a mi destino, y mientras viajaba por la fascinante Patagonia, a la vez viajaba por la literatura. Hoy «Final de novela en Patagonia» es un clásico «libro de viajes». Así se lo ha clasificado en España, Francia, Italia, Alemania. Y a mí eso me da mucho gusto, sobre todo cuando sé que hay viajeros europeos que vienen a conocer la Patagonia con ese libro que, reitero, no es una guía de viaje sino el testimonio de una andanza. A veces pienso que el título debe resultar atractivo por las sugerencias que ofrece a quien se decide a emprender ese viaje.
P.: Usted se definió como viajero inclaudicable; ¿qué viajes mencionaría junto al que hizo por la Patagonia?
M.G.: Portugal es un país que adoro, al que he ido muchas veces. A mí me gusta mucho el Uruguay, y Portugal es como el Uruguay de Europa. Es un país nada pretencioso, el más cordial, la gente es deliciosa y se come maravillosamente. Yo, que he recorrido la tierra de Pessoa de sur a norte, propongo a mis amigos que hagan lo mismo, porque es un sueño. No hay que perderse de andar por Faro, Beja, Evora, Lisboa, Leira, Coimbra, Oporto, Braga, Viana do Castelo, y todo, todo lo demás. Es un país alucinante. Cada vez que voy a Europa, trato de hacer una pasada; a eso me ayuda tener allí buenos amigos.
P.: ¿Qué otro país recomendaría recorrer?
M.G.: México es un país de una belleza exultante. Lo conozco en su intimidad más plena. He recorrido sus 29 estados. Me enorgullezco de conocer a México palmo a palmo, como conozco a la Argentina. Esa forma de conocer es para mí lanzarse por los caminos en auto. Así he recorrido la Argentina y México, pero también buena parte de Europa. Y casi todos los Estados Unidos, he andado por unos 30 estados y descubierto lugares muy bellos. Claro, como en todos tengo hitos de viajero, tesoros de la propia memoria. En esa categoría podría citar unas vacaciones en Puerto Escondido o una temporada amorosa en Nueva York, y tendría instantáneas de momentos deliciosos en Brasil, Venezuela, Cuba, la República Checa. ¿Quién puede olvidarse de Praga luego de haber estado?
P.: Finalmente, resultó que es un viajero en serio.
M.G.: En serio y empedernido. Yo soy capaz de agarrar un coche y viajar 1.000, 1.200, 1.500 kilómetros por día, me engancho en ese vivir avanzando, cambiando de paisajes, absolutamente. Hace poco acabo de hacerlo.
P.: ¿Por dónde anduvo?
M.G.: Hice un recorrido encantador. Salí del norte de Portugal para luego seguir por Galicia, Extremadura, Andalucía, o sea que anduve por la frontera portuguesa-española. Resulta que tenía que ir a un congreso de las letras y aproveché para visitar amigos, y al final fue de nuevo un viaje de placer. Siempre trato de que sea así.
P.: ¿Tiene un viaje cercano?
M.G.: Sí, prácticamente ya, pero esta vez va a ser un trayecto latinoamericano: voy a salir desde nuestro norte y recorrer otros países ve-
cinos.
P.: ¿Qué está escribiendo ahora?
M.G.: Después de «Soñario», retomé una novela, pero si no avan-
zo en ella estoy pensando en un segundo libro que tenga que ver con viajes.
Entrevista de Máximo Soto

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