Los dilemas políticos del ajuste que se viene
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El Gobierno va y viene en torno a la cuestión. Avanza, muchas veces torpemente, duda y suele dar marcha atrás. La ortodoxia reprueba sus acciones por insuficientes. La oposición más dura, por inhumanas.
"No viene un ajuste. Ese fantasma que se viene agitando permanentemente es una lamentable bandera de aquellos que no pueden generar esperanza y solo quieren generar miedo. La Argentina después de las elecciones necesita seguir creciendo", dijo el jefe de Gabinete, Marcos Peña, ni bien terminó la cita en el CCK.
La de Peña fue una definición política de manual en plena campaña hacia la elección de octubre, pero que es ignorada (con el visto bueno del propio jefe de ministros, claro) en el palacio de Hacienda. "La meta de déficit primario de 3,2% para el año que viene sigue plenamente vigente", dicen allí sin sorprender.
¿Pero qué otra cosa es eso si no un ajuste, dado el rojo del 4,2% que dejará 2017, alrededor del 6% si se consideran los intereses de la deuda pública? Ese descenso de un punto, si bien gradual, no deja de ser una meta ambiciosa, más cuando los efectos extraordinarios del blanqueo de capitales ya no maquillarán las cuentas públicas en 2018.
La austeridad, repiten en la Casa Rosada, se concentrará en nuevos recortes a los subsidios de servicios públicos (tarifas en alza), en mayores ahorros en las empresas estatales (con Aerolíneas Argentinas y Fabricaciones Militares como estandartes) y, fundamentalmente, en "hacer más eficiente la maquinaria del Estado". En ese sentido, recuerdan que la orden de marzo de Mario Quintana de que cada ministerio dé de baja al menos diez programas poco útiles o superfluos sigue en pie y que se ejecutará después de las elecciones.
En los últimos días, varias carteras y hasta la Jefatura de Gabinete registraron el incremento de la actividad del Ministerio de Modernización, a cargo de Andrés Ibarra, con pedidos de información sobre organigramas y funcionamiento, una evidente avanzada hacia los recortes mencionados.
Pero el propio Gobierno desconcierta. Mientras una reducción del número de ministerios ya es vox populi y todo lo anterior se discute y se filtra para enviar señales, el propio Peña avala el nombramiento, pedido por el ministro de Transporte Guillermo Dietrich, de una directora de Movilidad en Bicicleta, en la órbita de la Dirección Nacional de Transporte No Motorizado de la Subsecretaría de Movilidad Urbana... ¿Será que generar espacios sorprendentes es un modo de facilitar la concreción de los diez recortes que se exigirán después del 22-O? Tejer y destejer. Como Penélope.
En el esfuerzo fiscal que viene, se promete no tocar el gasto social, pero cabe plantear dudas sobre lo que efectivamente ocurrirá cuando se recuerdan los tanteos, por ahora fallidos, de recalcular la fórmula de ajuste de las jubilaciones y de eliminar pensiones por discapacidad, por ejemplo. Esas idas y vueltas, expresión de las tensiones entre CEOs y políticos, generan un mar de fondo en la propia alianza oficial.
La reciente llegada de Fernando Sánchez a la Jefatura de Gabinete debe ser leída en ese contexto. Su mentora, Elisa Carrió, hizo pública en su momento la queja por ambas medidas y justificó su pedido de que se sume a aquel en la necesidad de contribuir con criterios políticos a la toma de decisiones. Un modo elegante de decir que es necesario contener los afanes del ala tecnocrática, que los vicejefes de Gabinete Quintana y Gustavo Lopetegui encarnan mejor que nadie.
Pero ambos son la voz de Peña en estéreo. Entonces, ¿acepta este a un hombre que, en definitiva, llega para controlar las iniciativas que él mismo le eleva al Presidente? Algo más que improbable.
El equilibrio es, como siempre en política, precario y de corto plazo. Hoy todo vale para contener a una Carrió que, cabe presumir, saldrá de la elección porteña más fuerte y decidida que nunca a imponer sus puntos de vista.
Lo dicho: habrá ajuste. ¿Pero cuál será el que surja de esas alquimias?
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