“Las dos finales del Mundo en las que me tocó estar (1986 y 1990) son los dos partidos más importantes que jugué en mi vida. No hay nada igual, no se parece a nada que haya jugado antes o después. Imagínense lo que deben sentir los 26 jugadores y todos los que están esperando la final con Francia...” Oscar Ruggeri es el dueño de esta frase y sabe de qué habla. Sólo él, Maradona, Burruchaga (Mundiales 86 y 90) y Luis “Doble Ancho” Monti (1930 para Argentina, 1934 para Italia) son los argentinos que jugaron dos finales del mundo. El domingo, cuando termine la final contra Francia, se les sumará Lionel Messi.
La final no es el final
Al igual que Maradona en 1986, Leo está rodeado de un conjunto con movimientos coordinados, con un estilo definido y con respuestas individuales y colectivas capaces de sobreponerse a cualquier adversidad.
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Argentina soñó, sufrió y festejo y volvió a ganar el Mundial después de 36 años
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Fue uno de los mejores tenistas de su generación pero las drogas, orgías y el derroche del dinero acabaron con su carrera
Esto que dice Ruggeri dispara muchos pensamientos. Uno de ellos, es el de que este partido, el más importante de las carreras de todos los que están en la Universidad de Qatar, el que los lanzará a la inmortalidad sin escalas, el que los hará entender --por si alguien no lo hizo todavía-- que en el futbol la gloria es tan importante como el dinero y que, al final del camino, si salvaste económicamente a tu familia, pero no jugaste donde y cómo querías, hay algo incompleto, hay algún casillero que faltará llenar. Por eso, Messi sueña con levantar la Copa del Mundo, por ejemplo, o, en términos más modestos, Di Maria anhela terminar su carrera en Rosario Central. O sea, el fútbol --sobre todo el de estos tiempos-- mueve mucho más dinero del que uno pudiera imaginar, pero la gloria y el desafío deportivo, lo lúdico, jamás pierde su lugar.
La Selección Argentina venía de una detonación interna. El Mundial del 2014 y las Copas América de 2015 y 2016 fueron excelentes presentaciones de nuestro equipo, pese a la derrota en las finales y que, por razones de fuerza mayor, hubo que cambiar de Sabella a Martino después de la Copa del Mundo de Brasil. Poco a poco, y más aún después de la muerte de Julio Grondona --30 de julio de 2014-- la dirigencia de la AFA comenzó a descascararse de tal modo que hasta hubo un interventor puesto por el Gobierno Nacional, como en los tiempos anteriores a 1978. Mientras todo esto ocurría, Claudio “Chiqui” Tapia (que ya era un dirigente muy vinculado a la Selección Argentina y respetado por los jugadores y hasta por el Tata Martino) fue juntando voto por voto para llegar a la presidencia de la AFA en cuanto todo se normalizara. Lo hizo el 29 de marzo de 2017, cuando ganó las elecciones con 40 votos y 3 abstenciones. Inmediatamente, designó a Edgardo Bauza como DT del equipo nacional y, posteriormente, a Jorge Sampaoli. El naufragio del Mundial 2018 fue el final de varios miembros de la anterior generación de jugadores y, lógicamente, de Sampaoli, a quien no había modo de respetarle el vinculo por 5 años que había firmado, por haber destruido la relación con su cuerpo técnico y varios de los mas importantes referentes del cuadro nacional. Entre ellos, por supuesto, Leo Messi.
Pero Tapia debe haber visto algo en Lionel Scaloni que el resto no vio. El actual e indiscutido DT de la Argentina que va a jugar la final del Mundial 2022 con Francia era el segundo ayudante de Sampaoli. Por alguna razón, sobrevivió a la implosión y empezó siendo --o al menos eso se decía entonces-- el DT interino. No tenia experiencia alguna y el único antecedente de un entrenador debutante en la Seleccion Argentina no era alentador. Humberto Maschio se retiró como futbolista en diciembre de 1968 y a comienzos de 1969 fue designado DT de la Selección Argentina que iba a disputar la clasificación al Mundial de México de 1970. Lo nombró Armando Ramos Ruiz, ex presidente de Racing e interventor de la AFA, puesto por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. El Bocha duró 4 partidos (2 victorias, 2 empates), pero Onganía echó a Ramos Ruiz y Maschio renunció. El resto, es historia conocida: fue la última vez que Argentina no se clasificó para una Copa del Mundo.
Nada se sabía del Scaloni DT, entonces. Sí sabíamos del jugador, de que había hecho una importante carrera en Europa y que se había formado como entrenador en ese continente. Sabedor de las consecuencias de la toma de decisiones fuertes en temas futboleros, Chiqui Tapia designó a Scaloni para “dirigir en la Copa América 2019”. El anuncio pasó de largo en la opinión pública porque, en esos días, todos estaban con la mente puesta en la final de Madrid entre River y Boca. Tampoco perdieron el tiempo con los juveniles. El trabajo de Pekerman y Tocalli había sido excelente, pero Grondona había decidido terminarlo después de los Juegos Olímpicos de 2008. Y, desde entonces, las cosas no habían ido bien por falta de conocimiento en juveniles de muchos de los que pasaron por el predio de Ezeiza. Haber reconstruido el futbol de selecciones juveniles tal vez sea el mayor logro que tiene para mostrar la AFA entre 2018 y 2022. Acaso el desastre del Mundial de Rusia esté vinculado directamente a esa falta de trabajo serio en juveniles o en la demora en el recambio.
Scaloni fue haciendo el recambio en la Selección, de a poco, con éxito variado. Estuvo a punto de quedar eliminado en primera ronda en la Copa América de 2019, hubo cortocircuitos entre el DT y algunos jugadores de la vieja guardia a quienes, supuestamente, Scaloni había venido a reemplazar. El tercer puesto en esa Copa no fue de lo mejor, pero ahí el DT plantó su semilla más valiosa: generó un vinculo importante con Leo Messi, vinculo que se solidificó por la presencia de Pablo Aimar, ídolo de la infancia del genio rosarino. Que en las charlas iniciales de Scaloni con Messi haya estado Pablo fue determinante para el voto de confianza de nuestro capitán hacia el entrenador.
Scaloni aprovechó muy bien cada recoveco del predio y de su función para construir a su Selección, para armar un esquema a gusto y placer. Tapia recién lo confirmó en el cargo a fines de 2019, pero nunca había tenido demasiadas ganas de buscar a otro. Puede que no sea el método de elección ideal --claramente no lo es--, pero a veces las cosas menos pensadas salen bien.
Ya puesto en funciones y sin dudas de que iba a llegar a Qatar 2022, Scaloni, Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala, mas un grupo de gente que incluye video analistas y un muy buen scouting, se pusieron a trabajar. Como las victorias y las vueltas olímpicas son las que legitiman los cargos y los ciclos (suena muy bien decir lo contrario, pero no es real), la Argentina de Scaloni y Messi metió un titulo histórico, tras 28 años de sequía: ganó la Copa América 2021 en el Maracaná y tuvo la épica de imponerse en una final a Brasil. Esa victoria enamoró a toda una generación de futboleros que jamás había visto triunfadora a la camiseta celeste y blanca, a pibes a los que las fotos de Maradona o Passarella cargando la Copa del Mundo eran historias fascinantes de padres y abuelos, pero que de ningún modo los representaban porque, para ellos, el que tenia que ganar y levantar una Copa era Messi y eso no estaba sucediendo.
De ahí en más, sin la oprobiosa mochila de que “la Selección Argentina lleva 28 años sin títulos”, todo fue mas sencillo. Algunos jugadores dieron un salto cualitativo en su carrera: Cuti Romero y Rodrigo de Paul, por ejemplo, fueron a clubes mas importantes que los que estaban, Dibu Martinez se afirmó en Aston Villa, Otamendi corrió riesgos en ir del City a Benfica, pero ganó continuidad y eso redundó en una calidad de juego acorde con la historia del puesto, Lautaro Martinez es uno de los mejores delanteros de Europa, Julian Alvarez se está imponiendo como un delantero de proyección difícil de mensurar, Enzo Fernández seguramente saldrá pronto de la liga portuguesa hacia una mas importante, Tagliafico pasó de Ajax al Lyon, Paredes juega en Juventus con Di Maria, Lisandro Martinez es uno de los principales defensores del Manchester United. Alexis Mac Allister no fue uno de los que ganó la Copa América, pero su grandiosa actualidad en el Brighton le dio una titularidad de la que hoy es imposible moverlo. Y, como si esto fuera poco, hay casos como los de Nahuel Molina y De Paul, de rendimientos irregulares en Atletico de Madrid, y que sin embargo, cuando se ponen la camiseta nacional, juegan a niveles que los convierten en piezas fundamentales.
Todo esto sucede, además y por si hiciera falta decirlo, alrededor de un Messi genio, líder, enfocado y con las ideas muy claras sobre el camino que hay que tomar. Al igual que Maradona en 1986, Leo está rodeado de un conjunto con movimientos coordinados, con un estilo definido y con respuestas individuales y colectivas capaces de sobreponerse a cualquier adversidad.
Por eso, y antes de que llegue la hora del choque con Francia, hay que decir enfáticamente que esta final no debe ser el final de nada, sino un pico altísimo en un camino que todavía tiene un largo trecho por recorrer. En el 78, Holanda le empató a la Argentina faltando muy poco y en el minuto 90 una pelota dio en el palo derecho de Fillol. El cuadro de Menotti necesitó de los 30 suplementarios para torcer la historia a su favor. Y en el 86, Alemania levantó un 0-2 y la Argentina de Bilardo y Maradona necesitó de una corrida histórica de Burruchaga para ganar la final.
Por haber construido un ciclo brillante ladrillo por ladrillo, después de haber partido desde un lugar complicado, por haber puesto en valor a jugadores que llegaron en puntas de pie y hoy, gracias a este equipo, son figuras mundiales, por tener a una de las mejores versiones de Messi --si no la mejor-- llevando adelante al conjunto aun en los peores momentos, y expandiendo una felicidad popular pocas veces vista, es indispensable tener claro que la final no es el final, sino una lujosísima estación intermedia de un equipo cuya historia continuará ilusionándonos a todos en cada cancha donde juegue y pase lo que pase desde las 12 de Argentina, en este 18 de diciembre de 2022.
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