2 de noviembre 2020 - 00:00

Guzmán, el blue y la estrategia "Victorinox"

Martín Guzmán.

Martín Guzmán.

Prensa Casa Rosada

Más que una victoria, lo de Guzmán con el dólar, dicen, es una “Victorinox”. Mundialmente conocida por ser una navaja multifunción, señalan que el ministro parece haber aceptado que hacen falta todos los recursos disponibles, todas las variantes para “cortar” la brecha del dólar. Es lo que seguirá buscando Martín Guzmán esta semana. Insistir (del latín “insistere”, que significa ponerse sobre y mantenerse), en este caso... que no habrá devaluación. El objetivo será, como mínimo, mantener o mejorar la brecha cambiaria, es decir, acortarla. El primer capítulo ya se ha escrito en los últimos días. Y hay heridos.

Por lo bajo, aquellos que tenían contratos de dólar futuro (en pesos) y torearon al BCRA con una apuesta a la devaluación que hasta ahora no terminó de cumplirse. En las últimas cinco ruedas, la cotización blue bajó de $195 a $169 (ayudó que fue la última semana de octubre). El contado con liquidación también retrocedió desde $169 a los $148. En la tierra del bimonetarismo, mientras los apólogos del dólar hacen olas y preanuncian naufragios con la cartografía del mercado del dólar futuro y electrocardiogramas varios de la caída de las reservas líquidas, Guzmán aparece encaramado en la proa del S.S. peso argentino. Insiste el ministro en que el mercado de deuda en pesos puede aportarle al Banco Central una salida elegante, gradual, nada para entusiasmarse demasiado, pero sí, quizás, suficiente para que el Tesoro emita señales de repago de una parte de las transferencias recibidas. Y quizás también para mejorar en algo la hoja de balance.

Una señal para aquellos que vienen “corriéndolo” al Gobierno con la amenaza de la emisión desmedida, el shock inflacionario y la ineludible devaluación. De todas formas, el costo invisible de la estrategia viene siendo alto. Las intervenciones del Gobierno vía ANSES o BCRA en el mercado de bonos implican endeudamiento a tasas elevadas. A eso se suma una dinámica preocupante: se pierden reservas. Esto podría decantar en una especie de punto de no retorno. Por un lado, se entra en una dinámica más compleja, porque a medida que se pierden dólares, se aplican mayores restricciones para los importadores), lo que debilita aún más la posición del BCRA en términos de credibilidad, ya que, incluso si devaluase la moneda, no garantizaría un freno a la corrida. El segundo efecto es todavía más severo: cuanto más lento, burocrático, artificial sea el acceso de los importadores a los dólares oficiales, mayores serán los problemas de abastecimiento de bienes y servicios importados, es decir, más directa será la relación entre el nivel y la evolución de los dólares no oficiales con la tasa de inflación futura. Más riesgos: la deuda que se está tomando tiene como característica principal que está atada al tipo de cambio y a la inflación. Esas colocaciones de deuda se hacen, en gran medida, con liquidez proveniente del desarme de Letras de Liquidez (Leliq), ergo, el Tesoro “no esteriliza”, lo que mueve a horror a algunos monetaristas.

Así y todo, el Gobierno pondrá en marcha su fase dos. Ha ido tomando cuerpo la idea de que existe un mercado de deuda que podría seguir respondiendo a las iniciativas del equipo económico. La astilla en el dedo gordo es que el “bono estrella” de Economía viene siendo, paradoja mediante, el bono (en pesos) que está atado al dólar. En el mes de noviembre, el Palacio de Hacienda deberá afrontar vencimientos por unos $340.000 millones. Buscará deuda para tal fin. Además, en la semana del 9 de noviembre realizará una colocación de bonos en dólares (link) dedicado a los fondos Templeton y PIMCO. La madre de las batallas es que se vienen meses de cuantiosa erogación para las arcas públicas. Salarios, aguinaldos, jubilaciones, etc. Si la decisión es emitir poco y financiarse en el mercado de deuda, calculan que esa búsqueda deberá proveer $1,5 billones en el bimestre noviembre-diciembre.

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