25 de octubre 2021 - 00:00

Argentina y el FMI: una historia sin fin

La catarata de casi u$s40.000 millones que vencen con ese organismo en los apretados próximos dos años va a llevar a que no quepa más remedio que poner quinta velocidad, y firmar, lamentablemente casi sin poder leer –y mucho menos protestar– la letra chica.

Kristalina Georgieva. 

Kristalina Georgieva. 

Ya faltan solo escasas tres semanas para las elecciones. Las mismas pasarán y muy probablemente quienes esperan un caos devaluatorio e inflacionario tras los comicios, encabezados por la viperina (su símbolo es… ¡una serpiente!) vertiente libertaria se vean defraudados en sus expectativas. La economía no parece encaminarse a un caos de suba de dólar y de precios desenfrenados, pero si a problemas que va a haber que solucionar sin demora. La negociación con el FMI ahora sí, ya no admite más esperas ni dilaciones.

La catarata de casi u$s40.000 millones que vencen con ese organismo en los apretados próximos dos años va a llevar a que no quepa más remedio que poner quinta velocidad, y firmar, lamentablemente casi sin poder leer –y mucho menos protestar– la letra chica. Ocurre que el Gobierno rehusó tratar este tema en 2020 y 2021 porque políticamente lo colocaba en aprietos debido a disidencias internas de la coalición. El Frente de Todos es mucho más heterogéneo que Juntos por el Cambio, factor que hacía que muchos de sus integrantes del ala izquierda no hayan querido ni oír hablar del FMI.

Sorprendentemente, el Gobierno en vez de ir a fondo contra ese encaprichamiento casi adolescente de parte de sus integrantes del ala izquierda intentó apaciguarlos demorando y demorando la negociación, apoyado erróneamente por la representación argentina en el FMI, que en todo momento fomentó sin formular críticas ni alertar acerca de la proximidad de problemas en caso de demoras, la dilación indefinida de una negociación. La misma, debió efectuarse lo más cerca posible del inicio de este Gobierno por una simple y sencilla causa: como el préstamo del FMI fue otorgado con criterio político, excediendo sus condiciones financieras –sobre todo las referentes al monto– todos los reglamentos y estatutos de esa entidad, una negociación temprana podía levantar esas banderas para presionar al organismo a fin de lograr una buena cantidad de ventajas que ahora no solo deberán resignarse. También habrá que soportar presiones, cuando las cosas debieron haber sido precisamente al revés. Este es el costo que lamentablemente hay que pagar para mantener a una irrealista ala izquierda del Frente de Todos en quiméricos sueños imposibles.

Sería saludable reeducar de una vez por todas a este sector para que el país deje de perder dinero, porque si hay algo que queda claro, es que todo esto no es gratis para Argentina, sino que va a costar millones y millones de dólares. Quien duda al respecto puede por ejemplo ver como el organismo falló contra la posición argentina a la hora de decidir si recortar o no las sobretasas de interés que cobra por sus créditos. Era una batalla prácticamente perdida de antemano que nunca debió haberse librado. Fueron energías desperdiciadas en pos de nada. El problema mayor que tiene nuestra situación con el FMI es que nos obliga a estar pendientemente negociando con el organismo así como están las cosas, y no las tasas de interés, que son un problema de segundo orden y mucho más difícil de resolver. Veamos por qué:

El FMI puede prestarnos dinero por dos canales. Uno es a través del créditos stand by de 3 años de duración y otro –el más largo– es el acuerdo de Facilidades Extendidas a 5 años. En principio, los estatutos del FMI no prevén la existencia de créditos de mayor duración que 5 años, aunque –atención a esto– nada tampoco en los estatutos prohíbe taxativamente que los haya. Pero así como están las cosas, para lograr la aprobación de un crédito por plazo extraordinario se necesitaría de un intenso lobby no en los corredores y pasillos internos del FMI, como se hizo y muy mal para intentar que nos reduzcan las sobretasas de interés, sino con los socios mayoritarios del FMI, en forma reservada uno por uno y en sus respectivos países. Nunca en el menjunje –esa es la palabra– multinacional de la sede del FMI que parece las Naciones Unidas porque el FMI emplea gente de todo el mundo como casi todos los organismos internacionales.

Dilatar el plazo y espaciar los vencimientos de capital le habría permitido al país independizar en alguna medida sus políticas económicas internas de las propias presiones del FMI y centralizar más las decisiones de política económica en Buenos Aires y menos en Washington D.C. como lamentablemente van a estar de manera creciente a partir del momento en que se firme la renovación del acuerdo y empiece la refinanciación de vencimientos. En vez de hacer eso, Argentina “se fue al humo” primero con los funcionarios técnicos del FMI –quienes nada pueden hacer– y luego con los propios integrantes del Board del FMI –que lo único que pueden hacer es transmitir a los secretarios del Tesoro de los respectivos países– la iniciativa argentina. Y generalmente tarde y de manera deficiente. Casi podría decirse burocráticamente. Porque no hay que engañarse: en el mundo desarrollado, donde se encuentran los principales socios accionistas del FMI, esa entidad es vista cada vez más como un ente de segundo orden destinado con el tiempo a volverse como tantos otros organismos que en su momento fueron creados, cumplieron –bien o mal– su función, luego el tiempo perimió, pero nadie se atrevió hasta el momento firmar su certificado de defunción. Por lo tanto no es casualidad que la actual chairman del FMI provenga de Bulgaria -un país de segundo orden del ya segundo orden al que pertenece Europa Oriental– cuando hasta hace muy poco ese puesto era ocupado en forma ininterrumpida por franceses o alemanes.

El hecho de que el FMI se haya “tercermundizado” debió habernos alertado de que toda iniciativa que Argentina intente a través del organismo pero que necesite del visto bueno de los accionistas de la entidad va a demorar mucho más tiempo. Pocos son quienes dan urgencia y relevancia a lo que pasa dentro de los muros del FMI en EE.UU., Europa Occidental y Japón. Incluso muchas veces los casos puntuales ni siquiera se examinan por funcionarios nacionales de primera jerarquía, sino que se derivan a técnicos subalternos que la mayoría de las veces van a apegarse a las normas ya vigentes, lo que les garantía la continuidad en sus puestos. Si se pretendía prolongar los plazos, o incluso bajar las sobretasas, era necesario “zamarrear del árbol”, vale decir, plantarse en Washington y en las capitales europeas hasta que los respectivos Secretarios del Tesoro atiendan a funcionarios argentinos de primera línea con el fin de negociar cambios en el FMI que requerirían de la aprobación previa de sus socios miembros. Porque, seamos francos, ¿de qué ha servido postergar, postergar y postergar la negociación si ese tiempo no se utilizó para vencer las resistencias de los mayores accionistas del FMI con el fin de modificar cláusulas financieras? ¿Se ha ganado o perdido ese tiempo ahora que queda claro que las tasas de interés serán las mismas y el plazo no podrá exceder los 5 años? Francamente, si Argentina va a seguir negociando con el FMI con este nivel de automaticidad la renovación de sus créditos valdría la pena reemplazar nuestra representación en el organismo por una máquina expendedora de gaseosas. Las máquinas por lo menos, no se equivocan…

Argentina, lamentablemente no hizo los deberes con el FMI. Tras las elecciones habrá que negociar con la velocidad del rayo para tener todo firmado y en marcha en marzo. El principal costo de esto no va a ser la erogación extra de dólares por las sobretasas, sino el fatigoso hecho de tener que negociar con el organismo todo, todo el tiempo, por todos los vencimientos. Y cuando decimos “todo” nos referimos también a la política macroeconómica que aunque es elaborada por el país es sin dudas monitoreada por el FMI que permanentemente puede poner reparos y piedras en el camino a cualquier iniciativa. Y no solo la que los altos funcionarios de los países miembros consideren fuera de foco, sino las que sus humildes técnicos originarios de países más tercermundistas que Argentina, consideren como obstáculos de políticas “saludables”.

Nos hemos equivocado, y mucho. Desde 2022 recién vamos a notar la magnitud del error porque 2020 y 2021 fueron una especie de “piedra libre” para los pagos al FMI. Ahora va a haber que pagar todo, todo el tiempo. Y renegociar todo, todo el tiempo. Vamos a ver cómo nos va.

Embed

Walter Graziano y Asociados

macroeconomía - finanzas -
inversiones - situación política -
charlas individuales o en empresas

we speak english - viajamos al interior

[email protected]

Te puede interesar