7 de junio 2007 - 00:00

¿Perderá la Argentina tren de los biocombustibles?

Mientras para algunos el repentino auge de los combustibles vegetales responde simplemente a la necesidad de varios de los países más poderosos del G-7 de reducir las ayudas oficiales -subsidios-a sus propios agricultores (lo que es más que evidente que ya se logró con la escalada de los precios internacionales de los granos, ante la irrupción de esta nueva demanda); para otros, la razón se ubica, más bien, en el tablero de las complejas «movidas» de la geopolítica. No es ningún secreto el costo que, tanto los Estados Unidos como sus principales aliados europeos, tuvieron en los últimos conflictos bélicos en Medio y Cercano Oriente, desde la Guerra del Golfo hasta Irán-Irak, pasando por Kuwait.

Tampoco sería novedoso sostener que a George Bush le agradaría, por ejemplo, que el petróleo del mandatario bolivariano Hugo Chávez perdiera importancia relativa frente a otros combustibles alternativos que, para colmo, aparecen ante la sociedad como menos contaminantes y, como si fuera poco, «renovables», mientras que el combustible fósil no lo es.

En realidad, la sumatoria de ambas razones arroja ganancias tan plenas, especialmente la última, que justificaría totalmente que, después de décadas de contar con la tecnología, la materia prima y con el conocimiento, finalmente se produjera el despegue mundial de los biocombustibles que se está viviendo en el último año. Pero el impacto fue tan repentino y masivo que, por un lado, desacomodó a sectores y políticos y, además, abrió profundos interrogantes tecnológicos aún sin respuesta, ya que no hubo tiempo material para buscarlas.

Mientras algunos plantean «comida sí; biocombustibles no», partiendo del hecho de que las dos demandas confluyen sobre el mismo producto, los granos, y defienden su postura destacando que el aumento en los precios agrícolas «encarece» la comida de los países pobres; hay otros que, partiendo de prácticamente los mismos fundamentos, llegan a conclusiones exactamente opuestas. Este grupo mira, más bien, la mejora económica que se puede registrar en los países que ya son productores agrícolas, y en los que se podrán incorporar a este grupo a partir de las excelentes condiciones del mercado internacional y que, mayoritariamente, son países pobres o en vías de desarrollo.

  • Cautela

    En medio, hasta los fundamentalistas se mueven con cierta cautela. En la Argentina, por caso, consideran que será imposible luchar contra esta ola mundial. En ese caso, sería absurdo oponerse a las inversiones para elaborar biocombustibles, pues entonces la demanda internacional se llevaría los granos locales para darles valor agregado en otros países. Demasiada pérdida. El caso local merece, además, otras lecturas.

    Es que si bien ya hay alrededor de una docena de grandes plantas en marcha (y cerca de 50 pequeñas) mayoritariamente en los alrededores de Rosario, en todos los casos se trata de capitales locales (Eurnekian, AGD, Vicentín), o grupos internacionales que ya trabajan en la Argentina (Dreyfus, Molinos, Glencore, Bunge).

    En ningún caso aparecieron aún grandes capitales del exterior, como sí ya ocurrió en la India o en Brasil, especialmente tras el acuerdo entre los presidentes Lula y Bush de marzo (por caso, Soros anunció ayer una inversión de casi u$s 1.000 millones y 150.000 hectáreas para agricultura en el principal socio del Mercosur). Es que, si bien, y por ley, para 2010 la Argentina deberá utilizar, por lo menos, 800.000 toneladas de biodiésel y bioetanol, la historia reciente de escaso respeto a algunas normas alienta no pocas dudas.

    A su vez, las grandes inversiones se orientan mayoritariamente hacia la exportación y, en este sentido, casi nadie se anima a rubricar que, para cuando llegue ese momento, no vaya a haber una suba de retenciones o un cierre de las ventas al exterior, como ya ocurrió con otros rubros y productos. Naturalmente, para una inversión que, en general, ronda los u$s 30 millones por planta, estos elementos pesan y, hasta ahora, no ayudaron para atraer este tipo de capitales, aun con las ventajas productivas que tiene la Argentina.

    Sin embargo, para los que ya están en el país, el caso es algo distinto, especialmente para los capitales que conforman el poderoso y estratégico «grupo aceitero» que es, además, el sector que justifica las mayores inversiones y el mayor monto de ingreso de divisas anuales que tiene el país.

    Ahora, con la inversión adicional que les significa anexar la parte de producción de combustibles a las plantas de aceites, naturalmente consolidarían sustancialmente esta posición. Sin embargo, la acción de este sector parece que no alcanzará para que la Argentina se ubique entre los primeros países en esta materia, a pesar de sus ventajas. ¿Se va a volver a perder el tren?
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