En la Argentina hay que estar permanentemente quemando los manuales. Prueba de eso es lo impredecible que fue el resultado de las PASO, que mostró una fragmentación en tercios con un claro ganador como Javier Milei metiéndose sorpresivamente en la discusión presidencial. Y, luego, coronado por una inesperada remontada del peronismo que ofreció una postal de recuperación única que tampoco estaba en ningún radar. Una lección para el outsider: nunca es conveniente almorzarse la cena. Ahora empieza otra campaña que no tiene ninguna similitud con lo que vimos. El envión ahora favorece al político profesional.
Campaña: el riesgo de almorzarse la cena
Con el triunfo de Sergio Massa y el ingreso de Javier Milei en la discusión presidencial, se inaugura una etapa totalmente diferente para los próximos 30 días de cara al balotaje.
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En los cálculos previos, la aritmética marcaba que con una diferencia mayor a los seis puntos, y que superara la barrera de los 35, despedía un perfume de partido definido, de cara a una segunda vuelta. Lo mismo equivaldría a la inversa pese a que todos esperaban que fuese el libertario el que continuara en su estrella ascendente. El voto en blanco en el balotaje o el ausentismo tributan para el ganador de ayer.
Sergio Massa logra el milagro: en una economía extenuada de malas noticias, consigue hacer valer los fierros del PJ, lleva adelante la campaña más profesional de los tres candidatos principales y se alza con un triunfo que lo pone a las puertas del liderazgo del peronismo y a un paso de la hazaña que también exigirá, de materializarse, papers que lo analicen. Todo eso siendo ministro de Economía, lo que rompe ya no un mito, sino casi la Ley de Gravedad.
Milei deberá decidir si comienza a trabajar una campaña que le permita romper su techo, que se demostró idéntico a su piso. Párrafo aparte merece la quema de un cajón de Herminio por día que él y sus dirigentes ofrecieron al electorado, confiados en que sin una campaña ordenada habían llegado a liderar las preferencias. Alguna señal quedó plasmada en su discurso anoche, cuando abrió los brazos a los votantes de Juntos por el Cambio y llamó a “terminar con una organización criminal”, identificando al kirchnerismo como su claro enemigo. No le quedará otro camino para sumar que apoderarse del slogan de cambio de Juntos y moderar exabruptos para intentar atraer al votante de Patricia Bullrich apelando a una mayor dosis de antiperonismo que de temor hacia un salto al vacío. Inimaginable cómo desandará el camino de salvajadas con las que calificó a Juntos después de caracterizarlos como “peores” que el kirchnerismo.
La errática campaña de Bullrich le pasó factura viendo licuar el capital político de la fuerza que fue gobierno y que se mantuvo como la principal referencia opositora. A partir de mañana empieza la diáspora que podrá tener a la UCR buscando un nuevo futuro en el ideario de un regreso al bipartidismo. Mauricio Macri puso cara de situación junto a la candidata que aceptaba la derrota pero emitía un discurso de ratificación de un rumbo que ya no está del todo claro como coalición electoral. El expresidente fue el verdugo de su linaje interno y leerá el timming para finalmente terminar apoyando al libertario, a quien podría rellenarle ministerios de su propia cantera. Es el giro lógico del PRO y el pacto en ciernes que más que novedoso será un blanqueo. Habrá que ver cómo recibe eso la Coalición Cívica y el radicalismo que ya se mostró con anticuerpos a lo que Mieli representa. También será impagable asistir al espectáculo de ver cómo se arriman dirigentes que hasta anoche sostenían que el massismo era el titiritero de Milei. La Argentina nunca es aburrida.
En la nueva campaña, Massa apelará a lo obvio. Al cordobesismo de Juan Schiaretti, a la izquierda y a los radicales puede formalmente tentarlos con un gobierno de unidad nacional que no los prive de algún protagonismo a futuro. Por lo demás, rompió un mito de la política argentina que anulaba chances electorales a un ministro de Economía en el estado de cuidados paliativos en la que está. El talento de Massa está en vender futuro, difuminar el presente para que sea digerible y aceptar la apelación a la nostalgia que le ofrece el kirchnerismo con dosis quirúrgicas de reivindicación que atiendan sensibilidades. El fenómeno generó que anoche ganara, en los papeles, el Gobierno al que nadie, salvo Alberto Fernández, reivindica y del que Massa se despega pero integra en un rol fundamental. Ese experimento es otra novedad de esta campaña.
Anoche, en su discurso, hábilmente Massa habló de un “régimen laboral moderno” y a “abrir una nueva etapa institucional” abordando temas hace más de una década parecen un tabú para el Gobierno. Milei apuntará a ponerle adelante al kirchnerismo, en todo momento, para excitar los márgenes de rechazo. El ministro candidato deslizó el “fin de la grieta”. Eso puede reinterpretarse como el corrimiento a los márgenes del kirchnerismo. Si eso se instala como narrativa de campaña, el antikirchnerismo pasa a ser igual de marginal.
En lo terrenal, si el PJ había jugado en las PASO a “cuidar” los votos de Milei, eso había que descontarlo para la jornada de ayer. La emancipación en el liderazgo de Axel Kicillof es la otra novedad para tomar nota no tanto por el mínimo porcentaje al que redujo a sus adversarios para obtener su reelección, sino porque pudo desembarazarse de escándalos varios y emerge como un pivot clave si Massa termina presidiendo. Se ayudaron mutuamente y neutralizaron los tiros en el pie.
El nuevo escenario inaugura una campaña distinta, en un contexto novedoso para la política argentina que fulmina las predicciones, conjura el determinismo de las PASO y que terminará fabricando un nuevo liderazgo. Ganará el que mejor interprete la necesidad de certezas de la sociedad sin llegar a hartar en estos próximos 30 días de campaña fundamentales para el futuro político de la Argentina.
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