2 de enero 2019 - 00:03

"No quise nunca pintar a un depravado, sólo interpelar"

El título hace alusión a los padecimientos de un sacerdote católico por sus impulsivos deseos sexuales y al conflicto que vive entre ser alguien éticamente respetable y la dificultad para serlo.

Boari. Ya desde Freud los psicoanalistas hacen literatura. 
Boari. "Ya desde Freud los psicoanalistas hacen literatura". 

“Al principio pensé que se llamara ‘Descendió a los infiernos’, en realidad no llega a eso, sólo padece de tentaciones y el drama interior de ser un sacerdote y tener tentaciones mundanas que se vuelven acuciantes, sufre de estar atrapado en los misteriosos claroscuros del cuerpo y de la mente” señala Domingo Boari sobre su novela “El Aguijón” (Leviatán). Boari es psicoanalista y ha publicado con anterioridad “En los límites de lo posible”, “Sentir lo que sentimos”, “Historias de carne y hueso”. Dialogamos con él.

Periodista: ¿Pareciera que hace una década el psicoanalista Gabriel Rolón con “Historias de diván” abrió el interés general por los casos de pacientes contados narrativamente?

Domingo Boari: Eso viene de lejos. Sigmund Freud, junto a sus investigaciones teóricas, cuenta casos de pacientes narrados atractivamente, al punto que en 1930 ganó el premio de literatura Goethe por su calidad narrativa, su aporte a la ciencia y al conocimiento del hombre. Creo que es a partir de esos trabajos de Freud que se instala una tradición. En mi caso siempre escribí casos clínicos para elaborar lo que sucedía al paciente, para debatir con otros psicoanalistas, o para difundir, manteniendo el secreto profesional, el trabajo de superación de los padecimientos. Contar cómo se pudo salir de un sentimiento penoso. Hace unos cinco años compilé once ‘Historias de carne y hueso’ contadas por un grupo de colegas, ocho psicoanalistas, entre los que no dejé de incluirme. Se buscó mostrar que, cuanto más sabemos de nosotros mismos, más podemos ser autores de nuestra propia historia. Convencidos de la existencia del inconsciente y de que sabiendo más de uno mismo se puede tener una vida mejor. El deseo de difundir el trabajo que se realiza, fuera del mundo profesional, lleva a escribir de un modo más amplio, más sencillo, menos técnico. Pero no por eso hay que caer en escribir libros de autoayuda. Hay obras como ‘Un año con Schopenhauer’ y ‘El día que Nietzsche lloró’ de Irvin D. Yalom que muestra la forma en que un profesional de la psicoterapia desnuda lo que él piensa a partir de relatos atrapantes. Por tanto, por qué, si me gusta contar, no andar por ese camino. Y justamente cuando había terminado “Sentimos lo que sentimos”, un libro de ensayos que me había llevado muchos años.

P.: Para “El aguijón”¿partió de su trabajo con un paciente? ¿Traslada su trabajo a una psicoanalista que atiende al Padre Pablo?

  • B.: Es una novela. Yo creí que escribiendo ficción me iba a sentir más libre, pero uno se siente maniatado por un montón de otras cosas. Yo envidaba a los escritores, pensaba que les podían hacer decir a un personaje cualquier cosa sin tener que fundamentarlo. Era como si, en algunos casos, decidían que el personaje fuera de determinada forma porque se les ocurría así, porque les gustaba así como le podía gustar tal 10 de un equipo de fútbol, y no necesariamente de ese del que eran fanáticos. Pensaba que como profesional uno tiene que dar argumentos, fundamentar, relacionar con otros casos, señalar colegas que trabajaron el mismo asunto. Pensaba que el personaje puede decir lo que se le ocurre. Y no. La coherencia interna del personaje, lo que es y lo que hace Pablo, ese sacerdote de 45 años que atiende una iglesita en un pueblo de provincia, va imponiendo actitudes, el peso de su historia personal. En una primera escritura me sucedió que empecé a ver momentos que no cerraban. Hice la prueba de dar a leer, y en esos tramos donde yo había justamente dudado me dijeron: esto no va, esto no tiene nada que ver. No había hablado el personaje, me había metido a hablar yo. Bueno, me fui amigando con el personaje. Y mostró su lucha por buscar la autenticidad de saber qué es lo que siente realmente.

P.: ¿Se refiere a los padecimientos de un sacerdote católico por sus impulsivos deseos sexuales? ¿Es ese el “Aguijón” del título de su novela?

  • B.: Al conflicto que vive entre ser alguien éticamente respetable y la dificultad para serlo. Es lo mismo que le sucede a las personas que son compulsivamente infieles y les duele serlo. La lucha con el cómo puede hacer, hacerme, hacerle esto. En el caso de Pablo siente aquello que confiesa San Pablo, que tiene un aguijón, un representante de Satanás encargado de hacerme sufrir para que no me enorgullezca, de quién soy si tengo tentaciones incesantes.

P.: En tiempos en que hay sacerdotes que van presos por pedofilia, lo de Pablo parece un pecado menor..

  • B.: Es heterosexual, lo tienta la cerveza, poca cosa. Al comienzo está en el baño de una estación y ve como un hombre mayor que está haciendo un arreglo sexual con un taxi boy, el que piense por ese lado se equivoca. Yo no busqué pintar a un depravado, alguien tan disociado como para reiterarse en delitos aberrantes. A mí me interesaba que el lector pudiera identificarse con el drama interior de Pablo, el querer ser lo que no puede ser, que está más allá de tener que mantener la castidad. Tengo bien conocidos los padecimientos de las personas religiosas, primos curas, hermana monja.

P.: ¿Ahora qué está escribiendo?

  • B.: Una historia que yo veo relaciona con “El inglés de los huesos”. Me interesó el caso de personas que fueron presionadas de forma enloquecedora para estudiar inglés. Por caso un obsesivo que no puede pronunciar bien ciertas palabras y le agarra un ataque de pánico, alguien que tiene que medir lo que sabe con un CEO londinense que llega al país. Y otras historias.

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