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Cumbre de Santiago puso un freno a las ambiciones de Chávez

Evo Morales, presidente de Bolivia.
El canciller chileno, Alejandro Foxley, relató ayer con llamativa claridad las diferencias que se expresaron en la cumbre del lunes.
Consultado sobre la pretensión del bolivariano de condenar a la Casa Blanca, el jefe de la diplomacia chilena reconoció que «hay puntos de vista distintos. Quiero decir que no compartimos el planteamiento que él hace, creemos que los problemas de la región hay que solucionarlos en la región. A mí no me gusta andar responsabilizando a otros», indicó. «El tono (de Chávez) no me pareció el más propicio para construir un acuerdo. Afortunadamente no fue acompañado por el resto», añadió.
Más allá de que no aludió a Estados Unidos y encapsuló el problema de Bolivia dentro de las fronteras de ese país, la dureza de la « Declaración de La Moneda» es notable, tanto que ayer permitió a Evo Morales apretar el acelerador con la detención del prefecto de Pando, Leopoldo Fernández (ver nota aparte). El texto, un verdadero ultimátum a los sectores más recalcitrantes de la oposición boliviana, recogió todas las demandas de Morales, como la de supeditar cualquier negociación con aquélla a la devolución de las dependencias estatales ocupadas por militantes autonomistas en varias regiones.
También esa postura dura de la Unasur apuntóa restarle a Chávez influencia sobre La Paz. Morales encuentra hoy una mayor garantía de supervivencia política en el apoyo de sus colegas moderados que en las bravatas del venezolano, que han incluido una amenaza de intervención militar que no hizo más que dividir de modo absurdo y peligroso a las FF.AA. de Bolivia.
Con todo, dentro del bloque anti-Chávez, funcionó con especial vigor el tándem Argentina-Brasil. Es que Bachelet y Uribe querían incluir a la Organización de Estados Americanos (OEA) en la ofensiva diplomática, lo que fue rechazado por Cristina y Lula, quienes entendieron que eso habría implicado abrirle la puerta a Washington para intervenir en la crisis boliviana.
Queda pendiente ahora una definición inteligente sobre cuál será el destino del ingreso de Venezuela al Mercosur. En ocasión de hacerse cargo de la presidencia pro tempore del bloque a principios de julio, Lula da Silva le prometió a Chávez activar antes de año la cuestión en el Congreso brasileño. Pero, en verdad, hasta ahora ha sido más bien moroso en la cuestión.
Mientras, la asunción de Fernando Lugo en Paraguay le generó al bolivariano la expectativa de que el tema se destrabara en el legislativo de ese país. Pero el ex obispo no tiene mayoría en el Congreso y, no bien asumió, debió enfrentar una crisis grave en el Senado que demostró que, aun si lo quisiera, no está en condiciones de garantizarle nada a nadie en ese terreno.
La pregunta de fondo es si al Mercosur Chávez hoy le suma algo; un presidente que casi desata este año una guerra con Colombia -por la incursión de tropas de ese país en Ecuador durante un operativo contra las FARC-y que acaba de expulsar al embajador de Estados Unidos y amenazar con invadir Bolivia. La respuesta cae de madura.
Con el petróleo más cerca de los 90 dólares que de los 150 que marcaron el apogeo de su influencia regional, Chávez, corto de fondos, enfrenta sus horas más difíciles. Las elecciones regionales de noviembre no le auguran, por ahora, buenas noticias. ¿Habrá llegado para él la hora del ocaso? Esa posibilidad se presiente, y quienes hasta ayer lo acompañaban sin fisuras hoy muestran dudas. Evo acaba de dar en Santiago un indicio de posible independencia. Correa lo contradijo también apenas pisó la capital chilena el lunes, al afirmar que no tiene « evidencia de que Estados Unidos esté financiando a grupos para desestabilizar al gobierno»
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