11 de mayo 2010 - 00:00

“Don Giovanni” se quedó sin Sevilla y sin lógica

Don Giovanni caracterizado como un sex symbol actual, en una puesta con bañistas, travestis y Leporello pateando una pelota.
Don Giovanni caracterizado como un sex symbol actual, en una puesta con bañistas, travestis y Leporello pateando una pelota.
«Don Giovanni». Drama jocoso en dos actos. Lib.: L. Da Ponte. Mús.: W. A. Mozart. Dir. mus.: A. Juncos. Dir. esc.: D. Suárez Marzal. Esc.: N. Boni. Vest.: M. Zuccheri. Coro y Orquesta Estables. Dir. Coro: M. Martínez. (Teatro Argentino de La Plata).

Una nueva producción de «Don Giovanni», de Mozart ocupó la segunda fecha de la temporada lírica del Teatro Argentino platense. Una de las mayores contribuciones operísticas de Mozart a la historia, otra vez se le confió la puesta en escena a Daniel Suárez Marzal, quien ya lo había hecho en la temporada de 2003. Algunos artistas padecen una suerte neurosis recurrente que hacen que tengan como objetivo cambiar época y significaciones de las óperas que tienen entre manos. Esto no sólo sucede entre nosotros sino también a nivel internacional.

El caso de Suárez Marzal se ajusta bastante a esa categoría de régisseurs. De triste recuerdo sus realizaciones de una «Traviata» en el Luna Park y de un «Holandés errante» en el Teatro Colón, ahora vuelve a asombrarnos con la régie de «Don Giovanni» y no precisamente bien. Cuando termina la función se tiene la casi certeza de que se han reído de los espectadores y algo más grave aun: de la genialidad de Mozart, lo que no es poco.

En un marco escenográfico gris (de Nicolás Boni) que evoca el cine expresionista alemán con sus plataformas diagonales, paredones en perspectiva y muchas puertas, Suárez Marzal desarrolla la historia del singular conquistador con arbitrariedad espacial y geográfica, ya que la Sevilla del argumento original no aparece nunca. El mal gusto, la vulgaridad y la falta de lógica son elementos frecuentes en la puesta. Como ejemplo digamos que Leporello entra en el primer y segundo acto pateando una pelota de fútbol muy estilo mundial de Sudáfrica (¿será en adhesión?), algunas escenas con la participación de dos travestis que no se sabe muy bien para qué están, un conjunto de bañistas que bailan algunos pasitos mientras el bajo canta su famosísima «Serenata», un Comendador que no es una estatua de mármol sino el mismo cantante que lo interpreta y aparece iluminado en contrapicado desde la misma tumba, que abren los figurantes, en un prodigio de bizarrería y mal gusto. Como en la «Lucía» del año anterior en La Plata, seguir enumerando barbaridades agota. Mejor olvidar todo cuando la función cierra su telón final.

Musicalmente hubo aspectos rescatables, aunque no todos. Andrés Juncos dirigió la Orquesta Estable sin demasiado relieve. «Tempi» lentos al comienzo, luego la versión fue adquiriendo mayor enjundia, sin lograr nunca una edición brillante. Los cantantes, algunos valiosos, nunca conformaron un equipo mozartiano que es lo que se pretende ya a esta altura de los hechos. Cada uno hizo lo que pudo en medio de una puesta que seguramente los distraía de sus labores como cantantes. Carla Filipcic Holm siempre rutilante cantó una apasionada Doña Elvira, con gran volumen y extrema musicalidad. Fernando Radó es un cantante muy joven y apuesto. La régie lo caracterizó como un «sex-symbol» de nuestra época, y quizá no estuvo mal, pero descuidó su actuación que fue siempre amanerada y con gestos repetidos.

Vocalmente el bajo argentino rindió muy bien, muy musical y con un canto muy articulado. También fue buena la participación del barítono Ricardo Serguei en lo vocal, pero fue marcado desde el punto de vista actoral con tantos mohines gratuitos que su labor se desmereció. María Bugallo luchó con la tesitura de su Doña Ana y nunca logró sobrellevarla. Los demás hicieron lo que pudieron dentro de ese universo absurdo propuesto desde la régie.

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