10 de noviembre 2010 - 00:00

Fuguet: “No soy un psicópata por contar temas privados”

Alberto Fuguet: «Yo le mostré el libro a mi familia, pero no estaba dispuesto a censurarlo. Tanto a mi padre como a Carlos, mi tío, el protagonista, que son los dos más involucrados, les encantó».
Alberto Fuguet: «Yo le mostré el libro a mi familia, pero no estaba dispuesto a censurarlo. Tanto a mi padre como a Carlos, mi tío, el protagonista, que son los dos más involucrados, les encantó».
Al escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet se lo considera un provocador, odiado, temido y admirado, un renovador de la narrativa de su país. Con su novelas «Mala Onda», «Tinta Roja», «Road Story», entre otras, y, sobre todo,con la antología «McOndo», buscó establecer un universo narrativo diferente al del «boom de la literatura latinoamericana». En su nuevo libro «Missing (una investigación)», una «novela de no ficción» que publicó Alfaguara, cuenta sobre su tío Carlos, que se pierde en Estados Unidos por voluntad propia y por peleas familiares, y él sale a buscarlo. «Carlos es la contracara del sueño americano, es un inmigrante chileno que perdió sus raíces y se volvió una planta que rueda en el tiempo», explica Fuguet. En su breve visita a Buenos Aires dialogamos con él.

Periodista: ¿No le parece impúdico contar un secreto familiar?

Alberto Fuguet: No me parece impúdico, y no es una confesión. La fuga de un tío no es algo que nos ha pasado sólo a nosotros, le ha pasado a muchos. Y, en todo caso, la parte impúdica o canallesca tiene que ver con mi lado norteamericano, porque viví en Estados Unidos, porque la historia de mi tío ocurrió allá, y porque me siento muy ligado al canon estadounidense. Y no me parece que los temas privados no se puedan hablar, no me parecen ni prohibidos ni impúdicos. Me doy cuenta que en nuestra cultura, a la que pertenezco, si bien estoy en los márgenes, cosas así no es habitual contarlas. Pero una de las cosas más fascinantes que me pasa con «Missing» es que mucha gente se me acerca a contarme cosas muy privadas de su familia. Hay gente que insiste en que soy un canalla, y otra que me pregunta: ¿cómo te dejó tu familia contar esa historia? ¿Cómo te dieron permiso? Yo no tengo edad para andar pidiendo permiso. Pero, no soy un psicópata y me importa más mi familia que mi carrera literaria, por tanto lo hablé con ellos. Les mostré el libro, pero no estaba dispuesto a censurarlo. Y tanto a mi padre como a Carlos, mi tío, el protagonista, que son los dos más involucrados, les encantó. Sobre todo a Carlos. El libro creo que le dice a las personas que tienen una historia que sienten que no pueden contar, que la cuenten. Porque en el fondo, la mayoría de las veces, no hay nada tan tremendo.

P.: Su libro comenzó siendo la nota «Se busca un tío» en una revista hace unos siete años. Se pensó que era una metaficción, un juego literario a partir de algunos datos que parecían reales.

A.F.: La metaficción no es lo mío. Eso es muy de Vila-Matas, de lo que hoy se llama la «Escuela de Barcelona». Escribir: Yo, Alberto Fuguet, cuando estuve en la India... y no haber estado nunca, no se me ocurriría. Me baso en experiencias personales que me afectan y no me imagino escribiendo sobre algo que no tenga nada que ver conmigo.Además esas metaficciones no me entretienen. En «Missing» todo es verdad, todo ocurrió, es una novela de no ficción. No es una crónica, no sigo las reglas del periodismo como «A sangre fría», a la que no le creo casi nada. Truman Capote inventó la mitad y está bien que así sea. En mi novela todos los hechos reales son reales. Obviamente hay algo que invento: la voz de mi tío, porque Carlos no escribe. Pero sus monólogos, cuando cuenta su historia en primera persona, son cosas que me contó que sucedieron.

P.: ¿Y cómo llegó a contar la búsqueda de ese tío suyo?

A.F.: Lo primero fue aquella nota donde me preguntaba si tenía sentido su desaparición. Luego, cuando salió «Mala onda», mi editor me preguntó ¿cuál es el próximo? Hay una historia que me atrae, la de mi tío Carlos que algún día me gustaría salir a buscarlo. Sólo sé que es chileno, era medio hippie, estuvo preso, y un día no se supo más de él. Hasta ahí el libro era una búsqueda, el recorrido, los hoteles, los bares, la gente que iba encontrando, lo que me decían. Yo era el protagonista. Quedó ahí. El tío Carlos fue apareciendo de forma consciente o inconsciente en otros libros míos, como en «Las películas de mi vida». Cuando la revista peruana «Etiqueta negra» preparaba un número sobre historia de familia, escribí «Se busca un tío».

P.: Y, con tremenda dureza, sobre su abuelo y sobre su padre.

A.F.: Cuando salió ese artículo traté de ocultarlo, no quería que se leyera sin que pudiera explicar qué había querido hacer. Y de pronto me empiezan a llegar mails de revistas de Chile que me piden permiso para reproducir la nota. Sobre mi cadáver, no puede salir en mi país. Había provocado algo que un texto mío no provocaba desde hacía tiempo. En una reunión familiar en San Francisco, cuando me volvía a Chile, le conté todo a mi padre, mis tíos, mi abuela, y pregunté más y más sobre Carlos, y por qué en quince años no lo habían buscado. Ahí pasé a ser un hombre y no un hijo, un nieto, un sobrino. Surgieron energías raras, de vergüenza, de «tu no entiendes», de «es muy caro buscarlo». Y ahí abro la guía, busco un detective y le dejo un mensaje. A la mañana siguiente, yo estaba en el aeropuerto, me contesta. Entonces le pido a mi padre que vaya a verlo, que yo me haré cargo de los gastos. Al día siguiente me dice: «fui a ver a Sherlock (ése fue el sobrenombre que le puso) y ya tiene una pequeña teoría, dice que la investigación te va a salir 150 dólares». Respiré. A partir de ahí, Sherlock fue dándome datos que cuento en «Missing». Y en el libro que pensé que iba a ser sobre mí, se volvió sobre la búsqueda, sobre Carlos, sobre Estados Unidos, sobre personajes marginales. Mi sueño de viajar por los Estados Unidos, y conocerle un hijo, una ex mujer, un jefe, acaso su cadáver y quién lo mató, se evaporó.

P.: ¿Es su obra de madurez?

A.F.: No de la madurez, porque creo que uno nunca madura, sólo envejece, y mal. Pienso que encontré un tema universal. Que volví personajes a mi padre, mi tío, mi abuelo, y dije todo lo que tenía que decir de ellos, y no me arrepiento. En cuanto a la intriga hay un «on the road» en la búsqueda, y más cuando, luego de encontrar a Carlos, él cuenta su vida, su constante estar «en el camino». Para mí lo más fascinante fue haberlo encontrado como un detective salvaje porque siempre sentí que los escritores no tienen vida fuera de un cuarto. Ser detective fue estimulante, asumí un arquetipo y logré ser bueno porque encontré al que buscaba. Aunque, que Carlos estuviera vivo, me complicaba como escritor, me planteaba qué diría, me llevaba a un pudor hacia él, hasta dónde debía contar todas sus fisuras. Al no estar muerto, no podía escribir lo que me diera la gana de él. Algo de lo que se aprovechan los que escriben biografías. O Raymond Carver y Paul Auster cuando escribieron sobre su padre. No hubieran escrito lo mismo si el padre estaba vivo. Me dije: lo voy a hacer igual. Se lo digo a Carlos, y él me dice: yo quiero que lo hagas.

P.: Es cuando aparece su voz con textos que son como poemas.

A.F.: Carlos era un buen personaje, pero faltaba la trama. Necesitaba un actor que lo interpretara armando su relato. Que no son poemas, no me siento de esas aguas, sino acaso canciones que tienen algo de jazz y algo de country. Para llegar a eso tuve mucho que trabajar, porque Carlos es reticente y confuso. Tenía que investigar cada dato que me daba. Su paso por el ejército, el cine donde conoció a su primera mujer. Me metía en su memoria y en sus olvidos, y trataba de recuperar esa verdad él no quiere recordar. Como no quiere acordarse nada de Carlos mi abuela, ni siquiera de que mi abuelo le dijo a Carlos «deja de molestarnos, deja de existir, sólo me has traído problemas, no queremos verte nunca más, no me interesa que seas hijo mío». Ahí Carlos se da cuenta que tiene que reinventarse y tirar por la borda su pasado.

P.: ¿Qué le pasó a su tío cuando leyó su libro?

A.F.: Me hizo el mejor comentario: «ahora tengo historia». Sintió que le había ordenado sus fragmentos y era una persona. Veía que sus andanzas eran su camino, se podía ver como un héroe y no como un pelafustán, que era como se había visto siempre.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

A.F.: Ahora salen en Chile «Aeropuertos», una novela que va de 1992 a 2009, que tiene algo que ver con «Missing» y sobre todo es como un resumen de toda mi obra anterior. Es la historia de un muchacho que a los 17 años se convierte en padre, y lo que le sucede después con su hijo, que es casi de su generación. Tiene mucho de cine. Acaso porque al mismo tiempo tenía una película que está terminando ahora su etapa de exhibición, y una, «Música campesina», que filmé en Nashville y está casi lista. Como en «Missing» cuento de un latino en Estados Unidos.

Entrevista de Máximo Soto

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