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La flauta de Pahud es difícil de olvidar
Hay obras del repertorio cuya inclusión en un programa de concierto hoy en día sólo es justificable si se las brinda en una lectura extraordinaria. Pese a que la "Sinfonía en sol menor" n° 40 de Mozart cerró la presentación de la London Festival Orchestra para Nuova Harmonia el martes pasado, se comienza hablando aquí de ella porque precisamente no tuvo una interpretación memorable que hiciera olvidar por un momento lo trillado de la obra. Es evidente que se trató de una concesión a un público que gusta de refugiarse en aquello que conoce, y que saludó con un sonoro suspiro de satisfacción los primeros compases de "la 40".
Afortunadamente la primera parte del programa transitó caminos menos convencionales. La "Obertura-sinfonía" opus 5 n° 3 de Johann Christian Bach fue un auspicioso comienzo. El ensamble de cámara, versátil y sólido en su plantilla (especialmente en las cuerdas), desplegó interesantes giros dinámicos en esta pieza elegante y orginal. Un salto cronológico de un sigo y medio llevó a continuación al "Fugal concerto" para flauta, oboe y cuerdas de Gustav Holst, en rigor un "concertino", encantador en su levedad y sus reminiscencias barrocas que constituyeron un buen lazo con el resto del repertorio. Como solistas actuaron dos miembros del ensamble: la flautista Christine Messiter, de una dureza de sonido y fraseo que fue la única mácula en el conjunto, y el impecable oboísta Christopher O'Neal.
Salvo por ligeras desavenencias de "tempo" entre solista y orquesta, el famoso "Concierto en Si bemol" para cello y orquesta de Boccherini fue otro punto alto en especial por el desempeño de Mikhail Nemtsov, brillante líder de la fila de la LFO que desplegó un sonido suntuoso (y también algunas licencias estilísticas). La orquesta británica ofreció al público tres bises, más por voluntad propia que por clamor ajeno: "El último sueño de la Virgen" de Jules Massenet, un fragmento de la "Capriol Suite" de Warlock y la "Badinerie" de la suite para flauta, cuerdas y continuo de Johann Sebastian Bach, nuevamente con la ruda Christine Messiter como solista. Aunque se tratara de conciertos de instituciones distintas (y por ende públicos diferentes) fue inevitable evocar la versión que una semana antes regaló el genial intérprete suizo Emmanuel Pahud, y tras la cual cualquier flautista que quisiera acometer este fragmento para los porteños debería pensarlo más de una vez, al menos hasta dentro de unas semanas.
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