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Lo peor pasó. Para lo mejor falta mucho

Enrique Szewach
La periferia exportaba, acumulaba reservas en dólares, crecía y se reconstruía. Los norteamericanos emitían la moneda de reserva (con convertibilidad fija con el oro), prestaban transitoriamente sus instituciones financieras y recibían los dólares que acumulaban los europeos y japoneses, con los que seguían consumiendo productos baratos. El sistema «terminó» cuando, habiendo llegado a la recuperación requerida, Europa y Japón se reincorporaron al «centro», recobraron la confianza en sus propias instituciones, se volcaron a sus propios mercados y zonas de influencia, dando comienzo, en los setenta, entre otras cosas a la era de los tipos de cambio flotantes entre el dólar y las monedas principales y el fin de la convertibilidad fija del dólar contra el oro.
Demanda
En el ensayo citado, se sostiene que, en los comienzos del siglo XXI resurge el marco antes descripto, en un Bretton Woods II, donde la «periferia» ahora es China y el resto del mundo emergente y el «centro», los Estados Unidos. Eran ahora los chinos los que subvaluaban su moneda, exportaban bienes y servicios y acumulaban dólares en sus reservas, que luego reciclaban hacia el mercado financiero norteamericano, para financiar las compras y la inversión extranjera directa en China. A su vez, la producción china demandaba insumos y materias primas industriales y minerales del resto del mundo emergente (Latinoamérica y África). Demandaba energía de los países petroleros. Demandaba bienes de capital de Europa, Japón y Estados Unidos. Por otro lado, el cambio de dieta de las masas chinas mudadas hacia los grandes centros urbanos requería más productos e insumos agropecuarios para su alimentación o para producir más carne de todo tipo, generando también nueva demanda para los países productores de estos insumos. (La Latinoamérica de la «revolución verde» que, a su vez, utilizaba maquinaria, tecnología de semillas, fertilizantes, etc.). Todos los socios periféricos acumulando reservas, y reciclándolas al «centro». Pero, a diferencia de la experiencia europea y japonesa, China y el resto de los emergentes no eran potencias destruidas por una guerra que sólo necesitaban recomponer sus alicaídas instituciones y retomar viejas culturas oscurecidas por el nazismo y el fachismo. Por el contrario, la nueva periferia no sólo acumulaba reservas y reciclaba dólares a los Estados Unidos, sino que le «alquilaba» las instituciones en sentido amplio, por sus propias carencias. China y el resto del Asia emergente no tienen un marco institucional adecuado. Latinoamérica, África, los países petroleros, salvo honrosas excepciones, tampoco. Muchos de ellos, además, vienen de las explosiones devaluatorias y de default de deuda de finales de los noventa. Todo esto creó las condiciones para que, al Bretton Woods II arriba descripto se le sumara una sobreoferta de ahorros globales en dólares que, a su vez, originaron la materia prima para la innovación financiera, y el gran apalancamiento del mercado de capitales, que dieron lugar al ciclo de crecimiento y burbujas en el valor de los activos y de los precios de los commodities de todo tipo más extraordinario jamás vivido, y que explotara finalmente.
Resultado
El «ajuste» normal hubiera sido el vivido en los setenta. Que las «periferias» se transformaran en «centro» volcándose a sus propios mercados internos. Y que el «centro» se «bancara» el desarme de la palanca financiera. Pero esto no sucedió, o no sucede. La periferia, por la ausencia de instituciones mencionada, entre otras cosas, no estaba, ni está, preparada para «mirarse hacia dentro» y dejar de ser un modelo exportador de bienes o commodities, dependiendo del caso. Y el «centro» tampoco estaba, ni está, en condiciones sociales y políticas de tolerar la depresión que significaba el desarme violento de la «gran palanca» crediticia.
Por lo tanto, el «centro» instrumentó políticas fiscales y monetarias de fuerte expansión, para suavizar la caída del crédito y consumo privado. Y las periferias, las que pudieron por tener «ahorros acumulados», también intentaron políticas expansivas públicas que reemplazaran la ausencia de demanda externa. El resultado conocido. Desplome del comercio mundial, destrucción de valor en los mercados de capitales y de bienes. Pero «sólo» recesión en lugar de depresión.
La periferia emergente requiere mucho más tiempo, por definición, del que necesitaron Europa y Japón para transformarse en centro. Los aspirantes a «nueva periferia» tienen que recuperarse del shock de la explosión de las burbujas y, al igual que la periferia emergente, construir instituciones y ponerlas en marcha. La destruida maquinaria de la «superpalanca» financiera tiene que ser reemplazada por un sistema crediticio más «tradicional». Y las enormes inyecciones de deuda pública y de expansión monetaria, digerirse sin una explosión de inflación o default. Nada de esto sucederá rápido o linealmente. Con consecuencias importantes en los mercados de acciones, bonos, monedas y commodities. Lo peor, en el mundo, probablemente ha pasado, pero para lo mejor falta mucho.
Mientras tanto, nosotros nos preparamos para ver fútbol por televisión abierta y tener una factura de gas en colores.
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