22 de marzo 2013 - 00:00

LOS JESUITAS Y FRANCISCO, VOLVER A EMPEZAR

LOS JESUITAS Y FRANCISCO, VOLVER A EMPEZAR
Un papa jesuita que se llama Francisco, en honor al poverello di Assisi. Es Jorge Bergoglio, el seminarista que abandonó el clero regular para ingresar a la Compañía de Jesús tras una enfermedad que le costó un pulmón a fines de los cincuenta; el destacado sacerdote que fue superior de la provincia Argentina entre 1973 y 1979; el influyente guía de la Universidad del Salvador; el rector del Colegio Máximo de San Miguel en la primera mitad de los ochenta; el doctorando de St. George, cerca de Fráncfort; el religioso recluido en Córdoba.

Hasta aquí, hasta su regreso a Flores como obispo auxiliar en 1992, un jesuita de pura cepa. No sólo por las posiciones que le deparó el camino, sino también por la personalidad y la prelatura forjadas. Perfil bajo, vocación educativa, vida ascética, la salvacion y perfección de las ánimas propias... y ayudar a la salvacion y perfección de los prójimos. Y algo más típicamente jesuita en Bergoglio: participó de la tumultuosa vida política e intelectual en el interior de una orden que alberga hoy a casi 18.000 religiosos, 13.000 de ellos sacerdotes, una de las congregaciones católicas más pobladas del mundo, pese al constante goteo que redujo su membresía a la mitad en cuatro décadas.

Hay, sin embargo, voces calificadas que relativizan la identificación de Bergoglio con la orden, algo que podría verse avalado por la elección franciscana del padre Jorge a la hora de darle nombre a su papado. Claro que las diferentes hermandades tienen la misma cuna cristiana y se pueden trazar fuertes vínculos entre ellas, pero los francis-canos se caracterizan más por meter pies en el barro y manos a la obra; son los seguidores del iluminado Francesco, hijo de un rico comerciante, quien se despojó hasta de sus ropas en el momento de la conversión. Los jesuitas, en tanto, nacieron del trance de un militar español herido que sintió la vocación de formar un cuerpo religioso extrarromano para ponerse al servicio del papa y combatir la Reforma, lo que se concretó en una orden en 1541.

Francesca Ambrogetti, histórica periodista de ANSA y coautora de El jesuita, uno de los dos libros sobre la figura del Papa que hoy se reimprimen en varias lenguas, dijo a Viernes: Él revisó cada coma del libro y no se opuso al título. De todas formas, Ambrogetti rememoró que la identificación que más agradaba al cardenal de Flores era Jorge Bergoglio, un sacerdote.

Suena lógico que un cura que ocupó puestos clave en la Compañía de Jesús, que dibujó en ella su marco de análisis, se sienta cómodo bajo el sello de jesuita del texto de Ambrogetti y el periodista de Clarín Sergio Rubín. Cierto es también que a partir de su designación como auxiliar destinado a Flores, cargo desde el cual empujaría un giro social en el Arzobispado de Buenos Aires, el desapego de la orden madre resultaría notable, tanto para quienes lo quieren como para los que lo miran todavía con un recelo que, aceleradamente, está en retirada en los últimos diez días, al menos de la faz pública.

Unos y otros señalan que la llegada a la vicaría de Flores como un outsider que llegó de Córdoba casi sin experiencia parroquial, sacaría a relucir al Bergoglio del juego propio, que emprendería una pulseada de largo aliento con los más conservadores que orbitaban en Héctor Aguer y Jorge Mollaghan, a la postre obispos de La Plata y Rosario, respectivamente, y Leonardo Sandri y Angelo Sodano en los ministerios vaticanos.

El padre José María Cantó, rector de las facultades de Teología y Filosofía del Colegio Máximo de San Miguel, el mismo puesto que ocupaba el hoy papa en los ochenta, explicó a Viernes que rasgos esenciales de la orden como la espiritualidad, el discernimiento, el servicio y la misión están muy presentes en Bergoglio. Los jesuitas tienen fama de politizados. Los hay de un lado y de otro. ¿Consevador? ¿Progresista? Son categorías más políticas que religiosas. Si uno ve la tarea que ha realizado Bergoglio como obispo y lo que ha hecho como jesuita, lo común es su preocupación por los más pobres, indicó el académico del centro de formación jesuítica más importante de la Argentina junto al que funciona en la Universidad Católica de Córdoba.

Si bien franciscanos y jesuitas no son lo mismo, no se trata de órdenes tan distantes entre sí como con los movimientos Comunión y Liberación, el Opus Dei o Camino Neocatecumenal, todos ellos con menor tradición, mayor orientación y homogeneidad conservadoras, y alta influencia conseguida al amparo del ciclo Juan Pablo II - Benedicto XVI.

Se viene, todos dicen, un papado de integración. Por algo Bergoglio celebró la misa del martes en San Pedro asistido por seis cardenales, más el capo de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, y el general de los franciscanos, el también español Javier Rodríguez Carballo. A Nicolás le había dedicado una audiencia especial el domingo pasado en la residencia de Santa Marta, en la que el jefe de los jesuitas puso todos los recursos de la Compañía a disposición del papado de Francisco.

Dicen que la más sincera es la primera reacción, la que se produce en frío. Pues bien. Tras el habemus papam, no fue del todo efusivo el festejo jesuita. Le agradecemos su generosidad para aceptar la responsabilidad de guiar a la Iglesia. Vocabulario y estilo jesuitas bajo la firma del superior general en Roma, Nicolás. Es rasgo de nuestra Compañía ser un grupo de compañeros... unido con el Romano Pontífice con un vínculo especial de amor y servicio.

Podría leerse como una respuesta distante de la Compañía (que con el correr de los días ganó calidez), o como un sello de distinción bajo la impronta que impuso San Ignacio. El padre Antonio Spadaro, director de Civiltà Cattolica, la revista jesuita más conocida, dijo a The New York Times que él era escéptico sobre las chances de Bergoglio antes del cónclave. Nosotros estamos acostumbrados a servir al papa, no a ser el papa. He aquí otro rasgo de la orden. Sus religiosos no pueden aspirar a dignididades como obispados y cuando llegan son aceptados con la obediencia del servidor, en honor al denominado cuarto voto jesuita. A la trilogía pobreza, obediencia y castidad le agregan un inciso de obediencia al papa. Dime de qué presumes.... 



viejas cuitas 



The New York Times volvió a consultar días atrás a jesuitas en Roma. Bajo condición de anonimato, según publicó el diario el domingo pasado, algunos de ellos siguen recordando en Bergoglio su actitud divisiva hacia los hermanos que adscribían a la Teología de la Liberación en los setenta en la Argentina.

El jesuita argentino Cantó, rector en San Miguel, especificó que el período de Bergoglio al mando de la provincia Argentina fue muy bueno y que el hoy papa ya dio sus explicaciones al respecto. Respuestas por el estilo surgen de los curas que viven en las villas de Flores y Barracas, con innegable buena sintonía con el exobispo de Buenos Aires.

Cabe en este punto citar al padre español José María de Vera. Calle Borgo, a dos cuadras de San Pedro, 18 de abril de 2005, día después de la elección de Joseph Ratzinger como pontífice. En la Curia Generalizia della Compagnia di Gesù, el vocero general de la orden recibió a Ámbito Financiero. Tras calificar al argentino comoespiritual y austero, De Vera agregó: Bergoglio no se distingue por ser un jesuita ciento por ciento como Carlo María Martini (rival de Ratzinger, obispo de Milán, fallecido en 2012). Él mismo ha dicho que hay cosas de la orden que le gustan más y otras menos.

El director de Comunicación de los jesuitas, por entonces de setenta largos, mencionó a sus hermanos Francisco Jalics y Orlando Yorio, quienes estuvieron secuestrados un semestre en la ESMA, en 1976.

Ocho años más tarde, días atrás, ante el aluvión de interés mundial por conocer detalles de la historia, el húngaro Jalics aportaría un crescendo aclaratorio para concluir que, gracias a diversos encuentros sostenidos en el tiempo, había comprobado que sus sospechas en cuanto a una supuesta entrega eran infundadas.

Diarios de Europa y EE.UU. que suelen ser citados con admiración desde el fin del mundo se volcaron con fruición a dilucidar un período que forma parte de uno de los tópicos preferidos de las noticias sobre la Argentina. Para tratar de echar luz sobre el contexto divisivo, corresponde volver a comienzos de los ochenta. Años significativos para los jesuitas en general y para la Iglesia local.

Quien era el emblemático superior general de la Compañía, Pedro Arrupe, sufrió una trombosis en 1981 (moriría una década después). Quedaban atrás 16 años de la orden al mando de este español que había reforzado con su acción la idea del papa negro: un poder paralelo al blanco de la Santa Sede. Bajo su conduccción, muchos jesuitas se habían acercado a la Teología de la Liberación o, al menos, a una misión pastoral bajo el signo del Concilio Vaticano II.

Un capítulo más de las centenarias rispideces entre los jesuitas y San Pedro. A la luz de la historia, la tan proclamada obediencia manu militari de los jesuitas rige, sobre todo, puertas adentro, y menos en relación con la Santa Sede. Algún resabio de esas rencillas hace que aún hoy el diccionario de la Real Academia Española tome como una de las acepciones de la palabra jesuita: hipócrita, taimado (disimulado, pronto en advertirlo todo).

Tres años antes de la salida de Arrupe del campo de juego, Juan Pablo II había llegado al trono de Pedro. No eran tiempos de doble comando. En esa instancia crítica de la Compañía, el papa polaco interrumpió el proceso de sucesión y la intervino. Dos años más tarde, Juan Pablo II designaría superior general jesuita al holandés Peter Hans Kolvenbach, este sí un obediente que rigió hasta 2008, cuando dejó paso al español Nicolás que hoy abraza a Francisco. Se acabarían entonces los problemas y se aceleraría el declive de la membresía jesuítica.

Consultado sobre cómo era la relación de Bergoglio con Arrupe, Cantó, el rector del Colegio Máximo de San Miguel y exalumno del hoy papa en los ochenta, razonó: Lo nombró superior provincial (en un territorio que incluye Paraguay, Uruguay y Bolivia), confiaba en él, por algo lo puso en el cargo. No es que (Bergoglio) no sea jesuita. Lo es y lo seguirá siendo. Puede haber habido algunas diferencias en el pasado, pero lo que he percibido en los últimos años es que han tenido una buena relación, aclara.

Arrupe en persona intervino en alguna gestión para intentar salvar a desaparecidos en la Argentina. Dos hijos de Licha de la Cuadra, a la postre primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, acudieron a golpear las puertas del general jesuita en Roma, en 1977. Miembros de una familia tradicional del interior de la provincia de Buenos Aires, los hermanos De la Cuadra le pidieron auxilio para ubicar a otros dos de sus hermanos desaparecidos, una de ellas Elena, embarazada de cuatro meses en el momento del secuestro. Arrupe le pidió intervención a Bergoglio, su representante en la Argentina, quien le envió una carta al obispo de La Plata, Mario Pichi. Éste recibio a De la Cuadra con la carta del hoy papa y se limitó a decirle que la niña nacida en cautiverio estaba en manos de una buena familia. 



Grises y contradicciones 



Cuando terminaba la dictadura, la Iglesia Católica argentina también contabilizaba a sus víctimas. La lista hoy señala que hay 22 sacerdotes o religiosos asesinados o desaparecidos, y más de cien que sufrieron ataques, secuestros temporarios y/o fueron enviados al exilio.

Ubicarse en el marco de la época y el conocimiento de algunas historias permite alumbrar zonas grises o contradictorias que, por lo visto, aún hoy siguen generando reproches. Sobre el propio Bergoglio, así como están (o estaban) los dichos o sugerencias de Yorio y Jalics, son unos cuantos los testimonios que hablan de su compromiso para salvar vidas, como Alicia Oliveira, desde siempre, y padres del entorno del obispo riojano asesinado Enrique Angelelli que contaron detalles en la última semana.

Un caso paralelo, más dramático y grave, nos ubica nuevamente en el terreno de los matices en el interior de algunas comunidades católicas que quedaron arrasadas por la brutalidad del terrorismo de Estado. Dos libros narran el martirio de los palotinos llevado a cabo por un grupo de tareas. Uno de ellos es El honor de Dios, de Gabriel Seisdedos, quien traza un perfil de las víctimas: los sacerdotes Pedro Dufau y Alfredo Leaden (superior de la congregación), más veteranos, formados entre la provincia de Buenos Aires e Irlanda; el párroco Alfredo Kelly, de 43 años; y los jóvenes seminaristas Emilio Barletti y Salvador Barbeito.

Dufau, quien había cumplido cuarenta años como sacerdote, era más bien conservador y observaba con preocupación la politización de religiosos. Sin militancia política activa, Leaden y, especialmente, Kelly fueron introduciendo en sus homilías denuncias sobre desapariciones. Kelly así lo expresó en una misa en San Patricio de Belgrano, sin mediastintas: He sabido que hay gente de esta parroquia que compra muebles provenientes de casas de gente que ha sido arrestada y de la que no se conoce su destino. En todo el país surgen más y más de estos casos. Madres que no saben dónde están sus hijos... Quiero ser bien claro. Las ovejas de este rebaño que medran con la situación por la que están pasando tantas familas argentinas dejan de ser para mí ovejas para transformarse en cucarachas.

Barletti y Barbeito sí participaban desde inicios de la década en las discusiones políticas de su generación, que hacían públicas en una revista editada por la congregación y en otras. El primero había girado desde la militancia alfonsinista en San Antonio de Areco a tomar contacto con Montoneros, y más que ello. Tenía incluso un nombre clandestino, según Seisdedos. Los jefes palotinos le pidieron que optara: militancia o sacerdocio. Barletti se había decidido por abandonar el seminario, y en eso estaba cuando el martes 6 de julio de 1976 un grupo de tareas ingresó en plena madrugada a la casa parroquial de Estomba 1942, corazón de Belgrano R. Los cadáveres de los cinco quedaron tendidos en el hall formando una cruz. Una de las masacres más graves vividas por religiosos católicos en el último siglo de América Latina.

La información provista de inmediato por la Nunciatura fue la obviedad de que la autoría había sido del régimen y no de la subversión, como informaron algunos diarios de la época.

Con el tiempo, las reacciones dentro de la diezmada congregación palotina fueron diversas. Llegaron curas desde Irlanda para denunciar lo sucedido, otros abandonaron la orden y el catolicismo, otros continuaron, y durante muchos años, ya avanzada la democracia, fue ostensible la diferencia de criterio entre miembros de la congregación que querían elevar la voz de la denuncia y quienes preferían conservar un bajo perfil.

Matices similares a los evidenciados entre los palotinos podrían comprobarse también en los perfiles de las desaparecidas Alice Domon y Léonie Duquet, y sus hermanas sobrevivientes de la Société des Missions Etrangères. O entre los asuncionistas, o en el entorno de Angelelli.

Un marco recurrente de aquellos años podría definirse así: comunidades y congregaciones con religiosos tercermundistas o compromiso social inspirado en el Concilio Vaticano II; a veces, miembros con posiciones jugadas con la lucha armada; otros que por cuestiones de edad, ideología o jerarquía miraban con recelo a quienes se les íban de las manos. Y por sobre todo, la cúpula eclesiástica, que en la visión de muchos académicos fue la más cercana a los militares que llevaron a cabo la represión ilegal en América Latina.

La dimensión de la Compañía de Jesús en la provincia rebautizada como argentino-uruguaya comprende hoy 200 religiosos repartidos en 17 comunidades, tres centros de educación universitaria, veinte colegios secundarios y trece parroquias, entre muchas otras instituciones. Los soldados de Dios argentinos eran más en los setenta, como en todo el mundo. Una congregación compleja, con vocación intelectual e interés por lo público marcada por sus estatutos, era un campo propicio para para que se dispararan rencillas en aquellos años de convulsiones, pasiones y represión. Probablemente, la fuerza de un papado que promete ser el más innovador en medio siglo termine de restañar heridas y conduzca a la Compañía de Jesús a recobrar la energía perdida.

@sebalacunza

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