Coincidiendo con las notables alzas que vivieron los mercados, multitud de personalidades y analistas han destacado señales que presagiarían el fin de la recesión. Sin embargo, la economía real sigue contrayéndose pertinazmente, salvo que no tan rápido como meses atrás.
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Es cierto que los mercados han trazado una onda alcista. Pero eso muestra que aún no se ha sosegado el ánimo especulativo por las ganancias de capital. Enfatizamos «de capital», porque a nadie en su sano juicio se le ocurriría esperar buenos resultados trimestrales, salvo los milagros exclusivamente visuales que produce el abandono de la práctica contable del mark to market.
Las crisis consisten en violentos y traumáticos reacomodamientos de valores antes distorsionados. Las fáciles ganancias de capital dejan lugar a enormes pérdidas. Por eso hacia el final de las crisis, la esforzada pero menos riesgosa tarea de obtener ganancias de flujo sustituye la pasión previa por las rápidas ganancias de capital, que dejó su tendal de quebrantos y bancarrotas.
Los gobiernos han buscado impulsar la demanda bajando tasas y emitiendo. He aquí una paradoja: la abundancia de dinero condujo a la crisis y la solución a esa borrachera es con más alcohol. Pero el mundo no funciona bajo la simpleza determinista, y menos después de semejantes cataclismos: por sí solo el incremento desmesurado de la oferta monetaria no recompone el apetito de consumo ni de inversión (también por eso, no se ve reflejado inmediatamente en un salto inflacionario). Después de un fuerte porrazo se nos va por un buen tiempo las ganas de correr atolondrados, aun cuando nos regalen nuevas zapatillas.
Cambio de clima
El argumento de muchos analistas pareciera ser: «el cambio de clima, de humor, está a la vista y nos sacará del pozo». Esto evidencia, además de un desprecio por resolver las causas profundas de la crisis, poco estudio de estos fenómenos. En primer lugar, reducen las recesiones -y los períodos de crecimiento- a su sola dimensión psicológica. En esta cosmovisión, el optimismo pasa a ser motor suficiente de crecimiento, ignorando los fundamentales económicos y cómo éstos evolucionan. A contramano de ese psicologismo ingenuo, la historia muestra que las salidas de las crisis han sido precedidas de generalizados estados de escepticismo, que descartaban toda recuperación inmediata; nunca del optimismo infundado (que es una de las condiciones previas y desencadenantes de las crisis).
Recién cuando los fundamentos macro hayan terminado de ahogar expectativas y ánimos especulativos, concluirán de reacomodarse los valores hoy distorsionados y comenzarán a darse las condiciones para una paulatina mejora.
Los dirigentes políticos y empresariales, y particularmente los hombres de mercado, son optimistas incorregibles, pues esa condición es esencial para el éxito en sus ocupaciones, en tiempos normales. Pero no son consejeros adecuados para etapas excepcionales como son las rupturas de largos ciclos de crecimiento. Veamos algunos hechos.
La contracción está desacelerándose en EE.UU., pero no en Europa; y en Asia todavía falta mucho por ver.
Una de las variables fundamentales a tener en cuenta es la capacidad ociosa creciente a nivel mundial, lo que se hace particularmente evidente en China, India y otros grandes mercados emergentes.
El mercado interno de esos países es cuantitativamente importante, pero insignificante cuando lo ponderamos por su ingreso real per cápita. No pueden llenar el vacío en la demanda mundial dejado por estadounidenses y europeos.
En EE.UU., los precios de la vivienda, los bienes de consumo durables y las materias primas se mantendrán bajos por el exceso de capacidad y la débil demanda, lo que implicará presiones deflacionarias durante los próximos dos años (en el cerrado a fin de abril, los precios al consumidor y al productor tuvieron las más severas caídas en los últimos 54 y 59 años, respectivamente).
Liquidar los niveles sin precedentes de inventario en relación a ventas llevará tiempo, lo que anticipa que la actividad económica en EE.UU. demorará en recuperarse.
El consumo estadounidense aún no ha completado su recorrido bajista, que fue auxiliado en los últimos 10 meses por los subsidios fiscales y los precios más bajos de los combustibles.
Pero en el primer trimestre hubo más de dos millones de nuevos desocupados y el des y subempleo (la «U-6 rate») orilla el 16%.
Aun si el ritmo de destrucción de empleos se redujese a la mitad, en los nueve meses restantes se perderían otros 3 millones de puestos y la tasa de desempleo puro rondaría el 11%.
Mantener la tasa de desocupación sin cambios requiere crear 1,5 millón de puestos por año para absorber los ingresantes al mercado laboral.
La creciente sobreoferta laboral contribuirá a deteriorar los salarios y, por consiguiente, la capacidad de consumo.
El desempleo está afectando ahora amplias franjas de familias con ingresos medios y superiores.
La caída de los inmuebles, que dio arranque al violento reacomodamiento de valores en que consiste la crisis, aún continúa.
Los inmuebles comerciales recién han iniciado su derrumbe.
Se estima que más de 2 millones de viviendas serán rematadas este año (contra 1,7 millón en 2008).
El elevado número de ejecuciones hipotecarias deprimirá el valor de los inmuebles, lo que llevará a que muchos caigan por debajo de los montos adeudados, impulsando más remates.
Esto profundizará la reducción de la propensión a consumir.
La desocupación y la caída de los ingresos reales en EE.UU. potenciarán la ya notoria alza en la morosidad.
La reducción de ingresos en los hogares acomodados provocará un importante salto en la mora hipotecaria, pues este grupo (prime) es el principal tomador de hipotecas.
Si el desempleo superase el 10%, como seguramente ocurrirá, las tarjetas de crédito podrían acarrear pérdidas por más de U$ 180.000 millones este año.
El fisco ha entregado una importante masa de fondos a los bancos, pero las entidades no la trasladan a sus clientes ni a éstos les interesa endeudarse para consumir.
Prolongación
En estas condiciones, difícilmente se pueda reducir el elevado margen de capacidad ociosa, del 30,7%, lo que prolongará las presiones bajistas y los consiguientes riesgos de realimentación por vía de las cantidades. Lo que implica también que un dinamizador clave de la demanda agregada se mantendrá ausente, ya que en los próximos años los niveles de producción podrán crecer sin necesidad de efectuar inversiones sustantivas.
La tregua ilusiona pero el comportamiento de las variables fundamentales nos devuelve a la indeseable realidad de que falta tela por cortar. Que si la iluminamos con historia, nos agrega: la Gran Depresión vivió cuatro grandes corridas bancarias, se comió seis treguas como ésta, y una duró cinco meses. De 122 recesiones meramente locales ocurridas en los últimos 50 años, las asociadas con serias crisis financieras duraron en promedio casi siete trimestres. El mensaje es entonces: prudencia, no dejarse llevar por espejos de colores, ser austeros y eficientes. Perdón por la memoria, disculpe la realidad.
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