26 de julio 2011 - 00:00

Seguí y su “armonía del contraste” en el MAMBA

Antonio Seguí ya había donado 330 obras al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, a las que ahora suma otras 122 que completarán la importante muestra que esa institución inaugura el jueves.
Antonio Seguí ya había donado 330 obras al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, a las que ahora suma otras 122 que completarán la importante muestra que esa institución inaugura el jueves.
El museo de Arte Moderno de Buenos Aires, dependiente del ministerio de la Cultura porteño, presentará una exposición del artista cordobés Antonio Seguí, radicado en París desde 1963 y luego en Arcueil, donde reside actualmente.

Ya para 2001, Seguí había cedido al MAMBA obras de su autoría, las cuales comprendían una serie de grabados de entre los años 1996 y 2010. Y para esta muestra, completará con otras 122 creaciones de su gran itinerario artístico que se exhibirán desde el jueves en el museo ubicado en Avenida San Juan 350.

Hace 10 años, este gran artista había donado el cuantioso número de 330 obras. Esta importantísima donación permite hacer un correlato de su proceso productivo a través de su gráfica. Es tan grande que nos ayuda a bucear en toda creatividad de Seguí ya que enumera sus personajes, vivencias, edificios, aviones y otros elementos que él describe en sus pinturas habitualmente. Según expresa, cada una de sus obras es un cuento, lo que generalmente lleva implícito que son sus experiencias de joven o su impresión de la vida ciudadana.

Es a través de un sinnúmero de coordenadas que podemos aproximarnos a la obra de Antonio Seguí (1934). La mirada evocativa, imaginaria e hipnótica aparece en forma explícita en obras como «La distancia de la mirada», de 1977, «Mi clase retro», de 1979, «Hipnotizador de canes», de 1980 o «Ciegos en el Jardín», de 1980.

Si analizamos estas distintas miradas, veremos sus diferencias específicas y, como en todo sistema de diferencias, aparecerá su dimensión común: el elemento amalgamador, o conexión entre las mismas. Seguí, como en un recorrido de notas y silencios, sugiere la armonía del contraste.

El mundo mágico-amoroso de Seguí y su mundo tenebroso (ciegos, suprema observación anatómica), juntamente con su universo de la mirada es esa complejidad donde cada término se opone armónicamente a los demás y la define. A estos ejes de significación primaria se agregan otros, más secundarios, y aparece así una estructura de vivificación y comunicación creativa, que permite un análisis estructural de la obra de Seguí simplemente descomponiendo en módulos de sentido, su obra, y volviéndolos a reunir racionalmente.

En «La distancia de la mirada», una postura nostálgica del paisaje, desde un banquillo y de espaldas, escudriñado un panorama oculto al espectador de la obra, conduce de la mirada del personaje en cuestión a la mirada del receptor de la obra, y la convierte en una búsqueda enigmática de un entorno al que no puede acceder.

En «Mi clase retro», Seguí plantea la mirada escrupulosa y hasta perversa de un cuerpo en una sala de medicina o algo parecido a una investigación casi policíaca: una clase de anatomía. Con esto sumerge al espectador de la obra, acrílico sobre tela, en la contemplación de quienes contemplan, repitiéndose la estructura anterior: transmite al receptor la fascinación propia de la visión que presenta como tema de la obra.

Quizá sea ésa la mirada imaginaria y retrospectiva de él mismo, lo que quiso plantear, una mirada que se remonta al período entre el 55 y el 75, veinte años en que su mirada de pintor de hoy remiten a sus producciones en su provincia natal de Córdoba.

Nueve años después, en la XLI Bienal de Venecia, en 1984, Seguí representa por primera vez oficialmente a su país. También el autor de esta nota acepta por primera vez en su vida profesional, representar oficialmente a la Argentina.

Aunque Seguí vive hace más de veinte años en París, no olvida el Preámbulo de la Constitución Argentina, escrita en 1853, que habla de nosotros -»nos, los representantes»- de todos, de los que tienen el valor de discutir, de los que tienen la fuerza para recibir el impacto de lo bello, de los que pueden leer el Preámbulo de la Constitución de los argentinos como un poema político y contemplar la belleza de la imaginería particular de Seguí.

Es así que en la serie de telas de 2m x 2m enviadas a Venecia, Seguí permite analizar sus distintas miradas, todas ellas de 1984, aprehender sus diferencias específicas. Su visión imaginaria en la tela «Con ideas en la cabeza», es esa imaginería que tiene que ver con los dibujos de los chicos, con los dibujos de los hijos de Seguí, con las imágenes cotidianas, porque en todo momento el artista es sensible a la problemática de la sociedad a la que pertenece.

Para Seguí, «el problema más general de la cultura es su rol en la sociedad y su recuperación»; para Freud, en su articulo del año 30 «El malestar en la Cultura», «las satisfacciones sustitutivas, como nos las ofrece el arte, son, frente a la realidad, ilusiones, pero no por ello menos eficaces psíquicamente, gracias al papel que la imaginación mantiene en la vida anímica». Esto significa que las ilusiones, dentro de las cuales Freud ubica al arte, tienen que ver con la realidad, pero interna, distinta al exterior: la realidad del deseo.

Seguí logra, a través de sus grabados, una satisfacción alucinatoria del deseo y esta sublimación de sus instintos en forma plena, lleva a que su obra tenga ese sentido de denuncia.

Al ser así se convierte en una obra trascendente para el espectador, sin el cual, como sabemos, no hay posibilidad alguna de transmisión estética.

En los grabados de Seguí es posible detectar lo que quiere descubrir. Como un fenomenólogo, lo invisible detrás de lo visible, lo profundo tras lo inmediato y vivencial. Sus formas son eso, una imaginería a través de la cual el artista transmite su visión ubicándose en la dimensión polémica planteada por Freud: el arte es para él la manifestación de un deseo y ese deseo se realiza en las formas plásticas. La ruptura con la realidad hay que verla en su gráfica, más que como una ruptura constante consigo mismo, con su imaginería y con su relación con lo real. Es de allí que surgen sus temas, sus personajes, sus historias, sus formas siempre distintas.

Este enfoque de la obra de Seguí a través de «El malestar en la cultura» pasa por personajes de leyenda, como Borges, los compadritos, el Hombre del sombrero y muchas otras creaciones imaginarias que han hecho del artista un verdadero transmisor de cultura, además de creador: un actor importante en la transformación del país de nuestros días.

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