En un encuentro con compatriotas alemanes al día siguiente, Benedicto XVI sorprendió a sus feligreses al comparar la experiencia de ser elegido en la Capilla Sixtina con sentirse mareado al observar la hoja de una guillotina cayendo sobre él.
Ahora optó por romper seis siglos de tradición y renunció. Y la Iglesia Católica se pregunta si en una era de democracia, televisión ininterrumpida y Twitter, el actual papado -modelado en la monarquía de la era del Renacimiento- sufrirá la misma suerte.
Hubo escándalos de abuso sexual, disputas con musulmanes y judíos, sospechas de lavado de dinero en el Banco Vaticano y metidas de pata comunicacionales. Los archivos privados robados por el propio mayordomo de Benedicto XVI documentaron la corrupción y las peleas internas entre funcionarios de alto rango del Vaticano.
Benedicto XVI entrega una institución de 2.000 años con una reputación mancillada. Sus enseñanzas son desafiadas por un mundo cada vez más secular y los sacerdotes deben esforzarse por servir a su creciente población. El hombre que lidere la mayor Iglesia del mundo debe ser guía espiritual para millones de personas, una inspiración para los oprimidos y el administrador de una burocracia vaticana disfuncional y envuelta en riñas internas.
"Ningún hombre en su sano juicio busca el peso del papado", comentó George Weigel, un prominente teólogo católico en Washington DC. "Es por definición imposible, porque pide a un hombre asumir una carga de liderazgo que ningún ser humano puede absorber por sus propios medios", agregó.
El desafío de los cardenales que entraron ayer al cónclave es aprovechar la oportunidad para enfrentar los problemas e identificar reformas que ayuden al próximo papa a lidiar con ellas. El trabajo de liderar a los cerca de 1.200 millones de católicos en el mundo debe ser hecho por un hombre. Thomas Reese, un erudito jesuita y autor de "Inside the Vatican", lo define en forma simple: "Lo que están buscando es a Jesucristo con una maestría en administración de negocios".
Para llegar a la raíz de los problemas de la Iglesia, algunos miran más allá del papado de Benedicto XVI hasta llegar a 1978, cuando tras un período turbulento el Papa Juan Pablo II ocupó el trono de San Pedro para reafirmar la doctrina católica ortodoxa y la autoridad vaticana. El entonces cardenal Ratzinger era el vigilante doctrinal de un papado vigoroso que ahogó la discusión sobre temas como el rol de la mujer en la Iglesia o asuntos sobre la sexualidad humana.
El papa Benedicto XVI lidió con casos de abuso sexual en los últimos años del papado de Juan Pablo II, y cuando se convirtió en papa, comenzó en forma audaz. Ordenó que el reverendo Marcial Maciel, fundador de la estricta orden de los Legionarios de Cristo y uno de los favoritos de su predecesor, se retirara a un monasterio como penitencia por su vida secreta como el padre de varios hijos, abusador sexual de seminaristas y consumidor de drogas. Además, se disculpó por los escándalos y sostuvo reuniones privadas con víctimas de abusos como parte regular de sus visitas al extranjero.
Pero la suciedad siguió apareciendo. Cuatro informes oficiales sobre abusos de religiosos contra niños en Irlanda durante cuatro años expusieron detalles sobre pecados de sacerdotes y cómo la jerarquía los encubrió. También en 2010, un obispo alemán abandonó su cargo y se disculpó por abusar físicamente de niños.
Tal nivel de "tolerancia cero" no siempre se aplicó a los obispos que protegían a los depredadores en sus diócesis, debido a que el patrón fue que la Iglesia sólo actuó bajo presión resistiéndose a los llamados a castigar a obispos que habían manejado mal los incidentes. Los católicos que ven a los políticos avergonzados por escándalos sexuales y a los ejecutivos despedidos por mala administración se preguntan por qué los que toman las decisiones en la Iglesia no deberían ser responsabilizados.
"Deseamos que llegue el día en que los representantes de la Iglesia anuncien que este cardenal o este obispo va a ser degradado y por qué cosa. Funcionarios de la Iglesia quieren limpiar las cosas", comentó David Clohessy, jefe de la Red de Sobrevivientes de Abusados por Sacerdotes.
Los abusos no son la única razón que llevó a los católicos a dar la espalda a la Iglesia. Gobiernos y tribunales alrededor del mundo ignoraron las objeciones del Vaticano y legalizaron las uniones o matrimonios entre personas del mismo sexo e insistido en que las agencias de adopción católicas deben ayudar a parejas homosexuales a encontrar un hijo.
Incluso en la sumamente católica Polonia, los políticos están proponiendo una separación clara entre el Estado y la Iglesia.
El alcalde de la ciudad sureña de Czestochowa, cuyo monasterio y la famosa pintura de la Virgen Negra atraen a millones de peregrinos cada año, desea ofrecer a las parejas la opción de un tratamiento de fertilización en vitro, rechazado con firmeza por el Vaticano.
LAS MUJERES, EN ETERNA ESPERA
En el suburbio de Evaston en Chicago, la abogada Lynne Mapes-Riordan ya se está preparando para un cambio y sigue estudiando para asumir un rol de liderazgo que la Iglesia no permite por el momento. "Espero que abran esto a las mujeres alguna vez", dijo la mujer de 50 años y madre de dos niños. "No tengo ningún indicio particular sobre cuándo podría ocurrir", sostuvo.
Las restricciones para las mujeres son una medida cada vez más desactualizada en un mundo donde ahora asumen una infinidad de tareas que van desde soldados a presidentas ejecutivas.
La canciller alemana, Angela Merkel, es la política más poderosa de Europa y hasta países musulmanes han tenido mujeres desempeñándose como primeras ministras.
Muchos dicen que la Iglesia no puede operar sin las mujeres porque ellas traspasan la fe como madres y educadoras religiosas. De todas formas, en la atmósfera tradicionalista alentada por Benedicto XVI, pequeños avances como la posibilidad de que niñas suban a los altares como monaguillas fueron eliminados. Incluso las mujeres que no están a favor del sacerdocio femenino -algo que el Vaticano descarta por completo- cuestionan el rol que la Iglesia Católica les ha otorgado a ellas y a sus hijas.
El nuevo papa estará bajo presión para dirigir a la Iglesia en momentos de un profundo y masivo cambio en la procedencia de la mayoría de los fieles. Alrededor del 68% de la población católica del mundo se encuentra ahora en Latinoamérica, África y Asia, pero eso no se refleja en el Vaticano. Europa todavía cuenta con 61 cardenales entre los 115 electores que ingresarán al cónclave, mientras que el mundo en desarrollo tendrá apenas 39, cerca del 34% del total.
Estos católicos del sur del mundo están lejos del bloque central de liderazgo. Cada área tiene su propio foco y el manejo de las diversas prioridades regionales requiere las habilidades de un diplomático experimentado.
La África subsahariana ha sido la región de más rápido crecimiento de la fe en el mundo en el último siglo, al llegar al 16% de la población católica del globo en 2010 desde apenas un 1% en 1910. Y los católicos africanos son mucho más conservadores que los del Hemisferio Norte. "África está fuertemente a favor de mantener las creencias católicas", dijo el reverendo Isaac Achi, cuya iglesia situada cerca de la capital nigeriana de Abuya perdió 44 fieles cuando un atacante del grupo Boko Haram condujo un auto lleno de explosivos hacia el edificio en la Navidad de 2011. "Luchamos contra el aborto, los homosexuales, las lesbianas y los métodos anticonceptivos", sostuvo.
UNA LENTA SANGRÍA DE FIELES
La pobreza acosa también a muchas congregaciones latinoamericanas, pero los principales desafíos de la Iglesia están en las incursiones hechas por las iglesias evangélicas y pentecostales en lo que alguna vez fue un bastión católico.
Esas iglesias protestantes ofrecen servicios más ágiles, ayuda práctica para los pobres y un mensaje alentador más alineado con las economías en crecimiento del continente, que con el sacrificio que a los católicos les enseñan que deben padecer.
La cantidad de personas que abandonan la Iglesia Católica es dramática. En Brasil, el país católico más grande del mundo, hoy un 65% de la población es católica, una profunda caída desde el 92% que se registraba en 1970.
Un sondeo de Gallup el año pasado estimó que había un 54% de católicos y el número estaba cayendo, y un 28% de protestantes. La cantidad de latinos sin ninguna religión aumentó al 15% desde el 11% en 2008. También crece la falta de sacerdotes, particularmente en países occidentales. Hay tantos cerca o más allá de la edad de retiro que la Iglesia enfrenta un "abismo clerical".
El catolicismo está centrado en sacramentos, especialmente la eucaristía en la misa, que sólo hombres ordenados en la Iglesia pueden dar. Sin curas, las iglesias o parroquias locales no pueden operar.
Los rangos del clero en Europa y América del Norte comenzaron a debilitarse a fines de la década del 60, a medida que los sacerdotes descontentos se fueron y pocos hombres ingresaron. Aquellos que permanecieron se están muriendo y los nuevos no son suficientes para reemplazarlos. Esto significa una creciente carga de trabajo. En América Latina, donde sólo hay un sacerdote para más de 7.000 católicos comparado con uno por cada 1.500 en Europa, la escasez es vista como una razón por la que muchos han encontrado mejores opciones en los movimientos evangélicos.
UNA BUROCRACIA DÍSCOLA
Dentro del Vaticano, el nuevo papa tendrá que enfrentar a la Curia, una burocracia de siglos de antigüedad dominada por clérigos italianos, que pueden hacer o destruir un papado porque pueden bloquear o demorar proyectos. La mayoría de los cardenales pone alto en sus listas de prioridades para el futuro la "gobernabilidad" o "reforma de la Curia", diciendo que otros cambios pueden partir desde allí.
El escándalo de VatiLeaks el año pasado mostró corrupción y luchas internas en altos niveles, y la Curia tampoco es conocida por la eficiencia en sus filas.
En el Vaticano, que engendró el término "nepotismo" por los papas del Renacimiento que daban trabajo a sus sobrinos ("nipote" en italiano), las contrataciones no siempre son con base al mérito. La influencia de la Curia dentro de la Iglesia es sorprendente porque tiene sólo 2.000 integrantes, quienes usualmente dejan su trabajo temprano en la tarde.
No hay reuniones de gabinete y la coordinación interna entre los departamentos, que incluyen tareas como mantener la doctrina católica, nombrar nuevos santos o promover la unidad cristiana, es irregular. Allí prevalece una atmósfera serena de cortesía que remite a un mundo antiguo.
Weigel, el teólogo estadounidense, ha identificado una serie de reformas que un determinado papa puede hacer, incluyendo introducir una semana de 40 horas laborales, cambiar un equipo de italianos a otro realmente internacional y crear un equipo ejecutivo para el pontificado. Pero ninguna reforma estructural funcionará, dijo, si el personal tiene una mentalidad gerencial en vez de verse a sí mismo como misioneros que trabajan para el papa.
"La Curia aún está profundamente influenciada por los hábitos de trabajo italianos y eso es problemático", afirmó. "Si miras al resto de esta sociedad, verás que no está funcionando muy bien", concluyó.
Agencia Reuters |
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