30 de mayo 2007 - 00:00

"Algunos amores de próceres parecen escritos por Migré"

Para elperiodista ehistoriador, lasaventuraspasionales querecoge en sulibro «muestranque aquello queen el pasadofueron chismesescandalosos,hoy permite,entre otrascosas,divertirnos,entretenernos».
Para el periodista e historiador, las aventuras pasionales que recoge en su libro «muestran que aquello que en el pasado fueron chismes escandalosos, hoy permite, entre otras cosas, divertirnos, entretenernos».
"Las historias vinculadas con pasiones, romances y amoríos, al ser observadas desde la visión histórica, pierden ese halo trágico o escandaloso con el que se las vivió en su momento, y hoy las podemos ver hasta humorísticas", sostiene el periodista e historiador Daniel Balmaceda y busca demostrarlo en su nuevo libro «Romances turbulentos de la historia argentina». Dialogamos con él.

Periodista: ¿Qué lo impulsá a describir sobre los amores turbulentos de nuestra historia?

Daniel Balmaceda: Esos amores turbulentos no son muy distintos de los que encontramos hoy muchas veces en los diarios, o sabemos como chismes de familiares o amigos. Hay algo muy especial en ver esas aventuras pasionales desde la distancia. A esto se suma que sus personajes son los que dan nombre a calles y avenidas, es como saber de los secretos, de la vida más intima de los próceres. Hay casos en que uno se enfrenta a una verdadera telenovela. Y no estaba Migré guionando las relaciones de Sarmiento con la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, Aurelia, que encima estaba casada y su marido la descubrió abrazada a Pedro Ortiz, su secretario. Fue un escándalo. Sarmiento que tuvo tantas mujeres -era lo que llamaban un picaflor-, tuvo en Aurelia la más perdurable y fiel de sus amantes. En fin, un bonito culebrón.

P.: Algunas de esas historias ya las había adelantado en sus libros anteriores.

D.B.: En relatos de « Espadas y corazones» y «Oro y espadas» al pasar se me cruzaban historias románticas con finales a veces cómicos y otras veces trágicos, y eso me dio ganas de seguir investigando. Me di cuenta que esas historias me permitían mostrar cómo se relacionaban hombres y mujeres de otras épocas. Aquello que en el pasado fueron chismes, gritos y susurros hoy permite, entre otras cosas, divertirnos, entretenernos.

P.: Usted muestra, además, las relaciones de parentesco que existieron entre los personajes de esos amores y amoríos.

D.B.: Es que Buenos Aires era muy chico y todo el mundo se cruzaba. Cada historia, cada aventura, cada escándalo, es una unidad, pero después uno se da cuenta que todos los personajes están en algún punto entrelazados. Los vínculos entre hombres y mujeres estaban muy revueltos por aquellos tiempos.

P.: Y eran hasta incestuosos...

D.B.: Uno se encuentra con suegras enamoradas de yernos. Suegras que matan a la hija para quedarse con el yerno. Mujeres enamoradas del primo de su marido.

Dominga Rivadavia mató a su hija que estaba casada con Cayetano Barboza, porque estaba enamorada de Cayetano; los dos fueron a parar a la cárcel. Luz Sosa Corvalán de Godoy Cruz mandó matar a su yerno, Federico Mayer, porque estaba enamorada de él. Victoria Ocampo se enamoró del primo de su marido. Lola Mora encontró que su marido tenía otra mujer en Roma, la escultora le pegó un cachetazo que lo tiró al piso.

P.: A la vez ella, según se dice, era amante de Julio Roca.

D.B.: Con Roca, por lo pronto, se pasaban cartas bastante encendidas para la época. Pero, bueno, fue uno de los tantos romances que tuvo Roca, que mantuvo una relación clandestina con Guillermina Oliveira César, la mujer de Eduardo Wilde, su mejor amigo, de quienes había sido padrino de boda.

P.: ¿Cuál de esas historias es la que más lo divirtió contar?

D.B.: La de Salvador María del Carril y Tiburcia Domínguez. Resulta que cansado de los gastos que hacía su mujer, del Carril, que fue el primer vicepresidente que tuvimos en la Argentina, publicó un aviso en los diarios diciendo que a partir de ese momento no iba a aceptar ninguna deuda que contrajera su mujer; hoy diríamos que le cortó la tarjeta de crédito. Tiburcia se enojó tanto que hizo huelga de palabras, nunca más habló ni con su marido ni con sus hijos, nunca más habló en su casa. Cuando años después Salvador María se murió, Tiburcia abrio la boca para decir: «ahora puedo empezar a gastar». Se construyó un famoso castillo en Lobos, armó unas fiestas espectaculares, tiró plata a lo loco. Mandó hacer una estatua de su marido para su tumba. Cuando ella murió, por disposición testamentaria hubo que mandar hacer un busto de ella y ponerlo en su tumba de un modo determinado para mostrar su enojo por los siglos de los siglos. Hoy en la Recoleta se puede ver la estatua de Salvador María enojado, mirando hacia un lado, y la de ella, tambien enojada, mirando hacia el otro.

P.: Usted define a Manuel Belgrano como metrosexual.

D.B.: Es que era muy coqueto, se cuidaba las manos, se perfumaba, se vestía a la última moda europea. Para la tropa su pulcritud era llamativa y, además, tenía una voz aflautada. Eso lo transformaba para la tropa en lo que por aquel tiempo se denominaba una Marica, que era una forma de mencionar al hombre homosexual. Recordemos que Marica o Mariquita le decían por entonces a las Marías. Sin embargo, Belgrano era un hombre con mucho éxito entre las mujeres. Esa coqueteria que hoy signa al estilo metrosexual de un Beckham, ya era muy exitosa en tiempos de la colonia y la Revolución de Mayo. Belgrano tuvo un apasionado romance clandestino con Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación Ezcurra, la mujer de Juan Manuel de Rosas. Belgrano dejó embarazada a Josefa, y la tuvieron que mandar a Santa Fe para ocultar su panza, porque ella estaba casada con su primo, Esteban Ezcurra.

P.: También cuenta de un Presidente que dejó a su novia embarazada cinco veces pero no formalizó nunca.

D.B.: Lo que pasa es que Hipólito Yrigoyen siempre le escapó al matrimonio. Sentía que por su actividad política, como su tío Alem, tenía que andar suelto, sin relaciones fijas. Hipólito se enamoró de Dominga Campos y la dejó embarazada cuando ella era muy joven y la iban a casar con otro hombre. Cuando la familia la echó de la casa, Hipólito la instaló en una casa en lo que es hoy Santa Fe y Scalabrini Ortiz, donde él la iba a visitar y así fueron teniendo nuevos hijos, sin formalizar nunca la relación.

P.: Y luego, la historia de la mujer enamorada de un fantasma...

D.B.: Hubo un indio, que fue con el gobernador Luis Vernet a las islas Malvinas, y se escapó de la población cuando llegaron los ingleses. Por las noches se veía cabalgar a una sombra, a la que los kelpers consideraban un fantasma. Pero era Luciano Flores, al que luego, cariñosamente denominaron el indio Lucky Flowers, que se casó con Magdalena Scholl en una ceremonia entretenidísima que merece leerse.

P.: Concluye su libro con la tragicómica historia de «El crimen de la calle Gallo».

D.B.: Me pareció un buen final. Un final que me da ganas de empezar un nuevo libro. En 1914, Carmen Guillot contrato a diversos sicarios para matar a su marido, Carlos Livingston. Hubo cinco intentos que fallaron. Al final Carmen tenía un enorme equipo de asesinos a sueldo. Fianlmente Carlos apareció acuchillado como si en eso hubieran trabajado juntos todos los criminales, que hasta ese momento competían entre ellos.

Entrevista de Máximo Soto

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