Roger Pol-Droit y Jean-Philippe de Tonnac «Tan locos como sabios. Vivir como filósofos» (Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 2003, 201 págs.)
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Todos en la ciudad de Mileto pensaban que Tales era lo que Julio Cortázar, 2.400 años después, definió como un piantado. Se pasaba contemplando las estrellas, hablando solo, haciendo cálculos en la arena que le permitían inventar curiosos teoremas. Molesto por las habladurías, Tales decidió ser el hombre más rico del país, y se volvió un magnate en seis meses.
Eran tiempos de sequía en Mileto, cuya industria principal era el aceite de oliva. La cosecha, se predecía, iba a ser muy pobre. Y sólo al «loco» Tales se le podía ocurrir comprar o alquilar prensas de aceitunas.
Monopolizó todas. Y ese año, tal como a él se lo habían dicho las estrellas, hubo una cosecha fenomenal, y todos tuvieron que recurrir al «loco» Tales. Así, además de poderoso industrial, el «loco» pasó a la historia como el primer filósofo, y uno de los Siete Sabios de Grecia que fundaron el pensamiento de Occidente. Roger Pol-Droit se pregunta: «la gente de saber, hoy como ayer, no gana dinero, ¿por incapacidad o por desinterés?».
Las 43 historias de este libro, varias cuentos brevísimos y perfectos (como « Borrar las marcas propias»), parten de «esos residuos que se tiran a los basureros biográficos», y tienen como fuente principal el clásico «Vida y doctrina de los filósofos ilustres» de Diógenes Laercio. Pero los autores de esta deliciosa obra confiesan que buscaron capturar el costado «humano, demasiado humano» de aquellos precursores: «nos dio placer, imaginar a esos sabios, darles un cuerpo, hacerlos hablar o reír. Esperamos que otros compartan ese placer». Todos los relatos, como lo reclamó Aristóteles (a quien, nos enteramos, su maestro, el «ancho» Platón, le tenía envidia) tienen reversiones, están plenos de sorpresas. Crates teniendo sexo en público para confirmar lo bueno de la mala reputación. El erótico Epicuro muriendo en lo suyo gracias a las devociones bucales de una discípula. Diógenes dudando si ser falsificador o filósofo, pues ambas profesiones lo ponían fuera de la ley. Heráclito muriendo envuelto en bosta o Empédocles arrojándose a un volcán para confirmar sus creencias. No faltan filósofas, tanto tiempo negadas. Cleobulina, la primera, que hizo de inventar enigmas su actividad favorita; la sensata Hipatia que, un siglo después, fue masacrada por fundamentalístas religiosos por pensar demasiado. «Todos conocemos, al menos de nombre, a Tales, Sócrates, Platón,Aristóteles, y otros», señala Droit, pero «es siempre una experiencia singular descubrirlos arteros o confusos, alelados o celosos, empecinados o burlones; humanos, simplemente». Máximo Soto
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