“Chéjov me permite observar la condición y las miserias humanas, la cobardía, la postergación del futuro”, dice Marcelo Savignone, que presenta “La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana”, quien viene trabajando en el autor ruso hace más de diez años con “Un Vaina”, “Ensayo sobre la Gaviota” y “Mis tres hermanas, sombra y reflejo”.
Chéjov, tan lejos y tan cerca
El autor, director y actor Marcelo Savignone presenta “La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana”. Trabaja en el autor ruso hace más de diez años con “Un Vaina”, “Ensayo sobre la Gaviota” y “Mis tres hermanas, sombra y reflejo”.
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Su obra se presenta los martes a las 20 en Belisario Teatro con actuaciones de Milagros Coll, Sofía González Gil, Priscila Lombardo, Valentín Mederos, Guido Napolitano, Belén Santos, Leandro Arancio y el propio Savignone. Conversamos con él.
Periodista: ¿Qué podes decir de Chéjov, en cuyas obras siempre te interesaste para reversionarlas?
Marcelo Savignone: Está lo lejano, lo reconocible, porque habla de algo lejano del teatro del siglo XX pero a la vez aparece nuestro presente. La herramienta chejoviana permite, a través de su universalidad, cuestionar el presente. El arte y la filosofía trabajan lo universal, y lo particular lo trabaja la historia; el arte tiene que ver con el ser humano y la historia con el hombre especifico.
P.: Cómo podés ampliar eso de “Yo se lo que es el tiempo pero si me lo preguntan no lo puedo explicar”? ¿Cómo opera la confesión?
M.S.: Me baso en San Agustín, que empieza a hacerse preguntas sobre qué es el tiempo. Sabe que no se puede materializar y todas esas relaciones con el tiempo me llevan al diálogo constante entre el tiempo y el teatro por lo escrito y lo efímero. El teatro es una experiencia única, un instante, es poco palpable, se repite pero no es lo mismo cada función. Por otro lado, el filósofo Ricoeur cuando busca pensar una hermenéutica toma a San Agustín, confiesa que puede salvar el tiempo, esa noción propia la tomé para la obra. De algún modo se confiesan los montajes anteriores que había hecho sobre Chéjov, el tópico hegeliano es qué pasa si la confesión la hacen otros cuerpos, y ahí tomo a Nietzsche.
P.: No falta ningún filósofo ¿no es sólo para especialistas?
M.S.: Es para quien disfruta del teatro, quien conoce un poco a Chéjov y le gusta pensar la disfrutará muchísimo, porque hay idea de meta teatro, donde confiesan otros cuerpos, hay diálogos de los ensayos mismos pero también aparece el entramado teatral que lo acerca al público de manera fenomenal. Yo hago teatro físico entonces hay mucho del movimiento y de imágenes, es una obra bastante polifacética para su recepción.
P.: ¿Cómo es la tensión entre lo que fue, lo que es y lo que esta siendo, entre el recuerdo de lo que fue y lo real, el recuerdo como ficción, eso que construye la mente y deforma, la interpretación de la historia?
M.S.: Uno entiende que la historia que nos cuentan ha sido la de los ganadores. Benjamin se pregunta qué pasa con los perdedores, los que quedaron afuera, esta obra pone en tensión estos conceptos y las narraciones. Qué hay de real en esto y qué creí haber vivido, ¿no será conveniente esta historia que me cuento para hacer lo que hago? ¿Para justificarme? Se manifiesta por la acción del juego teatral, eso es lo potente. Cuando la filosofía dejó de tener la capacidad del concepto se dio cuenta de que el arte colaboraba mucho en extender los conceptos. Deleuze dice que la filosofía piensa a través de conceptos y el arte a través de afectos y perceptos.
P.: ¿Cómo pensaste la puesta para esta obra?
M.S.: Es una obra que empieza a hablar de otras obras, es una versión de Tio Vaina o La gaviota y es recuerdo, hay pequeños signos que llevan a las otras obras. Es minimalista en los objetos, pero no por eso menos contundente, se basa en signos que sirven para reflejar lo que fueron aquellas obras y el vestuario tiene la capacidad de mutar. Hay reinterpretaciones, venimos dialogando en generar una compañía de trabajo colectiva en tiempos de individualismo.
P.: ¿Cómo ves el teatro y la cultura?
M.S.: Estamos en un problema, hay una batalla cultural que no se termina de entender porque hay lógicas como las del arte que no se pueden ajustar a lo cuantificable sino que van con lo cualificable, como el amor, la amistad, no se pueden medir. San Agustín es quien dice que la medida del amor no tiene medida, el arte no puede quedar supeditada a las reglas del mercado, es otro patrimonio.
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