Los premios Oscar de la Academia de Hollywood, donde detrás del glamour de su vestuario y lo combativo de sus discursos (no menos a la moda) se juegan millones de dólares, son estrictos y formales hasta en los chistes, que ensayan una y otra vez. Nada se sale del libreto. Por esa razón, cuando se filtra algo inesperado, la sensación de lapsus freudiano, de acontecimiento puro, es total. Pero eso ocurre contadas veces.
Cuando la Argentina perdió la chance de ganar su segundo Oscar
Nuestro país podría tener tantos Oscar como Mundiales de Fútbol. En 1992, se unieron una mala decisión, una picardía de Adolfo Aristarain y una descalificación para perder la que hoy sería la tercera estatuilla.
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Adolfo Aristarain.
Pasó en 1973, cuando Marlon Brando se negó a recibir su Oscar por “El padrino” y envió, en su lugar, a la activista por los nativos americanos Sacheen Littlefeather, quien dio un breve discurso vindicatorio de su etnia y de cómo el cine estadounidense había tratado siempre al “indio” (un lugar no muy distinto del vampiro o el gangster): en aquel momento fue un acto de inconcebible rebeldía; hoy sería completamente normal, como lo prueba la primera nominación que tuvo hace unos días la descendiente de un pueblo originario, Lily Gladstone, por “Los asesinos de la luna”, de Martin Scorsese.
Al año siguiente ocurrió un episodio mucho más bizarro: mientras David Niven, con su impecable smoking, daba la bienvenida a Elizabeth Taylor, un hombre pasó corriendo a sus espaldas, completamente desnudo: un “streaker”, como se llamaba entonces a quienes hacían ese tipo de protestas por razones políticas, sociales o lo que fuera. Hasta que Niven no giró su cabeza hacia la derecha para verlo, no entendió por qué el público estallaba en carcajadas y exclamaciones de sorpresa. De paso, esto demostró que, si tal hecho no estuvo planeado (y nunca se demostró que así fuera), la seguridad de la época dejaba mucho que desear en una ceremonia de esa naturaleza. Hoy ningún extraño puede no sólo llegar al escenario sino saltar, en el exterior, por sobre las vallas de contención y los infinitos controles electrónicos.
Finalmente, sin ir más lejos, el último gran lapsus de los Oscars, insólito, le tocó protagonizarlo cinco años atrás al matrimonio de Warren Beatty y Faye Dunaway, cuando ella anunció la Mejor Película equivocada: debido a un error en los sobres distribuidos por Price WaterHouse, histórica auditora de los premios, la actriz de “Bonnie & Clyde” dijo que la película ganadora era “La La Land”. Inmediatamente, el productor de este film, mientras su elenco festejaba, corrió a rectificar ante el mundo el increíble error: la Mejor Película era “Moonlight”.
La Argentina no le fue ajena a los imprevistos del Oscar: no en escena, en su caso, sino fuera de ella, pero de una forma tan estruendosa que lo que ocurrió no sólo tuvo repercusiones internacionales sino en los reglamentos internos de la Academia. El protagonista de aquella historia tiene nombre y apellido, Adolfo Aristarain, y la película en cuestión fue “Un lugar en el mundo”, con Federico Luppi, Cecilia Roth, Leonor Benedetto y José Sacristán.
“Un lugar en el mundo”, rodada en San Luis y considerada lo más parecido a un western criollo (sin cowboys ni tiros, claro, pero con muchos de los elementos constitutivos de ese género que tanto gustaba al realizador), acababa de ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, entre otros premios, y era aplaudida en cuanto país se estrenaba. Era, no sólo por su solidez narrativa, el título ideal para que la Argentina enviara a la preselección por el Oscar al Mejor Film en Lengua Extranjera, como se denominaba entonces el rubro llamado hoy Mejor Film Internacional. Era también la que más se adecuaba, por múltiples razones, al gusto de Hollywood.
Pero no fue así. En 1992, no existía la Academia del Cine Argentino, organización que hoy tiene a su cargo la votación para elegir el film a enviar a la competencia, sino que se decidía directamente en el INCAA, con la participación de unas pocas entidades. Y, para sorpresa de todos, eligieron “El lado oscuro del corazón”, la película “surrealista” de Eliseo Subiela, cuyas chances para entrar entre las cinco candidatas eran inferiores a las del seleccionado de Samoa Americana, aquel que perdió 31 a 0 en eliminatorias, para ganar el Mundial de Fútbol.
Pero si la decisión, como se dijo, causó sorpresa generalizada, al propio Aristarain le provocó una furia incontenible. Y no se quedó quieto; urdió, de manera secreta, una estrategia para llegar a competir por el Oscar. Fue justamente este diario el que dio la primicia de aquella movida; en un reporte internacional al que tuvimos acceso se decía, como introducción a la lista de las películas enviadas por cada nación, que aquel año habría récord de países en competencia, incluyendo algunos que no lo habían hecho nunca: por ejemplo, Uruguay con “A Place In The World”. Demasiada coincidencia. La información terminaba allí. Un llamado telefónico a la jefa de publicidad de la película, que se quedó pasmada, confirmó la noticia que no habían dado a conocer. Aristarain estaba empeñado en que nadie lo supiera hasta que lo anunciaran en Los Ángeles.
En la edición del día siguiente apareció la información, con el título “Picardía de Aristarain: ‘Un lugar en el mundo’ competirá por Uruguay”. ¿En qué se basaba esa presunta coproducción con nuestro país? En la nacionalidad de la coguionista y vestuarista del film, Kathy Saavedra, a la sazón la esposa del director, quien poco después aludió, de manera un tanto imprecisa, a la participación de algunos capitales uruguayos. El productor principal del film era el argentino Osvaldo Papaleo.
Tal como se sospechaba, “Un lugar en el mundo” ingresó en la selección del Oscar entre las cinco candidatas, y “El lado oscuro del corazón” ni siquiera fue tomada en cuenta. Eso provocó un enorme malestar en nuestro país sobre los criterios de elección de una película, los que a partir de entonces fueron modificados hasta la creación de la Academia propia con cientos de integrantes de la industria que votan. Sin embargo, la satisfacción personal del director de “Tiempo de revancha” no duró demasiado.
Poco después de que se anunciara por televisión que “A Place In The World” representaría a Uruguay, comenzó a llegar a Hollywood la información de que la película no tenía demasiado de uruguaya. Cuentan que quienes más empujaron para desbancarla fueron los mexicanos de “Como agua para chocolate”, que había quedado fuera, y que esperaban ubicarla en el lugar del film de Aristarain.
La Academia fue mucho más dura: descalificó, finalmente, “Un lugar en el mundo”, pero no le dio lugar a ningún otro film. Ese año sólo participaron cuatro películas, y ganó la mediocre producción francesa “Indochina”, de Régis Wargnier, con Catherine Deneuve. Una oportunidad perdida para que el país tuviera su segundo Oscar después de “La historia oficial”; las posibilidades eran muy fuertes.
A partir del año siguiente, la Academia endureció sus reglas con respecto a las coproducciones, fijando una proporción determinada y fehaciente de la participación de los distintos estados que produzcan un film que represente, en la competencia, a alguno de ellos. Con el paso del tiempo eso se flexibilizó al punto tal de que hoy Aristarain no tendría ningún problema en competir con “Un lugar en el mundo” por la Argentina y ya no como Mejor Film Internacional sino como Mejor Film, la categoría principal (así como la coreana “Parásitos” ganó en ambos rubros en 2019, cosa que escandalizó a Donald Trump).
Este año se reforzaron esos cambios de viento en Hollywood: Francia no envió a la preselección el film “Anatomía de una caída”, ganador en Cannes y favorito de casi todos, sino una producción más “francesa” a la vieja usanza, histórica, y con Juliette Binoche: “A fuego lento”. La Academia, sin embargo, no la tuvo en cuenta, y premió a “Anatomía de una caída” con la participación en el rubro de Mejor Film. Difícil que gane frente a “Oppenheimer”, pero fue la diplomática demostración a los franceses de que fallaron el tiro.
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