«Divorcio a la francesa» (Le Divorce, EE.UU.-Francia, 2003, habl. en inglés y francés). Dir.: J. Ivory. Guión: R. Prawer Jhabvala y J. Ivory sobre novela de D. Johnson. Int.: K. Hudson, N. Watts, J.M. Barr, L. Caron, G. Close, T. Lhermitte y elenco.
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T ras una cantidad de films serios basados en escritores de prestigio, el director James Ivory, el productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer Jhavbala decidieron divertirse un poco sin apartarse de su gusto por adaptar literatura. Esta vez, en lugar de Henry James o E.M.Forster, eligieron a Diane Johnson, quien registra como antecedente principal haber colaborado con Stanley Kubrick en la adaptación cinematográfica de «El resplandor» de Stephen King. Ahora bien, para conocerla como novelista será mejor leerla, ya que a juzgar por el film que inspiró, su best-seller «Le Divorce» no es más que un catálogo de clichés, a cual más trasnochado, sobre la atracción-antagonismo entre norteamericanos y franceses, que podría resumirse en este diálogo: «Ellos (los franceses) hablan de todos los tabúes, menos de dinero». «Bueno, nosotros (los norteamericanos) podríamos hablar menos de eso».
El divertimento del mismo equipo que dio películas como «Lo que queda del día» o «La mansión Howard», empieza con la llegada a París de una joven norteamericana llamada Isabel Walker ( Kate Hudson), lo que habrá que interpretar como un «guiño» al Henry James de «Retrato de una dama», cuya protagonista se llamaba Isabel Archer. Los parecidos, se sabe pronto, acaban ahí. Los guiños, sean cinéfilos o literarios, no. Y son bastante obvios. El viaje de esta Isabel -una chica moderna y con recursos, según se proclama, pero no se ve, como comprobaremos más adelante-es para visitar a su hermana poeta, embarazada de su marido francés, según ella misma le explica al funcionario de Inmigraciones no bien empieza la película. El problema es que cuando Isabel llega, el cuñado escapa en taxi hacia un nuevo amor, lo que desencadena el divorcio del título. Claro que tratándose de franceses (vistos por norteamericanos), tal cosa no será tan fácil como en los Estados Unidos.
El fugitivo es el hijo menor de una familia de la alta burguesía liderada por una matriarca (Leslie Caron) poco dispuesta a perder la elegancia así se venga el techo abajo y, mucho menos, la mitad de un cuadro perteneciente a su nuera que se descubre de una firma famosa, y cara, naturalmente. Entre los vaivenes del divorcio ajeno, el aprendizaje de las costumbres francesas, las tendencias suicidas de su hermana y la aparición de un norteamericano desvariado que pone el toque de violencia en una visita a la tour Eiffel, Isabel no pierde el tiempo. Mientras se acuesta con un joven músico, se enamora ¡al verlo en televisión! de un pariente político de su hermana, maduro y casado (Thierry Lhermitte), e inicia con él una relación de amantes que, siendo él un bon vivant francés, incluye una cartera de Hermes de regalo, ideal como para que muchos le pregunten, al mejor estilo Mirtha Legrand si «eso se gana con honra».
El espectador, entretanto, asiste al desarrollo de todas estas subtramas, muy bien vestidas y llenas de frases pretenciosas (vale decir, muy Ivory), esperando algo más de esta «comedia» que una sonrisa de vez en cuando. No hay. Si siente que ha perdido 115 minutos de su tiempo, piense lector, que en este producto vacío se ha desperdiciado también a un elenco transoceánico: Glenn Close, Jean-Marc Barr, Stockard Channing, Stephen Fry, Matthew Modine, Naomi Watts, Sam Waterson etcétera.
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