7 de mayo 2009 - 22:14
«El lector»
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Cuando en 1966 enfrenta a un tribunal y el juez, alemán desde luego, le enrostra esos hechos como si ella hubiera inventado el Tercer Reich y el resto de la nación hubiese vivido en otra parte, le responde con lógica kantiana: ¿qué habría hecho usted? Con seguridad, ese mismo juez, 25 años antes, la habría enviado a los hornos si no hubiera hecho lo que hizo.
«El lector» está atravesada, al menos en su planteo y desarrollo, por temas morales expuestos con una franqueza no frecuente en este tipo de producciones destinadas al gran público y estrellas en el reparto. Está lejos de identificarse con el habitual reparto de bendiciones y condenas de la filmografía sobre el tema.
La intervención de un personaje completamente secundario, un estudiante de la misma facultad de Derecho a la que concurre el protagonista, Michael Berg (interpretado, en tiempos distintos por David Kross y Ralph Fiennes), tematiza inclusive la disyuntiva, denunciada tantas veces por Claude Lanzmann, de hacer del Holocausto un espectáculo, cuando al refirirse al proceso contra Hanna señala: «Este juicio es un show. Sólo se montó porque ahora apareció una sobreviviente que reveló lo que pasó en esa iglesia. ¿Y todo lo demás?».
A otro personaje estupendo, el profesor que compone Bruno Ganz, también le toca una frase iluminadora, a solas con Michael, y que tiene que ver con el papel que le cabe a las nuevas generaciones para validar, o no, el esfuerzo de las anteriores que se opusieron al nazismo.
Pero, más allá de todo, y como bien saben quienes leyeron el libro de Schlink, «El lector» es también la historia de un debut erótico, el «verano del 58» de un adolescente que ignora por completo qué fue lo que hizo y dónde estuvo su iniciadora Hanna en el «verano del 42», y que resume y explicita la red de conflictos antes expuestos. Al descubrirlo, al adquirir repentinamente una mala conciencia que lo acorrala en el dilema entre traicionar a la ética histórica o traicionarla a ella (Michael es el único que sabe algo de Hanna, que ella se niega a revelar, y que podría salvarla en el juicio), la película adquiere un vuelo dramático tan intenso como inquietante.
Pero la solución elegida para su resolución, como se dijo al principio, es la más perezosa, la más cómoda, e inclusive la que más contradice la definición del personaje de Kate Winslet, a quien se le cree cuando declara, sin vida en sus ojos, «los muertos están muertos, y punto», pero ya no tanto a medida que se aproxima a su fin.
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