3 de octubre 2001 - 00:00
Intentarán revitalizar la literatura argentina
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Cortázar y Borges.
LiterAr se plantea hacer «que los libreros tengan interés en promover nuestras obras y cuenten con suficiente información para poder recomendarlas». Enfrentan varios problemas. Por una parte, los libreros tienen experiencia de que la literatura argentina, «salvo los clásicos» (dos: Borges y Cortázar), se lee poco. «Vendemos 3 o 4 libros de narrativa argentina por semana, salvo que aparezca algo muy publicitado», comenta Sergio Pesce, de la Librería Yenny de Belgrano. «La literatura criolla no alcanza a 5 por ciento mensual de nuestras ventas de literatura en general», afirma Juan Pablo Aisenberg, de Librerías Santa Fe. Para los vendedores de Fausto de Barrio Norte es aún más grave, «si llega a 2 por ciento es mucho, y eso sumando la novela histórica, que es un fenómeno inflado».
«El país está como dijo Fogwill hace poco: se come poquito, se compra poquito, se vende poquito, se lee poquito. Hoy no hay el menor interés en explorar la literatura argentina. No hay, como décadas atrás, lectores advenedizos, curiosos. Y al mismo tiempo hay compulsión a editar, se publican muchos autores argentinos y ni a los libreros nos dan tiempo de conocerlos. Y hay también una compulsión a escribir, cualquiera parece andar con el manuscrito de una novela bajo el brazo. A esto hay que sumar que la literatura argentina es una islita en un mar de novedades internacionales, con muchos libros que vienen con fuerte promoción», explica Andrea Larrosa de «Ojos de Papel».
Un problema no menor para LiterAr es la concentración de las librerías y la desaparición de los libreros especializados, aquellos capaces de recomendar un libro porque lo han leído y saben del autor y sus otras obras. Hubo libreros del nuevo tipo, a los que los tradicionales califican de «despachadores de libros», que mencionaron como «argentinos que se venden» al uruguayo Horacio Quiroga y al mexicano Carlos Fuentes.
«Se venden los consagrados. Acá tenemos clientes que compran todo lo que sale de y sobre Borges», explica el librero de Fray Mocho. «Las cosas que ayudan a que un libro argentino se venda son que el autor tenga prensa, un premio o un escándalo. Un escándalo convirtió a Andahazi en bestseller, otro hizo que Piglia dejara de ser un 'autor de culto', para la gente de la Facultad de Filosofía y Letras», comenta Juan Pablo Aisenberg.
Muchos libreros agradecen el «cambio de mentalidad de los profesores» porque «provocaron el repunte de algunos auto-res, como Cortázar o Puig, gracias a que los dan como lectura complementaria». Para Andrea Larrosa el caso de Cortázar es singular, «un autor fetiche para los jóvenes, lo sienten como un emblema», pero el cambio en los que piden los profesores «está ayudando a que los adolescentes vuelvan a la lectura, claro que más que a los argentinos prefieren dar a Salinger o a Carver, y no está mal porque los hace interesarse. Mis dudas son con la serie 'Harry Potter' porque los hace adictos a una fórmula y no los deja pasar a otros autores, apenas, y con dificultad, a Tolkien». Para Ricardo López, en una clásica librería del barrio de Caballito, «es todavía peor que los chicos se enganchen con Coelho o Bucay, y lo hacen».
La segmentación por edades, relacionada con intereses, es clave en la promoción de los autores. «Hay libros y autores para cada edad. Los jóvenes buscan críticas, humor, imaginación. Algunos argentinos como Fresán y Forn lo intentaron y no prendieron, no dieron en la tecla. Otros como Pablo de Santis o Birmajer, que hicieron literatura juvenil, consiguieron cierto público. Hay profesores que todavía se equivocan ordenando leer 'El túnel' de Sabato, que les provoca rechazo.
Entre los adultos, hay de dos tipos, el lector-lector, de espíritu selectivo que sabe lo que quiere; y el que busca leer lo que quieren que le digan, entonces viene y piden 'el de Aguinis', y arriba quieren que se le digan que es bueno. La gente de esa edad es la gran consumidora de novela histórica. Para revitalizar nuestra narrativa habría que empezar viendo qué se está ofreciendo a los lectores, acá no tenemos alguien como el chileno Bolaño, aunque ése no necesita promoción», señala Ricardo López.
Una propuesta de LiterAr para promover nuestra literatura es la «circulación de los auto-res», que aparezcan y «acorten la distancia con los lectores». Habrá que ver cuáles lo conceden, porque así como hay «autores mediáticos» (por ejemplo, Mempo Giardinelli), otros, como César Aira, han hecho (imitando a Salinger y a Pynchon) de la no aparición en medios su estrategia de promoción.
«La cercanía con los autores ayuda -ironiza Andrea Larrosa-; acá vienen pacientes y amigos de Luis Gusman a buscar sus libros, o aparece uno que me dice: 'Juancito Forn me dijo que sacó algo nuevo, ¿me lo dejás ver?'. Recuerdo, en la Feria del Libro, cuántos libros una pobre editora le hacía firmar a un autor para que no se deprimiera porque no se le acercaba nadie.» Para Carlos Silberstein, en una librería de saldos del barrio de Saavedra, «no es que haya una disminución del hábito de lectura, acá la gente compra, pero se lleva una oferta de tres pesos y me dice que le alcanza sólo para eso».
Para Gloria Rodrigué, directora de Sudamericana, brazo del Grupo Bertelsmann, «las acciones de LiterAr son clave, nos permitirán continuar editando argentinos y que no desaparezcan de los catálogos y las novedades. Hay editoriales que pueden decidir dejar de publicar autores argentinos».
LiterAr ha tomado como meta lo ocurrido en España, Francia, y México, donde, en las listas de «los más vendidos», hay una mayoría de autores del país, mientras, en la Argentina, sólo muy contados logran aparecer. Eso se logró con una fuerte difusión publicitaria y promocional dedicada a mostrar el atractivo de los autores nativos, porque «hablan de lo que a todos nos preocupa o nos interesa».
Por su parte, en los Estados Unidos, el Departamento de Educación impuso el programa «América Lee», que enfatizó el valor de la lectura (en nuestro país hubo, tiempo atrás, impulsado por la Secretaria de Cultura de la Nación, un fallido intento del mismo tipo). Más allá de los «Reading Groups», que revolucionaron las librerías de los Estados Unidos estimulando la lectura, conviene atender a los planteos que hizo Nora Catelli, en su reciente ensayo «Testimonio tangibles», donde estudia cómo cambió la percepción del libro y la lectura en el siglo XX, hasta llegar a dudarse de su valor, y por lo tanto los nuevos caminos para forjar lectores.
Para la gran mayoría de los libreros entrevistados la propuesta de LiterAr es un desafío estimulante. «Se crea un paraguas de marketing para la literatura argentina, eso puede ayudar a que se descubran autores, a que circulen, a que se discutan, y que la gente no sólo elija ensayos o investigaciones seudoperiodísticas», afirma Aisenberg.
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