Liza Minnelli,
leyenda viva
del
espectáculo
desde
«Cabaret»:
su show en el
Gran Rex ni
siquiera
contó con
una puesta
vistosa o una
orquesta
potente.
Actuación de Liza Minnelli (voz). Con William Lavorgna (Dir. Musical, batería), R. Cutler ( teclados), D. Nyberg ( percusión), D. Katzenberg (bajo), W. Streich ( piano, coros), F. Perowsky (saxo, clarinete), G. Niewood (saxo, flauta), E. Xiques (saxo), C. Sharman (trombón), D. Trigg (trompeta), R. Konikoff (trompeta), W. Washer (guitarra). Coros/baile: C. Alexander, J. Caruso, J. Rodgers y C. Thorell. (Teatro Gran Rex, 13 de junio).
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Hace ya varias décadas (concretamente, en 1971), Liza Minnelli, hija de Judy Garland y Vincente Minnelli, fue la magistral Sally Bowles de la película «Cabaret» de Bob Fosse. Aquel papel, que le valió un Oscar y la puso en el más alto lugar del espectáculo internacional fue, para esta artista nacida en California pero neoyorquina por adopción, un punto de inflexión en su carrera. Nunca después, aunque trabajara en otras películas y grabara otros discos, pudo equiparar aquel papel, y los problemas de salud, mezcla de adicciones y mala fortuna, fueron una constante en su vida.
Liza Minnelli cumplió 61 años el pasado 12 de marzo, y acaba de pasar por tercera vez por nuestro país. Hizo un único concierto cuyas localidades se vendieron varios días antes de su llegada. Brindó una dicharachera conferencia de prensa en el hotel Faena -donde permaneció durante su estancia porteña-; participó de una recepción, de la que fueron parte muchos invitados especiales, en Señor Tango, pasó por el programa de Susana Giménez y terminó su breve tour en el escenario del Gran Rex.
En la platea, para regocijo de los cazadores de autógrafos y fotos con los celulares, había algunas (pocas, porque no hubo excesivas entradas de favor) caras famosas: Mirtha Legrand, Susana Giménez con su novio Jorge Rama, Araceli González con Adrián Suar, Nacha Guevara. El resto, una multitud que tenía un único objetivo: tener frente a sí, sin importar otra cosa, a esta leyenda-viva del showbusiness internacional.
En los más estrictos términos de lo que es un espectáculo, lo de Liza Minnelli podría ser evaluado como decepcionante. Ni su voz, con llamativos problemas de afinación; ni la orquesta, numerosa pero igualmente poco potente; ni la puesta, un fondo liso poco trabajado desde las luces; ni el coro, un cuarteto profesional pero poco expresivo de cantantes/ bailarines masculinos, estuvieron a la altura de la leyenda.
En dos sets cortos de ocho canciones cada uno, divididos por un largo intervalo, Minnelli se dedicó a repasar viejos éxitos y a homenajear a su madrina artística Kay Thomson. En esa selección de temas hubo un par de títulos de «Cabaret», «May be this time», un recuerdo para su padre con el tema «What Did I Have? (...I Don't Have Now)», de la película «En un día claro se ve hasta siempre» de 1970, varios títulos dedicados a Thomson -»Hello, Hello», «Jubilee Time», «Basin Street Blues», «Clap Yo' Hands», «Violin»-, y un cierre con su caballito de batalla, «New York, New York», que sólo sumó, como bis, una canción «a capella». Y poco más para la crónica: una artista que ha logrado un lugar en la historia; una vida cargada de noticias en los medios sensacionalistas; una visita que provocó revuelo en el medio artístico nacional, y un show que le hizo poco honor a semejante pasado.
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