“Ariadna en Naxos”, la ópera de Richard Strauss, inaugurará esta noche a las 20 la temporada lírica del Teatro Colón. Se trata de la versión de Marcelo Lombardero (que regresa con ella al Colón) conocida en 2019, y que será representada con dos elencos diferentes. Además de la función de esta noche también se verá el domingo a las 17, y del martes 16 al viernes 19 a las 20. Dirigirá a la Orquesta Estable el austríaco Günter Neuhold.
Marcelo Lombardero con una ópera que se volvió más actual
Diálogo con el régisseur de "Ariadna en Naxos", que hoy vuelve al Colón, donde se habla, además, del efecto de estos tiempos "neoliberales" y el retroceso del Estado como rector en la cultura
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Marcelo Lombardero en uno de los ensayos de "Ariadna en Naxos" en el Colón
La obra, con libreto del habitual colaborador de Strauss, Hugo von Hofmannsthal, fue estrenada en 1912. Es una historia de teatro dentro del teatro (o de ópera dentro de la ópera), en la que se prepara una gran fiesta en un palacio de la burguesía vienesa que culminará con un espectáculo de fuegos artificiales. Habrá en su interior la representación de un drama y de una comedia, pero, como los tiempos no dan para llegar a horario con los fuegos, drama y comedia se mezclan.
Dialogamos con Marcelo Lombardero.
Periodista: Si bien ya vimos esta versión hace cinco años, hoy se lee de manera diferente, con la figura de ese mecenas privado que organiza la fiesta…
Marcelo Lombardero: El mecenas se cree dueño del producto artístico y lo trata como lo que es, un producto. Lo maneja a su gusto, lo cambia, lo modifica, lo cercena, lo censura, porque para algo es el que paga, De eso se trata la obra. La diferencia, hoy, es que el Estado está ausente, o se está retirando, y el Estado debe ser el centro democratizador de la cultura; el que debería posibilitar que toda manifestación artística sea de acceso para todos. Y, cuando la cultura se privatiza, deja de ser un hecho para todos sino para algunos, y eso es lo que pone en riesgo la cultura. “Ariadna en Naxos” juega con esa idea, la de un mecenas que considera que lo más importante del producto son los fuegos artificiales, y puede así cortar, cercenar una obra, y se queda con la superficie y no con el hecho profundo.
P.: ¿Es posible la producción de ópera sin la intervención del Estado?
M. L.: Esa es una trampa a la que nos quieren arrastrar estos supuestos liberales que conducen el país. En primer lugar, hará unos quince o veinte años había instituciones privadas que producían ópera de muy buen nivel. Pero para continuar con lo anterior: yo no quiero caer en esa trampa, y eso no tiene sólo que ver con la ópera sino con la cultura en general. El Estado debería ser el rector, el que abriera las posibilidades creativas y de apreciación, tanto para el público como para los artistas, y posibilitara que el bien cultural esté a disposición de todos. Cuando el Estado se retira, hay personas que se adueñan de ese bien. No sólo en la cultura, podemos extender esto a la minería, al subsuelo, a los ríos, pero ahora estamos hablando de cultura. Entonces, algunos se adueñan y se hacen cargo. Curiosamente, a veces lo hacen en nuestro territorio, y otras prefieren patrocinar productos en el extranjero. Si uno lee la lista de quienes aportan dinero para la Ópera de Nueva York, el Met, se lleva una gran sorpresa porque allí figuran muchos argentinos, y latinoamericanos, que no contribuyen en sus propios países.
P.: Una de las mecenas del Met era Amalita Fortabat.
M. L.: Pero siguen ahora, hay varios. ¿Por qué no aportan en nuestro país y sí en los Estados Unidos? Justamente el Estado está para eso, para que esos bienes culturales sean accesibles a nuestra gente. Los teatros oficiales, además, también forman artistas, no sólo el Colón, sino el Cervantes, el Complejo Teatral de Buenos Aires. Por eso: es una trampa ponernos en ese lugar, el de creer que el Estado tiene que salir a socorrer a la cultura. No se trata de eso. La función es arbitrar los medios para que la cultura llegue a todos.
P.: Con esta ópera usted regresa finalmente al Colón.
M. L.: Sí, aunque debo decir que es un regreso fortuito; no se debe a una decisión de programación profunda sino porque el teatro tenía poco presupuesto y debió recurrir a reposiciones. Reconozco, de todos modos, que me hicieron algunas ofertas previas que yo consideré inviables, pero lo cierto es que hace cinco años que yo estoy ausente del Colón, y tampoco tengo ofrecimientos a futuro.
P.: ¿No le preocupa la cantidad de “trolls” que hay en las redes sociales, esos que aplauden cada vez que una institución del Estado es atacada, ya sea el Fondo Nacional de las Artes, la Televisión Pública o el Instituto de Teatro?
M. L.: O instituciones científicas. Nosotros, el año pasado, armamos en el Polo Científico Tecnológico una sala teatral, que hoy está cerrada. Hicimos allí la ópera “Patagonia” y antes “La desobediencia de Marte”, de Juan Villoro, en conjunto con el Teatro Cervantes. La idea era unir arte y ciencia. Hoy todo eso está perdido, la sala no está funcionando. Quizá la alquilen para hacer “eventos”.
P.: Como los fuegos artificiales de “Ariadna”.
M. L.: Puede ser. Nos quieren arrastrar a algo que, lamentablemente, no es propio de los neoliberales sino horizontal a todos los grupos políticos, y es el de transformar el hecho artístico en un “evento”. Ese “evento” es lo de menos, el hecho artístico es una construcción colectiva. Yo detesto la palabra “industria cultural”, porque la cultura no lo es ni debe estar reglada por esas normas. El hecho artístico tiene reglas propias que no son las de una industria. Si en el siglo XIX se hubieran aplicado las reglas de “rentabilidad”, hoy no existiría una ópera fabulosa como “Carmen”, cuyo estreno fue un rotundo fracaso. Con esto quiero decir que las instituciones culturales deben tener la flexibilidad de presentar espectáculos exitosos, “eventos” masivos, pero también espectáculos que construyan hacia el futuro. Y apostar al futuro. Si no, quedémonos solamente con unos títulos consagrados, algunos artistas consagrados, y no nos preocupemos más.
P.: Volviendo a la pregunta anterior, ¿por qué ese enardecimiento tan evidente de ciertos sectores con los ataques a la cultura?
M. L.: Yo creo que es crueldad, va más allá de lo político. Es el regodeo de que al otro le vaya mal. En cuanto a lo político, creo que la intención es atacar todo lo que se construyó en cultura, llevarnos a un período monárquico, predemocrático. No van a tener éxito, pero sí generarán un gran retroceso y más pobreza. Porque nada de eso produce riqueza: es mentira que si ajustan en la cultura ese dinero va a los hospitales, o a los comedores o a las escuelas. Eso ya lo sabemos hace mucho tiempo. Ese dinero no se gasta en nada beneficioso para la comunidad.
P.: Nos quedó hablar de esta versión.
M.L.: Esta producción la estrenamos en 2011 en el Municipal de Santiago de Chile y tuvo un largo recorrido. La última reposición fue, como dijimos, aquí en el Colón en 2019. No introduje cambios; cuando una producción me cierra pasan las mismas cosas en los mismos momentos. Lo que cambian son los personajes y las voces, lo cual en cada caso le da una riqueza diferente al espectáculo. La gran alegría mía es tener ahora dos elencos distintos, están Carla Filipcic-Holm, que ya cantó la vez pasada; Eiko Senda, Ekaterina Lekhina, que hizo Zerbinetta en Santiago de Chile, y un grupo de artistas excelentes todos.
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