Lucía Puenzo debuta en la dirección con
«XXY», a partir de un cuento que el guión
mejora hasta cierto punto.
«XXY» (Argentina-España, 2007, habl. en español). Guión y dir.: L. Puenzo. Int.: I. Efron, M. Piroyansky, R. Darín, G. Palacios, V. Bertucelli.
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En un sketch de «Monty Phyton. El sentido de la vida», la parturienta pregunta al obstetra «¿Es niño o niña?». «¿Para qué condicionarlo?», responde el otro. «Dejemos que él mismo decida cuando sea grande». Corría 1986, y ése era un chiste inglés. Ahora, algunos responden lo mismo pero ya no como chiste, sino un criterio «políticamente correcto» en defensa de la identidad sexual de cada uno y toda esa monserga. Antes, frente a una criatura hermafrodita, se imponía sin demora la intervención quirúrgica, su inscripción como niña (pues habitualmente predominan los componentes femeninos), y una provisión de hormonas lo suficientemente necesaria. Hoy existe todo un discurso, que acaso beneficie a la industria farmacéutica, para mantener la criatura tal como vino al mundo, sólo que ultramedicada hasta que sea grande y elija qué hormonas prefiere seguir tomando.
Alguien dice en esta película que, si lo operaban al nacer, hubiera desarrollado miedo a su propio cuerpo, «y eso es lo peor que se le puede hacer a un hijo». Extendiendo el concepto, si un niño nace con labio leporino habría que dejarlo que pase todas las incomodidades, postergaciones, y humillaciones de la infancia y adolescencia, no sea cosa que le tome miedo a su propio cuerpo. Digamos que suena raro. En esta historia, dos padres y una hija malcriada y de cuerpo indefinido, que huyeron de Buenos Aires hasta un pueblo de la costa uruguaya para evitar intromisiones, reciben a otros dos padres con un hijo cara de Gilligan y de tendencia indefinida. Al parecer, temen que el chico sea homosexual. Y lo dejan al alcance de la piba.
El asunto se inspira libremente en un cuento de Sergio Bizzio, «Cinismo», que empieza con mucho ingenio y después sigue con unos diálogos imbéciles y reiterativos de chicos bobos. La película pone mejores diálogos (igual algunos son medio insufribles, tipo nuevo cine argentino), enriquece caracteres, agrega personajes, anécdotas, y conflictos (por empezar, el padre visitante es cirujano, y el local deposita su angustia en la recuperación de tortugas heridas), combina situaciones inverosímiles y actuaciones señalables, y ofrece por ahí un capítulo de tensión en alza, relacionado con unos lugareños brutos, que hace pensar en «De repente en el verano» o algo por el estilo, pero luego esa tensión se deriva hábilmente hacia otro lado. El final es casi el mismo que el del cuento. Hay que apreciar la buena mano de Lucía Puenzo, en su debut como realizadora, tras un largo trabajo como libretista, sobre todo de TV («Sol negro», «Hombres de honor», «Tiempo final», «Malandras», etc.), en algunas de las cuales coincidió con Sergio Bizzio. Para interesados. La mitología clásica habla del penoso encuentro de un quinceañero con cierta náyade incomprendida que lo abrazó en una fuente, a resultas de lo cual el mencionado chico, o lo que quedaba de él, clamó a los dioses que todo aquel que allí se bañara, quedara igual que él, y encima sin náyade. Ese era Hermafrodita. Un resentido social, evidentemente, según lo cuenta Ovidio en su «Metamorfosis» (deliciosa fuente literaria, aunque quizá no para todas las edades ni los gustos).
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