16 de enero 2007 - 00:00

Paradigmas del arquitecto como "sismógrafo" social

Mural artístico del gran arquitecto Le Corbusier, gran sensoro «sismógrafo» del siglo XX (según una denominación acuñadaen la Bienal de Arquitectura de Venecia) y que en laArgentina tiene referentes como Clorindo Testa.
Mural artístico del gran arquitecto Le Corbusier, gran sensor o «sismógrafo» del siglo XX (según una denominación acuñada en la Bienal de Arquitectura de Venecia) y que en la Argentina tiene referentes como Clorindo Testa.
La arquitectura constituye un asombroso ejemplo de la expansión artística de nuestro tiempo. Por eso, hoy es entendida no sólo como el arte de construir edificios, sino como el arte de construir el entorno humano. Los últimos cien años bien podrían denominarse «el siglo de la arquitectura». Por lo menos, la producción de arquitectura en el mundo entero ha sido la mayor de la historia durante esta centuria. El tercer milenio plantea la urgencia de construir un entorno urbano capaz de vencer a las fuerzas de la vulgaridad y la monotonía que deprimen y contaminan las ciudades modernas, y hacer de éstas un medio donde los seres humanos se enriquezcan para que dejen de ser centros amenazadores y depredadores de la condición humana.

La arquitectura, como las demás artes, se ha personalizado y ya no es, ante todo, el resultado de movimientos, escuelas y esfuerzos comunes guiados por un programa o un estilo.

Nuevas ideas, nuevas tendencias, nuevas visiones del porvenir son ahora ejemplificadas a través de las posiciones y obras de creadores individuales. En las últimas décadas el reciclaje de antiguos edificios, tanto como la preservación de distritos históricos y la recuperación, por medio de nuevas obras, de zonas abandonadas, constituyen algo más que negocios inmobiliarios o intervenciones culturales: son, en el fondo, un reconocimiento de los valores éticos y estéticos de otro tiempo, así como una investigación de personas y lugares, de vida y memoria urbanas.

Pero no basta con la rehabilitación de testimonios del pasado ni, mucho menos, con la imitación de los estilos del ayer, tan habitual en cierta arquitectura contemporánea mediocre. La arquitectura no debe renunciar ni a la imaginación estética ni a la realización moral, dos fuerzas que han de responder a las peculiaridades de cada comunidad, de cada país, de cada región, sin perder por ello de vista la época en que actúan. Y época significa nuevas ideas, nuevos valores, nuevas técnicas, nuevos materiales.

Compartimos la concepción del arquitecto como sensor del futuro, como sismógrafo, planteado en la Bienal de Arquitectura de Venecia, dirigida por el gran maestro austriaco Hans Hollein, uno de los nombres máximos de la arquitectura contemporánea. El sismógrafo es el instrumento que registra y mide las oscilaciones y sacudimientos de la tierra; es, en cierto modo, un sensor especializado. Si se observa que el arquitecto trabaja sobre y dentro de la tierra pero además en la Tierra, empezará a verse que esta denominación de «sismógrafo» no es sólo metafórica.

En el caso de la arquitectura argentina, la décima Bienal Internacional de Buenos Aires, incluyó como arquitectos sismógrafos a Mario Roberto Alvarez, Justo Solsona y Clorindo Testa. En ellos hay un interés estético en el diseño, en la planificación urbana y regional y en una estética integrada del «environment», que en nuestra época es la ciudad, donde los seres humanos llevan adelante actividades productivas, domésticas, recreativas y culturales. Son arquitectos que diseñan la ciudad de modo tal que sus habitantes puedan recrearla, y proceden como dramaturgos: escriben un libreto para que miles o millones de personas lo vivan.

Decano de los arquitectos argentinos en funciones, la obra de Mario Roberto lvarez (1913) es una de las más numerosas y destacadas de nuestro tiempo. Sus obras se distinguen por su racionalidad sensible, capaz de conjugar arte y técnica desde una perspectiva donde se funden la austeridad y lo creativo. Un ejemplo de estas concepciones es la Torre Le Parc, rascacielos de departamentos que se yergue en una zona de parques, en las cercanías del Río de la Plata. A poca distancia, el conjunto residencial de la Avenida del Libertador 4444, señala también la rigurosa y gallarda arquitectura de Alvarez, con dos semi-torres. Ha dicho que se niega toda «delectación estética» y que pone sus obras «a cubierto de particularismos excesivos y de sentidos anecdóticos». «Tratamos de dar respuestas simples a requerimientos complejos», sostiene.

Desde la década del '60, el estudio que hoy integran Flora Manteola, Javier Sánchez Gómez,Josefina Santos, Justo Solsona y Carlos Sallaberry ha aportado a la arquitectura argentina contemporánea muchas de sus obras capitales. Entre otros hitos, se destacan el Complejo Natatorio de Mar del Plata. El partido tomado fue el de construir sobre un nivel del suelo las dos piletas requeridas (las de carreras y la de saltos). En materia de arquitectura residencial, el Palacio Alcorta, imaginativa reformulación de un edificio de oficinas y talleres de 1927.

Para Testa, la ciudad es esencialmente un espacio ético y no una simple acumulación de construcciones y elementos urbanos, más o menos atrayentes desde el punto visual y utilitario. Testa (1923) trabaja desde 1952 proyectando edificios que no son sólo objetos de consumo, sino materialización de ideas y representaciones. En sus obras de mayor trascendencia puede reconocerse la importancia asignada a lo urbano existente, y no sólo desde el punto de vista formal, sino como hecho sociocultural. Algunas de sus obras paradigmáticas son la Biblioteca Nacional,inaugurada al cabo de dos décadas de construcción: es un vigoroso volumen de hormigón que se alza como una caja sobre cuatro grandes apoyos que permiten la continuidad de los espacios verdes por debajo del cuerpo elevado.

El Buenos Aires Design Recoleta, centro especializado en decoración y diseño industrial; y el Auditorio de la Paz, cuyas terrazas metálicas voladas posibilitan un jardín elevado que dialoga con el creado a niveldel terreno, junto al edificio. Estos arquitectos conciben al entorno urbano como un entorno estético que asimila las necesidades vitales, los valores éticos y las características perceptivas del hombre a una red de dimensiones humanas; que incita a respuestas imaginativas; que simboliza nuestros ideales de cultura; que nos permite reconocer la proporción humana en lo universal; y que, en definitiva, amplía nuestra experiencia.

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