En “Rifkin´s Festival”, última película de Woody Allen (adjetivo que, en este caso, podría admitir su melancólico doble sentido), Mort Rifkin (Wallace Shawn) es un oscuro profesor de cine, neurótico como cualquier alter ego del personaje modelo de Allen desde que dejó de actuar él mismo, que desde hace años se propone publicar una novela: pero no una novela cualquiera, mediocre, sino una obra maestra que lo ponga en la Historia al mismo nivel de Proust o Dostoyevski; si no, ¿de qué vale la pena el sacrificio?
“Rifkin´s Festival”: el mundo ha cambiado, el de Woody Allen no
Su última comedia tiene escenas, gags y recursos visuales brillantes (como los clips de sus películas clásicas favoritas), que habrían enloquecido a sus fans. Pero pasaron cuarenta años desde entonces.
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Su mujer, Sue (Gina Gershon), no comparte los mismos ideales: ella es una exitosa publicista de cine que, en el Festival de San Sebastián que se desarrolla en esos días, maneja la agenda de Philippe (Louis Garrel), un director tan presuntuoso como hueco —y de buena figura—, de quien por supuesto ella está enamorada. El papel de Rifkin se corresponde bastante con el que tenía el mismo Allen en “Crímenes y pecados”, cuando Mia Farrow se iba con el insufrible ególatra de Alan Alda. Pero Rifkin, que sin embargo gracias a ello conoce San Sebastián aunque termine de desencantarse de su esposa y, sobre todo, de los festivales de cine que tanto deseaba visitar desde joven, la guerra ya está perdida. El matrimonio viene haciendo agua desde hace rato, tanto como el cine de hoy día, y, otro rasgo en común con el prototipo alleniano, empieza a padecer dolores de hipocondríaco; un presunto mal cardíaco que, pese a todo, lo conducirá a cierta luz de esperanza: conocer a la doctora Jo Rojas (Elena Anaya).
Si Woody Allen hubiese estrenado “Rifkin´s Festival” a fines de los 70, en la misma época de “Annie Hall” o “Manhattan”, seguramente habría sido un arrollador éxito de boletería (empezando por la psicoanalizada Buenos Aires) y, por qué no, quizá también habría ganado un Oscar. Pero pasaron más de cuatro décadas y el mundo cambió. El único mundo que no cambió fue el de Allen, que vive instalado en él y a esta altura no hay quien lo mueva. Sin ir más lejos, en su película anterior, “Un día lluvioso en Nueva York”, incluyó una escena en la que dos veinteañeros de hoy alquilaban un mateo en el Central Park y hacían bromas sobre Cole Porter. Algo así como filmar una película argentina donde dos adolescentes, con sus espaldas y brazos tatuados, estén tendidos en Parque Rivadavia haciendo chistes sobre El Niño de Utrera o Gregorio Barrios.
Pero lo más singular de este fenómeno es que a Allen, hoy de 86 años y con su nombre revolcado por el fango a raíz de sus problemas familiares y legales, no le importa nada de nada. Hasta el último día su mundo será el mismo, un club al que invitó a millones de personas desde sus comienzos, seguidores que se fanatizaron con su ingenio y sus películas, pero que año tras año viene decreciendo.
Y no se trata de que sus films sean peores que antes. Por el contrario, “Rifkin´s Festival” tiene buenos diálogos, observaciones ingeniosas sobre las tonterías que imperan hoy en los pasillos de los festivales (la referida a Hannah Arendt es imperdible), y, si bien en otras de sus obras anteriores ya había parodiado algunas de sus películas favoritas, acá lo hace in extremis con nueve clips, en blanco y negro desde ya, que representan las pesadillas de Rifkin como fragmentos de sus amados clásicos: “Citizen Kane”, “Ocho y medio”, “Jules et Jim”, “Un hombre y una mujer”, “Sin aliento”, “Persona”, “Cuando huye el día”, “El ángel exterminador” y “El séptimo sello”.
En definitiva, y pese a lo dicho, “Rifkin´s Festival” no es una película envejecida, es una película atemporal y extremadamente coherente dentro del sistema Allen, un club que poblaban millones pero al que ya muchos no quieren pertenecer porque o bien no saben de qué habla, o bien porque lo tiene a él como miembro.
“Rifkin´s Festival” (EE.UU.-España, 2020). Dir,: W. Allen. Int.: W. Shawn, G. Gershon, E. Anaya.
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