Se definió el Mundial de Escritura: los textos ganadores

El escritor argentino Santiago Llach organizó la primera edición del Mundial de Escritura, un torneo que juntaba a 2.600 escritores de todo el mundo a competir escribiendo todos los días. A continuación los textos ganadores.

Los participantes del mundial tuvierón que escribir 3.000 caracteres por día durante 15 días.

Los participantes del mundial tuvierón que escribir 3.000 caracteres por día durante 15 días.

Pixabay

La primera edición del Mundial de Escritura, organizado por el escritor Santiago Llach, ya tiene a sus primero ganadores. Los textos fueron seleccionados por un jurado conformado por Leila Guerriero, el escritor chileno Alejandro Zambra y el costarricense Luis Chaves, junto a las trescientas personas que votaron en las redes, y dieron cómo ganador a "La casa" de Ivana Soto.

Soto nació en 1983 en la ciudad de La Plata, estudió periodismo, filosofía y teatro, y actualmente trabaja como secretaria en el Hospital Rossi. La competencia convocó a 2.600 escritores de distintas partes del mundo que, durante quince días, escribieron a contrarreloj los 3.000 caracteres diarios y obligatorios para seguir participando.

A Soto la acompañan en el podio la escritora de "Aycila", Elena Vinelli del equipo "Ávidas contertulias" y la de "Hoy te tengo cariño", de Josefina Gómez del equipo "Jennifer Loper". Las 3 recibirán como premio una suscripción de tres meses a Pez Banana Club y, además, los diez textos finalistas serán parte de una antología con los mejores trabajos del Mundial, que se publicará en julio por la editorial Tenemos las Máquinas.

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Los 10 textos más votados del mundial serán editados en un libro copilado.

Los 10 textos más votados del mundial serán editados en un libro copilado.

Sobre la experiencia de participar en el mundial en el contexto de cuarentena Ivana Soto explicó: “De repente apareció una obligación en medio de una cotidianeidad nebulosa, la sensación es que estamos como en cámara lenta. La detención de las cosas, el aletargamiento. Pasó una cosa muy básica pero importante: durante los catorce días, yo sabía en qué día estaba cada vez. No es que me despertaba y me olvidaba de que me tocaba ir a trabajar o que confundía domingos con martes, pero los días estaban diferenciados unos de otros porque tenía una cosa que hacer. Lo segundo, fue que logré tener un par de horas diarias con la cabeza metida en otro lugar. Al escribir, lograba estar dos horas en otro planeta”.

Según Llach, la próxima edición del Mundial será el 15 de junio y en las próximas semanas se difundirá la convocatoria y las fechas de inscripción en las redes sociales. Si te interesa leer los textos ganadores, los encontrarás a continuación:

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La próxima edición se llevará a cabo el 15 de junio.

La próxima edición se llevará a cabo el 15 de junio.

Primer lugar

La casa de Ivana Soto (equipo Nerds de la vida)

Cuando Marcos y yo éramos novios, él había comprado con sus ahorros y en muchisísimas cuotas un terreno lleno de árboles. Dudaba entre ése y otro, más grande, pero que no tenía ningún árbol. Es un páramo, le decía yo. Cuando esté la casa y aunque plantemos ahora, no tendremos sombra donde echarnos los veranos. Yo quería vivir en una casa que tuviera un árbol en el medio del comedor: si ya hay algunos plantados nos ahorramos la mitad del trabajo, insistía. Vos sos ingeniero, le decía, imagináte hacer una casa acá, con recovecos, esquinas imposibles, espacios subterráneos y un tobogán. Marcos me miró cuando me oyó decir “tobogán”, pero nos queríamos mucho.

Ya lo había pensado: el tobogán terminaría en un sótano. Lo bueno de tener un sótano, decía yo, es que siempre podremos seguir excavando, y hacer la casa más grande, más profunda, hasta el centro de la tierra o hasta que encontremos petróleo, y si encontramos petróleo nos hacemos millonarios y terminamos de pagar las cuotas del terreno. Un sótano no tiene ninguna desventaja, ¿no te parece? Él me abrazaba y me besaba la frente y me decía sí, sí. En el sótano imaginario hay una biblioteca: empotrada en las paredes, tiene una escalera con rueditas que se puede desplazar todo a lo largo y cambiar de altura para llegar al estante donde está el libro que uno quiere leer. Otras veces, dependiendo de mi ánimo, en lugar de la biblioteca hay un salón acustizado. Entonces todos mis amigos vendrán al sótano a tocar la guitarra, o a bailar como poseídos, o a dormir la siesta si quieren, o a esperar el fin del mundo sentados y a oscuras y en silencio.

En el comedor, les dije ya, hay un árbol que se estira hacia arriba y saca sus ramas por el techo. En mi imaginación tengo que resolver el tema de la lluvia, porque pienso que, cuando llueva, el hueco por donde sale la copa del árbol permitirá que el agua entre, y todo lo que haya en el comedor va a mojarse sin remedio, cada vez, especialmente en esta ciudad, que es tan húmeda. Sería una pena que se arruinen mis muebles imaginarios, mis sillones Luis XVI, mi juego de mesa y sillas chippendale. De todas maneras la lluvia es lo de menos porque mi casa imaginaria está en otro lugar: unas veces frente al mar y otras en la montaña, y otras veces en una montaña que da al mar. Y ahí ya Marcos me abrazaba y me recordaba que el terreno no tenía ni de cerca mares o montañas, y yo respondía que mi imaginación era mía y podía imaginarme todo, y que él era un magnífico ingeniero, y que entonces todo saldría bien.

Mi casa imaginaria tiene un jardín imaginario, también. Dependiendo del día, a veces hay un estanque con peces exóticos, de colas transparentes y ojos vidriosos, y otras veces el estanque es más grande, y hay nenúfares aterciopelados flotando entre dos o tres hipopótamos bebés. Una vez, mientras cenábamos, Marcos me comentó como al pasar que había estado pensando mucho y había llegado a la conclusión de que, por más que consiguiéramos hipopótamos, no se iban a quedar bebés para siempre. Le dije que en China los chinos meten a los gatitos recién nacidos en frascos, para que nunca crezcan, y después los sacan, y así quedan gatitos-bebés, y que en una parte de la India o en el Tíbet, creo, no recuerdo bien dónde lo leí, a las manzanas recién brotadas las envuelven en un molde plástico con forma de Buda, y cuando maduran quedan manzanas-Buda, y que además los caniches son la prueba de que los animales son del tamaño que uno prefiera, y que encima (y este argumento me parecía el mejor de todos), los hipopótamos bebés ni siquiera son molestos como los caniches, porque no andan a los ladridos ni hay que sacarlos a pasear adentro de una cartera importada, y ahí fue cuando Marcos me interrumpió y me dijo, tranquilamente, que teníamos que separarnos o por lo menos pensar en que no viviríamos juntos, en esa casa, nunca.

Entonces pensé en el cuarto secreto que tiene mi casa imaginaria, que ni siquiera Marcos sabía que existía, y que yo usaría cada vez que quisiera estar sola o irme a llorar. La puerta es de roble y el piso es alfombrado, suave y calentito como un gatito-bebé de la China. Si mi cuarto secreto imaginario ya existiera, me hubiera ido a llorar ahí en ese mismo instante, pero el departamento que alquilábamos con Marcos era un monoambiente muy modesto, así que ahí, de frente nomás, le lloré sobre los hombros hasta cansarme. Después me acompañó a la cama y me dormí, y esa noche no soñé.

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En el mundial participaron 2.600 escritores de todo el mundo.

En el mundial participaron 2.600 escritores de todo el mundo.

Segundo lugar

Aycila de Elena Vinelli (equipo Ávidas contertulias)

La pequeña araña que se coló por la ventana avanza hacia la lámpara en un ir y venir de patas traslúcidas. Indiferente a mi mirada, desliza sus babas invisibles entre la pantalla y las teclas de mi computadora, desafiando el gesto de las manos que se disponían a pulsarlas.

Sigo con los ojos sus tejes y manejes sin atreverme todavía a deshacer esas líneas casi imaginarias por las que ella deriva mientras mis labios reproducen el sonido bautismal con el que la nombro: Aycila. Es que, cuando éramos niñas, mis hermanas y yo decíamos secretamente: “Cuidado: la araña”, para nombrar la posesiva avaricia de nuestra hermana mayor que tenía el formidable nombre de Aycila. Un nombre sin género, poderoso, aunque encerrara una serie de gritos tenues: los ayes de Aycila.

Chicos y grandes se enredaban en su tejido: caían casi sin darse cuenta porque la baba era invisible y blanda, incluso mullida. Su gracia era inconmensurable: en los viajes en bus, movía sus dedos con agilidad y hacía caer los sombreros de los caballeros mientras miraba por la ventanilla. No podían retarla porque no la habían visto y porque a mi madre la ganaba la risa ante tanto ingenio. Cualquier desavenencia entre nosotras ocasionaba, en cambio, la intempestiva violencia paterna que la castigaba sin pruebas otorgándole, a Aycila, el lugar omnipresente de ser la causa final de su ira.

No digas que me viste, porque me van a pegar, nos decía Aycila, con los ojos suplicantes de empezar a llorar. Y nadie la delataba porque sabíamos que la ira de un hombre no debe caer sobre las picardías de una niña. Pobre Aycila, siempre maltratada por el cuerpo colérico de nuestro padre.

Al principio, las víctimas de los juegos de Aycila se restregaban los ojos y salían sonriendo de sus gracias, aunque quedaran convertidos en ciervos o estatuas de sal. A nuestra madre le encantaba el juego de las estatuas: hacía como que se quedaba rígida y Aycila la ataba de pies y manos con una venda, triunfante. Aycila protegía a sus ciervos. Decía protegerme. Y yo la amaba. Sabía ser generosa hasta endeudar por gratitud eterna a su presa, como un prestamista.

Mía es la vaca, mías son las terneras porque nacieron de las vacas y los toros míos. Y mi hermana, la que va a nacer, es mía, decía Aycila. Como tenía apenas unos cinco años, mi madre le decía siempre que sí. Así fue acumulando tesoros en su vasto imaginario con una suerte de legitimidad incuestionable: vacas, lápices, figuritas, hermanas, lo que hubiera.

Aycila supo adiestrarme, gracias a ella entré a primer grado sabiendo hacer cuentas y cuentos. La quiero, me quiso, me ayudó a crecer: unía las yemas de mis dedos y las golpeaba cada vez que yo no recordaba el número que le seguía al 10. Hoy te voy a contar cómo se fabrican los chicos. Y al momento de develar semejante secreto, se hacía compensar: conseguía cualquier cosa de mí. Sus filamentos largos, blancos, pegajosos volaban desde ella hasta nosotras: sucumbíamos en sus atrapasueños.

Nuestra abuela decía que ella y Aycila tenían la sangre del tirano. La amaba más que a nosotras porque también ella había sido castigada: “Mi pobre Aycila, la malquerida”. A diferencia de Aycila, la abuela regalaba sus cosas a futuro: su anillo, sus medallas, sus prendas serían para esta o aquella nieta. A veces volvía a repartir esas palabras entre cualquiera de las cinco. Poco después de su muerte, mi madre nos citó: “Ayúdenme con la herencia de la abuela, hay algo para cada quién, yo solo quiero el rosario que fue de Agustina Rosas”. Ese rosario es mío, dijo Aycila, me lo regaló antes de morir. Nosotras cuatro no pudimos tolerar que la desheredara y la hicimos retroceder: Acepto, pero cuando vos te mueras, va a ser para mí. Dejalo escrito. Aycila no era de tejer y destejer, solo tejía.

Al tiempo, nuestra madre pintó un cuadro tremendo: un túmulo con tres cruces, y se fue. Aycila se enfermó. Enferma como estaba tejió un capullo, encapsuló a nuestro padre, lo enemistó con sus hijas y lo despojó. De las cinco, fue la primera en irse. Desde entonces todas sentimos cómo tironea hacia ella la seda que nos viste.

Es que Aycila, la malquerida, había preguntado de niña cómo nació cada hermana y alguien respondió, riéndose estrepitosamente: vi una gacela y la acaricié: fue la hija menor; vi una flor y la corté: fue la cuarta en nacer; vi una luz y la atrapé: fue Clarisa, la tercera; vi un ángel y lo llamé: fue la segunda, Jael; vi una baba del diablo y me enredé: fue Aycila.

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El tercer lugar se determinó exclusivamente mediante el voto popular.

El tercer lugar se determinó exclusivamente mediante el voto popular.

Tercer lugar (Ganador del voto del público)

hoy te tengo cariño de Josefina Gómez (equipo Jennifer Loper)

hoy te tengo cariño ¿cómo puede ser que siento que me quedo sin contenido? a veces intento prestar atención a cómo empiezan las conversaciones. a cómo se sostienen. casi siempre lo pienso cuando no estoy teniendo una y estoy sola así que cuando efectivamente estoy en una me olvido de prestarle atención a eso. me pasa todo el tiempo. me pregunto cómo puede ser que mi relación con mis amigas sea una fuente inagotable de temas de conversación. muchas veces se repiten, sí. pero desde nuevas perspectivas, con algún matiz distinto, un poquito de cambio. quiero hacer pis pero mi mamá me asustó con una foto de bromatología en casa de una rata saliendo por el inodoro de una casa en el conurbano. no la ví pero me asusté igual. me desconcentró tu mensaje, por lo general cuando me hablás me desconcentro. a veces me da bronca que me hables y no te quedes. sé que es un poco demandante pero en el fondo soy esa niña que no quiere que su abuelo la deje de hamacar en la plaza. ¿por qué te frenaste bolo? en el fondo no tan fondo también me da miedo que me dejen. que se vayan. no necesito a nadie pero si venís está bueno que te quedes. me digo que no necesito a nadie pero a veces me dan ganas de que seamos novios. después me dan arcadas si lo pienso muy en serio. la llamé a ine por teléfono, necesitaba apoyo y compañía para mear después de las imágenes más que traumáticas que mi mamá me había instalado en la cabeza. valen sinota tiene feas manos y el pelo grasoso. qué problema el pelo de los varones. no me gusta cuando es lacio, menos lacio y largo. qué bien estuvo camilo esposito en pelarse. me gustan los rulos, el pelito de tirabuzón. me gustan tus rulos súper desarmados y oscuros, color galletita oreo. no me gusta cuando tenés muy rapado abajo y los rulos se concentran mucho arriba, como si tuvieses una tapa en la cabeza. parecés una palmera y me da vergüenza ajena. y propia también. lo que me incomoda no me deja tranquila. tuve que googlear la palabra vergüenza porque en la compu no se pone la diéresis y me molesta. ni bien puse la v google me mostró: “Vos me querés a mí?” el libro de romina paula. no me interesa pensar mucho más allá de mi búsqueda de vergüenza en éste momento. vos ahora te hacés el que le buscas significado a todo y me rompe mucho las tetas. lo respeto pero ine tiene razón, es muy segundo año hacerse el filosófico. hacerse la grande también es muy segundo año pero me molesta que me preguntes cosas cuando en realidad no te interesa la respuesta. al final meé y aparentemente no hubo ninguna rata. lo que sí pasó es que volqué una botella de agua casi entera en mi cama. puse a colgar las sábanas. me puteé y dije que me sentía la protagonista de the duff. hoy soñé con vos y estuvo bueno. pero también soñé con mi cumple y fue raro y feo. terminamos hablando de la vergüenza y me dijiste que estar cerca mío te da vergüenza, y que darme un beso también. me aclaraste que por vos, no por mí. a veces pienso en el cementerio de conceptos ideas y palabras que nunca aclaré y nunca fueron entendidas. también en las que nunca habré entendido yo ¿dónde queda todo eso? no aclares que oscurece, a veces. con ine dijimos que el verano pasando de 7mo grado a 1er año después del curso de ingreso al nacional es estar en todos los lugares y en ninguno. el descanso infinito con un hasta cuando. tener un pie en la niñez y otro en la entrada a la adultez. estar un poco en lo conocido asomando la cabeza a la incertidumbre total. como nuestra relación. un poco acá y un poco allá.

en el sueño eras muy tierno y a mi no me gustaba que me vean con vos, me sentía expuesta y no entendía si querías estar conmigo para joder o en serio. la ternura siguió en la vida consciente porque hoy me mostraste una página de un chico que subió chats con su ex en estos tiempos de cuarentena. nos reímos y nos identificamos en muchas de las capturas. a veces no te soporto y desearía borrar todos mis recuerdos con vos como en eterno resplandor de una mente sin recuerdos, pero hoy te tengo mucho cariño.

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