Cierra este lunes en el Malba, a las 20, la muestra tan esperada en la Argentina, “Kuitca 86. De ‘Nadie olvida nada’ a ‘Siete últimas canciones’”. La exposición es breve, pero alcanza para demostrar quién es Kuitca y a qué se debe su fama internacional. La pregunta que hoy queda flotando, la trae el catedrático alemán Andreas Huyssen, autor de “Artes de la memoria en el mundo contemporáneo. Confrontar la violencia en el Sur Global”.
Guillermo Kuitca: un arte que se niega al encasillamiento político
Clausura hoy en el Malba la muestra "De 'Nadie olvida nada' a 'Siete últimas canciones'", que coincide con la aparición del polémico libro “Artes de la memoria en el mundo contemporáneo”, de Andreas Huyssen.
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"Nadie olvida nada", de Guillermo Kuitca(1982), obra integrante de la muestra
El ensayo, publicado recientemente por la editorial Adriana Hidalgo, presenta a Kuitca como un artista cuyas obras son “actos de la memoria”, realizadas bajo la influencia de los violentos años de la dictadura. Junto a Kuitca, figuran la colombiana Doris Salcedo, el sudafricano William Kentridge y los indios Vivan Sundaram y Nalini Malani, “artistas que no tuvieron que mudarse a París, Nueva York o Berlín para asegurarse un puesto en el mercado internacional del arte”, resume Huyssen.
Resulta difícil encontrar afinidades estéticas con Kuitca. Pero las referencias al Holocausto y la violencia perpetrada por el Estado mencionadas por el catedrático, traen el recuerdo de las obras destinadas en verdad a despertar la memoria, como las de Anselm Kiefer o Gerhard Richter, para mencionar las más conocidas.
En su ensayo, Huyssen analiza las poderosas instalaciones de la colombiana Doris Salcedo, los muebles clausurados con cemento y los rastros evidentes de violencia (pelos, huesos, jirones de ropa). En la portada del libro figuran las sillas, elemento significativo en las pinturas de Kuitca que Salcedo comenzó a utilizar varios años después, cuando presentó tres sillas desoladas en un gran espacio, vacías, en un tiempo detenido, como metáforas de la ausencia.
Según interpreta Huyssen, Salcedo deja un testimonio de los desaparecidos y, le atribuye una idéntica inspiración, a la serie de pinturas “Nadie olvida nada” de Kuitca. Allí están las esquemáticas siluetas de espaldas y sin rostros que llevan el mismo título de la obra de teatro que dirigió en 1982, cuando ya había montado su propia compañía y conjugaba en su obra la fusión interdisciplinaria. No obstante, quienes conocen en profundidad el arte y las ideas de Kuitca, consideran que sus pinturas lejos de representar una lucha contra el olvido, son puro presente. “No hay una reflexión sobre el pasado, es la interacción de otros espacios de la vida llevados al lenguaje pictórico”.
A la misma serie, “Nadie olvida nada”, pertenece la pequeña cama pintada sobre un fondo amarillo que abre la muestra del Malba. El teórico alemán invita al espectador a preguntarse: “¿Qué es la cama vacía sino la cama vaciada después de que se llevaron por la fuerza a su ocupante y lo hicieron desaparecer? ¿Después de que el Estado irrumpió violentamente en ese espacio, el más privado y el más íntimo?”
La descripción resulta excesiva, borra el misterio, altera el silencio de la imagen y la ambigüedad de Kuitca, induce a imaginar un episodio terrorista. La distancia con la expresión del propio Kuitca es abismal. Las palabras del artista para referirse a su obra son reflexivas y siempre mesuradas. Con especial cuidado, señala: "La cama está pensada en términos de lugar, el lugar del nacimiento, de la muerte, del amor, de los sueños". Un horizonte luminoso se abre con esta descripción. Sin embargo, Huyssen acepta que la definición del artista cancela cualquier interpretación política.
Pero insiste y asegura con énfasis: “Es la mera presencia de sillas, camas y puertas en las obras tempranas, cosa que en ambos artistas (Kuitca y Salcedo) se relaciona con la violación del espacio íntimo privado por las fuerzas de seguridad del Estado o los escuadrones de la muerte de la derecha”. Términos convierten este párrafo en una crónica policial. Por supuesto, la dramática situación política de la Argentina siempre se cuela en la obra del artista, nadie lo niega y en verdad “nadie olvida nada”, pero nunca de un modo tan explícito.
Resulta difícil cuestionar la categoría “arte de la memoria” y traer al presente la serie "El mar dulce". Realizada en 1984, la serie coincide con el título de la obra de teatro que estrenó ese mismo año. Kuitca pintó escenas teatrales de su propia obra y utilizó, además, el célebre fotograma de la matanza en las escalinatas de Odessa del film de Sergei Eisenstein, "El acorazado Potemkin". En el texto del catálogo la curadora Sonia Becce describe la escena del cochecito que se tambalea, como “una de las más escalofriantes que ha producido el cine”, y cuenta que “para el artista, en una deriva muy propia, el drama se desplaza e imagina que en ese cochecito viajaba su familia”.
El arte de Kuitca está ligado al cine, la literatura, la música y, sobre todo, al teatro y la particular fascinación por los espectáculos de Pina Bausch. Con la muestra “Siete últimas canciones” de 1986, conquistó un primer puesto en la escena global. Sonia Becce observa en una pintura de la serie, “la figura de una mujer apenas insinuada, empujando el cochecito al foso mientras un niño duerme adentro. El cuadro se está vaciando, Kuitca se está despidiendo de la figura humana, pero no sin antes dejarnos con la angustia de un suceso intolerable”. La curadora aclara que el artista tiene entonces 25 años, y agrega: “Parece adivinar que con el tiempo íbamos a descubrir más de lo que veíamos en ese momento”.
La muestra culmina cuando la obra se abre a los territorios donde transcurre la vida: escenarios, planos de departamentos y arquitectónicos, mapas. Al promediar la década del 90, cuando el director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, Glenn Lowry, frecuentaba Buenos Aires, le dijo a este diario: “Su idea de expresar sentimientos, pensamientos o historias en el plano de un departamento o un mapa, me resulta sencillamente genial”.
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