La llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca el próximo 20 de enero (ver pág. 21) implicará un reacomodamiento fuerte de los liderazgos en Sudamérica. El brasileño Jair Bolsonaro perderá, con la salida de Donald Trump, no solo un aliado sino también un factor de validación de su agenda de ultraderecha. En paralelo, Alberto Fernández ve cómo, de a poco y en una tendencia que sumó ayer el cambio de gobierno en Bolivia (pág. 23), lo que era un entorno hostil comienza a mutar en uno bastante más habitable.
La retirada de la ultraderecha en EE.UU. altera el balance de poder de Bolsonaro y Fernández
Argentina se rodea mejor y Brasil se arriesga a un aislamiento. El dilema de la Amazonia: ¿sanciones y adiós al libre comercio? El valor del Mercosur. De China a Trump: ¿sin el pan y sin la torta? Venezuela, democracia y derechos humanos.
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La palabra que mejor le cabe al futuro inmediato de Bolsonaro es “aislamiento”. Creomar de Souza, analista político y fundador de la consultora Dharma, le dijo a Ámbito desde Brasilia que “la victoria de Biden va a aislar a Bolsonaro en la medida en que no van a quedar gobiernos ubicados en una derecha tan extrema en el hemisferio”. En esa línea, “la construcción de una nueva regla de participación y diálogo en los foros regionales será un gran desafío para él y su equipo”, añadió.
A Bolsonaro no se le puede negar fidelidad, aunque no es tan seguro que esa sea una virtud si de diplomacia se trata. Hasta el cierre de esta edición seguía alineado con Trump como si nada hubiese cambiado: el desconocimiento del estadounidense del triunfo de su rival en la elección del último martes se traducía en un silencio del brasileño que, a esa altura, pocos líderes mantenían en el mundo.
Sin embargo, si es que va a tener problemas con una administración demócrata, eso no ocurrirá por haber dicho alguna palabra de más en la campaña o por haber dejado sin pronunciar alguna tras la elección. Esas cosas no se penalizan en el círculo de la real politik, como comprobaron cuatro años atrás Mauricio Macri y su entonces canciller, Susana Malcorra, quienes expresaron un innecesario y mal calculado respaldo a Hillary Clinton que Trump nunca les facturó. Así, lo que amenaza a Bolsonaro es la agenda concreta que trae Biden, un hombre interesado en la política internacional desde sus días en la Comisión de Relaciones Internacionales del Senado y como vice de Barack Obama, una que hasta podría generarle a Brasil sanciones económicas.
Manejo multilateral de la globalización y los conflictos comerciales en lugar de arrebatos nacionalistas, regreso al atlantismo y al vínculo privilegiado con los aliados tradicionales, políticas contra el cambio climático y vuelta al Acuerdo de París, derechos humanos, promoción de las mujeres y las minorías, calidad democrática… mucho de eso parece conflictivo con un gobierno como el de Brasil, que ha hecho suyas las supercherías de la alt right, la “derecha alternativa” que inspiró al trumpismo y que definió al “globalismo” como el supuesto aprovechamiento de la globalización por parte del marxismo cultural. Signifique esto último lo que signifique en 2020…
Entre los dolores de cabeza que puede empezar al sentir el excapitán, el vinculado con el clima amaga con ser el más grande.
Durante el primer debate presidencial estadounidense, el 29 de septiembre, el demócrata interpeló directamente a Bolsonaro acerca de su política -o de su falta de ella- para la protección de la Amazonia. “Los bosques tropicales de Brasil están siendo arrasados, arrasados. Tendré reuniones y me aseguraré de que países del mundo aporten veinte mil millones de dólares para decir: ‘Acá hay veinte mil millones, dejen de deforestar porque, si no lo hacen, van a sufrir consecuencias económicas importantes’”. Así de claro: ambientalismo o sanciones.
Al día siguiente, Bolsonaro le respondió en Twitter, donde le reprochó “no entender que lo que cambió en Brasil: su presidente, a diferencia de la izquierda, hoy no acepta sobornos, limitaciones criminales o amenazas infundadas”. En mayúscula, esto es gritando de acuerdo con los códigos de las redes sociales, agregó: “Nuestra soberanía es innegociable”.
Además de asegurar que su administración efectivamente protege de un modo “sin precedentes” la Amazonia, le recordó su decisión de abrir “plenamente la diplomacia hacia Estados Unidos tras décadas de gobiernos hostiles” y le reprochó “una declaración tan desastrosa y gratuita”. “Lamentable, señor Joe Biden, en todos los aspectos, lamentable”, cerró un hilo furioso de cinco mensajes. Y eso no fue todo. Incluso un día después de la elección defendió su derecho a manifestar la esperanza de que su aliado finalmente venciera al decir que el intervencionismo no es eso sino otra cosa: advertencias como las del demócrata.
Sin embargo, el miedo no es zonzo ni el silencio es total e, implícitamente, el “Trump del trópico” comienza a prepararse. Así, siempre en Twitter, ayer posteó lo que entiende como sus últimos logros, en particular la inauguración de la Pequeña Central Hidroeléctrica de Renascenća, estado de Paraná. Su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, referente regional de la alt right, completó el sentido con un retuit y un comentario personal: “La mayor parte de la matriz energética de Brasil es limpia. Mientras, países que cierran los ojos cuando deben criticar a países asiáticos tienen como principales fuentes de energía centrales termoeléctricas contaminantes”.
El negacionismo de Bolsonaro sobre el cambio climático tiene doble filo para él: por un lado, desde hace décadas es una prioridad de seguridad de Brasil rechazar cualquier pretensión internacional que menoscabe su soberanía sobre esa fuente ingente de recursos, agua dulce y tierras fértiles; por el otro, es la excusa que han encontrado países de la Unión Europea (UE) celosos de su proteccionismo agrícola – Francia, Holanda, Austria, Irlanda, Bélgica, Luxemburgo e, incluso, Alemania– para afirmar que el tratado de libre comercio firmado con el Mercosur es inaplicable. Al final, el proteccionismo argentino no era la traba sino el europeo, así como la política ambiental negligente de Bolsonaro, autoproclamado campeón de la apertura del bloque.
En la misma línea, el libre comercio que le había prometido Trump quedaría, se supone, también fuera del rango de posibilidades. Así las cosas, ¿recuperará el Mercosur que tanto ha denostado relevancia ante sus ojos desencantados?
Otro tema crucial es el de China. El ascenso de ese país a la categoría de gran potencia probablemente sea para el demócrata tan indeseable como para Trump. Con todo, se espera que apueste a lidiar con eso más a través de la coordinación con los aliados que con rudimentarios impulsos. Probablemente no le moleste que Bolsonaro rechace los proyectos chinos de vacuna contra el nuevo coronavirus simplemente por su origen o su aceptación de la exigencia del republicano menguante de excluir a Huawei del tendido de la red 5G. ¿He ahí un punto de encuentro? Puede ser, pero eso no hace más que sumar un problema.
“Bolsonaro ya abrió un espacio de confrontación con los chinos, lo que no es bueno para Brasil”, recordó el analista Creomar de Souza. Sumar a Estados Unidos al listado de países con los que se mantienen relaciones hostiles puede resultar demasiado oneroso.
La esperable búsqueda de Biden de un nuevo multilateralismo posiblemente también deje huérfanos a los gobiernos de la región que apostaron a la presidencia virtual de Juan Guaidó y al agite de los cuarteles para deshacerse del chavismo en Venezuela. Biden quiere para Nicolás Maduro lo mismo que Trump, pero se cree que para lograrlo enfriaría el maximalismo del Grupo de Lima y buscaría articular acciones diplomáticas con el moderado Grupo Internacional de Contacto, del que participan Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Costa Rica, Panamá, Reino Unido, Francia, España, Alemania, Italia, Holanda, Portugal y Suecia. Otra a favor de Alberto Fernández y en contra de Bolsonaro.
“Hay una disputa entre los asesores de Bolsonaro acerca del modo de aproximarse a Estados Unidos con Biden. Al menos por el momento se impondrán quienes le dicen que no es buena idea ir a una confrontación”, añadió De Souza.
Será cuestión, entonces, de que el brasileño encuentre los puntos de contacto y los canales adecuados, lo que le da una oportunidad a la burocracia de Itamaraty de recuperar el poder que le quitaron en los últimos años referentes del trumpismo sudamericano como el canciller el canciller Ernesto Araújo y el asesor de política internacional Filipe Martins.
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