Se cumplen diez años del naufragio del crucero Costa Concordia, uno de los más grandes del mundo, en la costa italiana de la Isla de Giglio, en el mar Tirreno, y que es recordado por la irresponsabilidad de su capitán, Francesco Schettino, quien abandonó el barco dejando a los pasajeros a su suerte.
10 años del hundimiento del Costa Concordia: 32 muertos y el capitán que abandonó el barco
Treinta y dos personas murieron y más de cien sufrieron heridas en el naufragio, que se produjo cuando la nave, que pasó demasiado cerca de la Isla de Giglio
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Treinta y dos personas murieron y más de cien sufrieron heridas en el naufragio, que se produjo cuando la nave, que pasó demasiado cerca de la isla, chocó con una gran piedra y en poco tiempo sobrevino la desesperación y el desastre.
La tragedia del Costa Concordia "nos enseña que se pueden cometer errores trágicos y hasta sistémicos, porque yo creo que hay un criminal infractor, pero también hay otros responsables de esta tragedia", afirmó hoy en la Isla de Giglio el subsecretario de la presidencia del Consejo, Franco Gabrielli, quien entonces se desempeñaba como jefe de protección civil y luego comisario de emergencia.
"Y nos enseña que es posible redimirse, remediar errores, y también que donde se logran sinergias correctas se pueden lograr cosas extraordinarias", agregó.
El naufragio del crucero es una historia italiana, plena de descuidos, subestimaciones y extraños devenidos en héroes. A última hora de la tarde del 13 de enero de 2012, avanzaba despacio hacia la isla de Giglio, en la Toscana. El capitán decidió acercarse a la costa para saludar, en un pequeño gesto con el maitre del barco, originario de aquella zona. La maniobra, denominada "reverencia", culminó en desgracia: al chocar con las rocas el caso del barco se abrió y rápidamente se inundó.
Desde las ventanas de la casa de color ocre a cien pasos del puerto de Giglio donde vive Mamiliana Rossi, la mujer a la que se dedicó la reverencia, las rocas se ven tan cerca que casi parecen poder tocarse. Antonello Tievoli, el maitre del Costa Concordia, la había llamado poco antes del desastre: "mamá, estoy aquí esta noche". Y lo había contado en el juicio: "Mi ventana queda un poco tapada y no vi el barco inmediatamente, pero la noche del naufragio vi apagarse las luces, algo diferente a lo habitual".
Vista en retrospectiva, la del Costa Concordia es una historia sin misterios: un barco de 290 metros de eslora con 4.229 personas a bordo -32 de las cuales nunca regresaron a casa- acaba en unas rocas a milímetros de la isla por una serie de increíbles eufemismos y descuidos. Pero también es la historia de unos completos desconocidos que, sin pensar en las consecuencias de las decisiones que tomaron esa noche, arriesgaron sus vidas para salvar aunque sea una más. Y lo consiguieron.
Mario Pellegrini, quien era el vicealcalde de Giglio, fue el primero en subir al barco: ayudó a evacuar a cientos de personas, una docena arrebatadas de los pozos negros en que se habían convertido en los pasillos. "Al recordar esos momentos a lo largo de los años, preguntándome si hice todo lo posible, al final me dije que sí, no podía hacer más", afirmó, luciendo la misma chaqueta que hace diez años.
Otro de los héroes desconocidos es Ennio Aquilino. Era el jefe de los bomberos de Grosseto y fue uno de los primeros en subir al Costa Concordia. "Cuando lo vi no podía creerlo. Me dije: '¨Qué hacemos ahora?' Estábamos buscando la línea de comando, pero no estaba, todo había desaparecido", relató.
Los bomberos sabían que el barco podía hundirse. "No podíamos haber hecho nada, subiendo nos habíamos casado con el destino de quien estaba allí arriba. Mirando hacia atrás más tarde, la sensación era como lo que debieron sentir los bomberos que entraron a las Torres Gemelas. A nosotros nos fue mejor", rememoró Aquilino.
El capitán Schettino, su escape y su amante
El símbolo negativo de esta historia solo puede ser Schettino, el comandante que cumple una condena de 16 años. La maniobra fue obra suya al igual que los retrasos en el abandono del barco, una hora y 9 minutos después del impacto.
Pero enseguida quedó claro que Schettino era el culpable perfecto, también por su actitud, empezando por la excusa con la que aseguraba no haber abandonado el barco: "Me resbalé en un bote salvavidas".
Es memorable la conversación con Gregorio De Falco, el Comandante de la Capitanía de Livorno, que no comprendía cómo Schettino no estaba en su barco. La grabación se filtró de inmediato. El diálogo es tenso desde el principio.
Desde Livorno, De Falco se presenta y le pide a Schettino que se identifique. Luego con tono urgido le dice que en la parte de proa hay una escalera de soga, que se dirija hacia ella y que vuelva a subir al barco. Schettino, con toda tranquilidad, le dice que está dirigiendo las tareas de rescate desde la lancha que lo sacó del mar. De Falco se impacienta. Le ordena que suba, que hay gente atrapada. Que desde allí informe si son chicos, mujeres o ancianos y que se fije cuáles son sus necesidades. Schettino parece no acusar recibo. Se nota que no tiene interés alguno en volver a subir a su crucero. “¿Qué hace ahí? Súbase al barco ya mismo. ¡Es una orden!” le gritó el comandante desde el otro lado de la radio.
- En este momento el barco está inclinado…- trata de justificarse Schettino.
- Entiendo. En este momento hay gente bajando por la escalera de proa. Usted haga el camino inverso por esa escalera. Sube y me dice cuántas personas hay y que cosas tienen a bordo. ¿Está claro? Y dígame si hay chicos, mujeres o personas que necesitan asistencia. Y me dice el número exacta de cada una de estas categorías. ¿Está claro? Mire Schettino, usted tal vez se haya salvado del mar pero ahora le va a ir mal de verdad. Yo voy hacer que lo pase muy mal. Vaya a bordo- responde furibundo el comandante De Falco.
- Comandante, por favor…
- Nada de por favor. Vaya a bordo ahora mismo. Asegúreme que está yendo
- Estoy yendo con la lancha de rescate. Estoy acá, no estoy yendo a ningún lado. Estoy acá.
- ¿Qué está haciendo comandante?
- Estoy coordinando el rescate.
- ¡Qué va a estar coordinando ahí! Vaya a bordo. Coordine el rescate desde ahí. ¿Se está negando?
De Falco, días después declaró: “Abandonar el barco es más que desertar. Es traicionar el Código Marítimo”. En el transcurso de la conversación de menos de cuatro minutos, el comandante De Falco le ordenó a Schettino que volviera a bordo más de diez veces.
A esta historia hay que sumarle un personaje más. Alguien que estaba en el Costa Concordia pero de cuya presencia se supo bastante más tarde, la amante del Capitán Schettino.
Domnica Cemortan era una joven bailarina moldava que aceptó una oferta casi imposible de rechazar por parte de Schettino: unos días a bordo de ese hotel lujoso sobre el mar con todo pago y sin restricciones de uso de sus instalaciones. Cuando en el juicio le preguntaron cómo hizo para abordar la nave respondió con toda naturalidad: “Cuando sos la amante del capitán al subir no te piden el boleto”.
El capitán estaba casado en ese momento –la esposa lo dejó después del naufragio y de conocerse su relación con Cermotan-. Eso hizo que la opinión pública italiana todavía lo odiara más. La noche del siniestro habían cenado juntos y después de los postres, Schettino y la joven moldava subieron al puente de mando para poder apreciar mejor a la Isla de Giglio cuando pasaran frente a ella.
Schettino, sin embargo, no es el único culpable. Porque él no inventó la reverencia y porque otros oficiales y miembros del Costa negociaron sanciones admitiendo sus responsabilidades. Entre ellos, el jefe de la unidad de crisis en Génova, Roberto Ferrarini, con quien Schettino habló varias veces después del accidente, y el timonel Jacob Rusli Bin, quien no entendió las órdenes y giró a la izquierda en lugar de a la derecha.
Sin embargo, en el crucero, también hubo quienes cumplieron con su deber. Y de hecho hicieron mucho más. Como Sandro Cinquini y Simone Canessa, médico de a bordo y cartógrafo. "Canessa no quería abandonar el barco -relató Pellegrini- Dijo 'soy el oficial de mayor rango a bordo, tengo que quedarme aquí'. Estaba casi hipotérmico, lograron convencerlo a las 5 de la mañana, pero tuvieron que trabajar duro".
Giglio aguarda las celebraciones del aniversario como en enero de 2012: desierta. Cerrados los comercios, los hoteles, el muelle azotado por el viento. Llegarán autoridades y náufragos, volverá Kevin Rebello, el hermano de Russel, el camarero indio que fue la última víctima en ser devuelta, mil días después del hundimiento.
Diez años después, Kevin aclaró que "todo este dolor podría haberse evitado si no hubiera sido por la reverencia".
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