El desastre humanitario que vive el planeta no tiene precedentes. Nunca antes, en tan poco tiempo, una pandemia se había cobrado tantas vidas en ni había modificado en forma tan drástica nuestra vida cotidiana, sin certezas a la vista. De forma binaria se instala públicamente un eje de controversia entre aquellos gobiernos que más rápidamente dispusieron el aislamiento social, frente a aquellos que pusieron el acento en la actividad económica.
La bolsa o la vida
Hay gobiernos que rápidamente dispusieron el aislamiento social, frente a aquellos que pusieron el acento en la actividad económica.
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En términos sanitarios, la Argentina está dando un ejemplo de achatamiento de la curva de sus contagios.
Es legítimo preocuparse por el aspecto económico de esta crisis. El Fondo Monetario Internacional ha señalado en su último informe de Perspectivas de la Economía Mundial, la posibilidad que “la economía mundial sufra una brusca contracción de -3% en 2020, mucho peor que la registrada durante la crisis financiera de 2008–09”, que registró un 0.9%”. Al mismo tiempo subraya que “las medidas necesarias para reducir el contagio y proteger vidas harán mella a corto plazo en la actividad económica, pero también deben ser consideradas como una inversión importante para la salud humana y económica a largo plazo”.
Estados Unidos, que parece haber optado por la economía, está experimentando el mayor récord de despidos en su historia estimados por el Departamento de Trabajo en 22 millones en solo tres semanas. Muchos economistas proyectan que para fin de mes, el desempleo norteamericano se habrá quintuplicado, pasando del 3,5 a 15%. Por ir a un caso regional, las proyecciones del FMI para Brasil implican una caída del 5,3% y para México, otro de los países que renegaron en decretar el aislamiento, del 6,6%. Como señala el politólogo Javier Cachés, en aquellos países que desprotegieron la salud para cuidar la economía, las muertes se dispararon y la economía se hundió.
Ha imperado un pensamiento que piensa la economía despojada de las personas. Los fríos excel por sobre la gente de carne y hueso. De esta forma, han naturalizado la degradación del Ministerio de Salud, los recortes en Ciencia y Tecnología y el desfinanciamiento a las universidades públicas. A quienes quedaban fuera del reparto se los invitaba generosamente a reconvertirse. Hoy, la pandemia nos enseña a rediseñar prioridades y repensar la hipótesis misma de la premisa: ¿es posible priorizar la “economía” sobre la salud? Salvo que existan economías sin gente, la salud de la población debería ser un presupuesto básico para el desarrollo de todas las demás actividades.
Las decisiones adoptadas por Alberto Fernández son de una enorme audacia y no desprovistas de riesgo. En términos sanitarios, la Argentina está dando un ejemplo de achatamiento de la curva de sus contagios, pero al mismo tiempo deberá procurar que las políticas fiscales lleguen rápido a quienes más las necesitan. Paliar el hambre, el cierre de pymes, los abusos en los precios de los alimentos y la atención adecuada a los jubilados y jubiladas parecen los frentes más urgentes de esta hora. La propuesta de reestructurar la deuda responde a este nuevo orden de prioridades. De concretarse, solo en 2020 la Argentina se ahorraría 4.500 millones de dólares que equivale a 3,2 veces el presupuesto asignado actualmente al Ministerio de Salud o a 386 millones de respiradores. Un nuevo mundo está naciendo y tiene que ser uno justo y solidario.
Legislador porteño del Frente de Todos
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