10 de julio 2020 - 10:17

Los nuevos valores para el subsistema político en tiempos de crisis

La emergencia del Covid-19 representa un fenómeno atípico a la cotidianidad, por ende, al igual que el Cisne Negro exigirá nuevos criterios de gobernanza.

Definir la nueva etapa de la política es una tarea difícil que escapa a cualquier ensayo que pueda escribir.

Definir la nueva etapa de la política es una tarea difícil que escapa a cualquier ensayo que pueda escribir.

Pixabay

El subsistema político- en los últimos años- se ha enfrentado a una serie de desafíos e interrogantes inconclusos respecto a las relaciones entre el Estado y la ciudadanía. En este sentido, el anunciado fin de la historia de Francis Fukuyama, cristalizado en la supremacía de orden liberal, comenzó a resquebrajarse tras el atentado del 11 de septiembre de 2001 debido a que la irrupción del terrorismo no sólo promovió el caos como alternativa; sino que también implicó un avance del Estado sobre las libertades de los ciudadanos.

Posteriormente, con el crecimiento de China como competidor comercial y político de Estados Unidos, se revalidó la pulseada geopolítica abrazando regiones que habían quedado en un segundo plano para los actores tradicionales (Unión Europea y Estados Unidos). Asimismo, este cambio posibilitó que Rusia- un país sometido desde la caída de la Unión Soviética a entender su nueva esencia- volviera al tablero de ajedrez internacional, especialmente, en el Medio Oriente y Ucrania.

Ahora bien, la caída en desgracia del orden liberal y del Estado benefactor, junto a la búsqueda de alternativas a la globalización, fue el escenario ideal para que emergieran nuevas izquierdas y derechas. Ambas tendencias movieron los engranajes de las instituciones estatales, incrementando su presencia sobre el devenir diario de la ciudadanía. Como resultado, hemos observado como- en los últimos años- líderes populistas se hicieron con las urnas en Brasil, Estados Unidos, Hungría, México, Polonia, entre otros países; prometiendo una simplificación de los acontecimientos políticos a través de la preferencia de lo local por sobre lo global, sin importar las complejidades que algunos hechos revisten o sin valerse de los principios del derecho internacional.

Bajo este panorama, la emergencia del Covid-19 ha profundizado el desafío, no solamente por la aceleración de la historia planteada por Richard Haass en “The Pandemic Will Accelerate History Rather Than Reshape it”, sino también porque a diferencia de las decepciones que pueden existir por los modelos precedentes; este fenómeno representa un verdadero Cisne Negro (Nassim Thaleb) para los líderes actuales: un acontecimiento no previsto en el corto plazo.

Limitaciones de las respuestas tradicionales

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, destacaba durante una reciente declaración pública que: “muchas certezas y creencias desparecerán. Muchas cosas que pensábamos imposibles están pasando”. De esta manera, el mandatario resumía las sensaciones de la mayoría de los líderes mundiales con los impactos que el Covid-19 está teniendo en la cotidianidad del sistema social y su subsistema político.

Las primeras respuestas gubernamentales a esta emergencia oscilaron entre fortalecer el populismo o darle una nueva oportunidad al centrismo político; en especial si se considera su carácter pragmático o se enfatiza en la mesura durante los tiempos de crisis. En un sentido pendular, se han visto los resultados de ello en cómo, por ejemplo, Bolsonaro y Trump fueron fuertemente criticados por deslegitimar los problemas que implicaba el Covid-19, permitiéndose entrar ambos en la categoría del “populismo del desastre”- definición brindada por Victor Beltri en una columna de igual nombre publicada por Excelsior México-.

Mientras que, en la vereda opuesta, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, logró por primera vez aunar todas las fuerzas de gobierno bajo su figura con el fin de atenuar el efecto catastrófico que la pandemia tuvo en el país. A su vez, el uruguayo Lacalle Pou está logrando salir airoso de sus primeros meses de gobierno; y la popularidad de Martín Vizcarra en Perú escaló significativamente.

Pese a un supuesto triunfo de la mesura sobre el populismo, ambos modelos políticos desnudan complicaciones internas y externas para atender a las necesidades sociales en estos complejos tiempos. Una muestra de ello, son los intereses de las burocracias gubernamentales que afectan los accesos a diferentes programas de ayuda (tal como sucedió en Argentina con el Ingreso Familiar de Emergencia-FEM-), y en paralelo evidencian complicaciones para aquellos líderes que buscan construir puentes con la oposición.

Por otra parte, las comparecencias públicas de varios mandatarios han generado más dolores de cabezas que soluciones, principalmente por la falta de criterio respecto al impacto que tienen en la ciudadanía que se encuentra asustada. Una vez más las recomendaciones erróneas de Donald Trump sobre la desinfección; las contradicciones de Andrés Manuel López Obrador sobre el distanciamiento social; y la definición de “fiebrecita” brindada por Jair Bolsonaro al referirse al Coronavirus, han generado inestabilidad en la comunidad local.

En este contexto, está claro que representan respuestas parciales a un Cisne Negro; son esfuerzos para valerse de herramientas del pasado para que hacer que encajen en un fenómeno no vivido hasta la fecha por la mayoría de ellos. Las experiencias deben ser útiles y estudiadas para comprender el devenir de los fenómenos sociales, pero con la conciencia de que la historia es dinámica y los sistemas políticos también deben serlo.

Nuevos valores: un subsistema ágil, coherente y dinámico

Recientemente, en las internacionales se han escuchado expresiones como el “nuevo Plan Marshall para Europa” y “la nueva normalidad”; con el fin de engranar las respuestas de los gobiernos y la ciudadanía en el marco de la crisis del Covid-19. Son ensayos válidos, pero que no corresponden con la realidad diaria. Para citar un ejemplo, cuando Estados Unidos implementó el Plan Marshall en 1948, se enfrentaba al comunismo como una alternativa mientras que hoy nos encontramos con el populismo; un movimiento que cuenta con muchas características diferentes al primero de ellos. Es importante recordar que la normalidad se caracteriza por su dinamismo; año tras año experimentamos cambios que nos dan un marco del quehacer.

Definir la nueva etapa de la política es una tarea difícil que escapa a cualquier ensayo que pueda escribir, pero sí podemos entender que los interrogantes en la relación entre la ciudadanía y el Estado deben pasar por un subsistema ágil, coherente y dinámico; características o valores articulados entre sí.

Desagregando cada una de ellas, la agilidad deberá medirse en un Estado que de pronta respuesta a las necesidades que emerjan, como por ejemplo el aumento del desempleo, pobreza y crisis en la estructura social. P

Por su parte, la coherencia implica que- más allá de las internas burocráticas- las autoridades deben contar con un patrón único de comportamiento; evitando sobresaltos públicos. Asimismo, el dinamismo representará una acortamiento en la brecha entre la normalidad y los modelos políticos.

Finalmente podemos entender que la emergencia del Covid-19 representa un fenómeno atípico a la cotidianidad, por ende, al igual que el Cisne Negro exigirá nuevos criterios de gobernanza y pondrá a los Estados en la palestra de la ciudadanía. La vigencia de los valores citados en el párrafo precedente y su interconectividad no sólo brindarán una oportunidad, sino que también darán herramientas válidas a aquellos que se definan como artífices de la mesura y debilitará los argumentos de algunos movimientos populistas.

Politólogo

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