CUENTOS DE LA PANDEMIA VII: "WENYI"

No te pares a hablar con nadie y mucho menos con ella. Ella es la peste, el virus que nos acecha, no te le acerques. No hables con Wenyi.

Cuentos de la Pandemia VII: WENYÌ (Ilustración Damian Pizzacalla) 

Cuentos de la Pandemia VII: "WENYÌ" (Ilustración Damian Pizzacalla) 

(IG: @damipizzacalla)

CUENTOS DE LA PANDEMIA es una sección de Ambito.com donde se publican cuentos breves, historias, relatos, crónicas o ensayos de ficción, vinculados a la pandemia del coronavirus Covid-19.

Eran casi las siete y cuarto del atardecer de un día más en ese abril distinto, incómodo, que lo sumía en la parálisis obligada de la depresión, para la que no existe camino de retorno, en la tristeza que no dejaba de acecharlo. Abril de días insípidos, pintados de un blanco lúgubre, similar a los tapabocas con que debía cubrirse cada vez que salía a la calle; abril envuelto en un blanco hospital, que le recordaba a cada instante el encierro y la pandemia.

Se sentía abrumado; necesitaba salir, tomar aire, que sus pulmones se llenaran del viento fresco que corría aquella noche; precisaba que en cada respiración, su cuerpo inhalara vida y exhalara la angustia de la falta de libertad que le había sido impuesta.

Sobre la mesita del living, estaban las llaves de la puerta principal, incitándolo a usurpar las calles prohibidas y a adueñarse de ellas. No lo dudó más, y cediendo al impulso rebelde, tomó el llavero y salió del departamento. Ni siquiera advirtió que no llevaba el tapabocas.

Caminó unas cuantas cuadras sin rumbo fijo; la ciudad estaba despojada de los letreros luminosos de los comercios y de las risas de los chicos, acompañando a sus madres a hacer las últimas compras de la jornada; sin dudas, la ciudad se había desvanecido, negándose a despertar y eso lo perturbaba tanto como las luces azules e intermitentes de los patrulleros que parecían perseguirlo. La soledad de la calle se convirtió en un abismo sin fin, peor que la melancolía del departamento. Entonces, decidió volver.

Inmerso todavía en sus temores, advirtió que ese barrio no le era familiar. Estaba desorientado, perdido. Palpó el bolsillo del pantalón y se dio cuenta que, además del tapabocas, tampoco llevaba el celular, que al menos le hubiera permitido conocer su ubicación.

Parado en una esquina que se dividía en varias diagonales, pensaba qué dirección tomar, cuando un hombre mayor, desde la ventana de una casa, le dijo:

– Hace rato que te estoy viendo dar vueltas y vueltas. Vas para el centro de la ciudad ¿verdad? Tenés que doblar por la calle que está a tu izquierda. Ah, y además, te doy un consejo: ¡No te pares a hablar con nadie! ¿Entendiste? ¡Con nadie!

El muchacho sintió un gran alivio y mirando al hombre dijo:

– ¡Gracias señor! ¿Cómo es su apellido?

– Azar –respondió el anciano– pero acordate, ¡no te pares a hablar con nadie y mucho menos con ella! ¡Ella es la peste, el virus que nos acecha, no te le acerques! No hables con Wēnyì-, dijo y cerró la ventana.

El chico emprendió la marcha por la calle que le había indicado el viejo, pensando que en realidad aquel hombre estaba un poco loco. ¿Qué no hable con quién? ¿Wēnyì?, se dijo a sí mismo, algo desconcertado por la actitud misteriosa del Señor Azar.

La oscuridad de la noche se hacía cada vez más densa y en medio de esa turbiedad, vio una figura que se acercaba, como de una mujer de edad avanzada y aspecto oriental. Al cruzarse con ella, quedó impactado por el perfume suave que la cubría y la mirada dulce de sus ojos rasgados, en los que no cabía ningún tipo de maldad.

Se detuvo para contemplarla. Concentrado en su mirada, no se percató de que el cuerpo encorvado de la mujer se volvía esbelto, estilizado y su piel se hacía tersa. Ella también lo miraba fijo y sin dejar de hacerlo, tomó sus manos y lo dejó recorrer sus caderas, su cintura, subir por su pecho hasta la cara y dibujar el contorno de sus labios. Lo había seducido en un hechizo de sus ojos tiernos. Y él había caído en su trampa.

Mientras la acariciaba, le preguntó su nombre. Ella respondió:

– Ahora podés llamarme Wēnròu, que significa Ternura.

Entonces, acercándose más a él, comenzó a besarlo con dulzura; sus labios estaban impregnados de un sentimiento que él jamás había sentido al besar. Poco a poco ese sentimiento comenzó a transformarse en pasión, en furia, el perfume suave de Wēnròu se había diluido y ya no podía percibirlo; los labios dulces y sensibles de ella, transmitían ahora deseo y locura, hasta llegar al dolor, un dolor terrible que le quemaba la garganta, que carcomía cada una de las células de su cuerpo, que lo martirizaba hasta querer desprenderse de sus brazos.

Ya no había más fuerzas en él, solo sentía que la fiebre lo iba consumiendo y que la cabeza estaba a punto de estallar en miles de partículas diminutas.

Abrió los ojos: la mirada de Wēnròu parecía concentrar todo el horror de la pandemia, porque sus pupilas se habían transformado y tenían puntas en forma de corona, similares a las descripciones del virus que había visto en la televisión. Balbuceando, le preguntó:

– ¿Quién sos?

– Soy Wēnyì, el Virus mutante, cambiante, tramposo. Soy la Peste que se apodera del mundo, que penetra en tu ser, que te esclaviza a su antojo –respondió victoriosa

El muchacho recordó entonces las palabras del viejo Azar y desesperado por liberarse de los brazos de ese personaje siniestro, forcejeó con ella, la empujó y pudo soltarse; ella se reía a carcajadas y hacía gestos grotescos mientras le gritaba que lo había vencido.

Casi sin poder respirar, retorciéndose por los ataques de tos, jadeando, intentaba acelerar su paso hacia el centro de la ciudad, mientras las luces de la calle, se filtraban por entre los árboles de otoño y por momentos se tornaban blancas, como el blanco hospital que teñía ese mes de abril.

Sus pisadas hacían crujir con fuerza las hojas secas desparramadas en las veredas; el crujido, cada vez más intenso, penetraba en sus oídos, a un ritmo acompasado, casi armonioso y por momentos eran como aplausos que retumbaban en el silencio de una sala de terapia intensiva y se confundían con el sonido de los equipos e instrumentos, aplausos que se unían a las voces de los médicos, enfermeras, camilleros y mucamas que celebraban al fin, su recuperación. Había regresado. Había derrotado a Wēnyì.

Cuentos de la Pandemia WENYÌ Copyright Damian Pizzacalla.jpg
Cuentos de la Pandemia VII:

Cuentos de la Pandemia VII: "WENYÌ" (Ilustración Damian Pizzacalla)

Para leer más:

CUENTOS DE LA PANDEMIA I: "Clase a distancia en cuarentena"

CUENTOS DE LA PANDEMIA II: "La Rabia"

CUENTOS DE LA PANDEMIA III: "Qué día es hoy"

CUENTOS DE LA PANDEMIA IV: "Retorcijones"

CUENTOS DE LA PANDEMIA V: "La casa de los sordos"

CUENTOS DE LA PANDEMIA VI: "El amante pandémico"

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