5 de julio 2025 - 00:00

El problema de los tres egos

El ego que te permite llegar es diferente al que te permite permanecer y radicalmente distinto al que te habilita la transcendencia.

Muchos llegan, pocos permanecen y casi ninguno realmente trasciende.

Muchos llegan, pocos permanecen y casi ninguno realmente trasciende.

Imagen creada con chat GPT

En las trayectorias de poder, el ego es tanto una herramienta como una amenaza. Una fuerza motriz al comienzo, un punto de inflexión en el medio, y un obstáculo, si no se transforma, hacia el final. No hay un solo ego: hay fases, máscaras, mutaciones. Y cada una responde a una lógica distinta.

El primer ego es el ego que permite llegar. Su motor es la voluntad de ser. De ocupar un espacio. De destacar. Es el ego del impulso, necesario para romper la inercia y salir del anonimato. En una cultura que premia la visibilidad constante, como advierte Byung-Chul Han, este ego encuentra su contexto perfecto: una sociedad donde el individuo se explota a sí mismo en nombre de la productividad, creyendo que se está realizando. Pero ese impulso tiene un límite. Lo que permite emerger no siempre permite mantenerse.

Ese ego, necesario en un primer momento, se convierte en trampa cuando no se transforma. Porque lo que impulsa al inicio no alcanza para sostener una posición en el tiempo. Ahí comienza a operar una segunda dimensión del ego: la que permite permanecer.

Permanecer y trascender

Este segundo ego ya no actúa por impulso, sino por estructura. Comprende el valor del vínculo, de la continuidad, de la reputación como capital. Se vuelve más político en el sentido clásico del término: ya no busca tener razón, sino construir legitimidad. Erik Erikson lo asocia con una etapa de madurez del yo, donde aparece la generatividad: la capacidad de cuidar, sostener y transmitir. Es el momento en que el liderazgo se convierte en responsabilidad y no solo en protagonismo. La energía ya no se orienta a ser visto, sino a dejar huella en otros. Permanecer no es insistir, sino sostener.

Pero hay una tercera transformación más infrecuente. La que permite trascender.

Este tercer ego no tiene la forma de una afirmación, sino de una renuncia. Ya no busca destacar ni permanecer: busca habilitar. No se define por la necesidad de ser recordado, sino por la voluntad de significar. Viktor Frankl, en su teoría del sentido, lo describe con claridad: el ser humano se realiza en la medida en que se trasciende a sí mismo, al orientarse hacia algo que no es él, ya sea una causa o una persona. Trascender, en este marco, es abrir caminos que no necesitan del ego original para sostenerse. Es salir de escena dejando algo en movimiento.

Es difícil alcanzar ese nivel porque exige algo que el narcisismo contemporáneo no tolera: desaparecer. Hannah Arendt sostenía que actuar en el mundo implica exponerse, pero también saber cuándo retirarse. El que no se retira, el que necesita estar siempre en el centro, termina arruinando su propio legado. Trascender implica asumir que uno ya no es necesario. Y que lo importante no es ser eterno, sino haber fecundado algo que continúe.

El recorrido completo, para muy pocos

Erich Fromm advertía que el ego moderno suele ser una máscara para evitar el vacío. Y que el miedo a no ser -a no estar, a no figurar- lleva a muchas figuras públicas a enredarse en su propio personaje. Pero el ego que habilita la transcendencia no teme a ese vacío. Lo atraviesa. Sabe que no se trata de afirmarse, sino de desaparecer con sentido. Trascender no es inmortalidad: es fecundidad.

Gilles Lipovetsky, por su parte, mostró cómo la cultura hipermoderna exacerba la necesidad de identidad, exposición y consumo simbólico del yo. En ese contexto, trascender implica ir a contramano del tiempo: asumir que el valor de una acción no está en su viralidad ni en su recuerdo, sino en su capacidad de abrir posibilidades para otros.

  • Llegar exige impulso.
  • Permanecer, solidez.
  • Trascender, entrega.

Pero muy pocos hacen el recorrido completo. Algunos se consumen en la urgencia de llegar, repitiendo fórmulas hasta volverse parodia. Otros se acomodan en la permanencia, sin animarse a soltar. Y apenas unos pocos alcanzan esa forma rara de madurez donde el ego deja de ser centro para volverse canal. Donde el yo ya no se impone, sino que habilita.

“El ego que te permite llegar es diferente al que te permite permanecer y radicalmente distinto al que te habilita la transcendencia.” Es por eso que muchos llegan, pocos permanecen y casi ninguno realmente trasciende.

* Analista y Director de mentorpublico.com. X: @tanovazquezok

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