Nadie se sorprendió. La Reserva Federal despachó el miércoles la tercera baja consecutiva de tasas cortas desde septiembre. Nunca se discutió tanto un recorte, y al calor del debate interno hasta se lo puso en duda. Pero la Fed de Jay Powell hizo exactamente lo que anticipó John Williams – titular de la Fed distrital de Nueva York – el 21 de noviembre. Redujo en un cuarto de punto el rango de fed funds. Lo llevó a 3,50% - 3,75% depositándolo en una “zona plausible de neutralidad” (Powell dixit). La razón de la rebaja es el “enfriamiento gradual del mercado de trabajo” aunque se admite que procede a un ritmo menos drástico que el que la Fed temía. Sin embargo, en la visión del staff de la institución, las estadísticas oficiales – afectadas por el “shutdown” de octubre-noviembre – no revelan con toda crudeza el deterioro en curso. El banco central estima que EEUU destruye 20 mil empleos netos por mes en la actualidad. De ahí, la decisión a pesar de que la inflación – 2,8% interanual – excede con holgura, y tenaz persistencia, la meta de 2%.
Jerome Powell piloteó la tercera baja de tasas en una Fed más dividida que nunca
La Reserva Federal concretó un nuevo recorte en un clima interno inédito, con disidencias abiertas, presión política y un liderazgo de Jerome Powell puesto a prueba en una de las reuniones más complejas de su gestión.
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Trump señaló a dos candidatos a la presidencia de la FED y describió que "los dos son geniales"
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La Fed recorta tasas, pero el Wall Street mira más allá de Powell
La Fed despachó el miércoles la tercera baja consecutiva de tasas cortas desde septiembre.
Powell debió trabajar a destajo con sus colegas para convencerlos de que era prudente terminar de emigrar de la zona de política monetaria restrictiva. Señaló en la conferencia de prensa que, con las tasas instaladas ya en un rango de neutralidad, no cabe esperar una caída abrupta del empleo. Todos saben, por supuesto, que después de mayo, cuando expire su mandato, Powell sí perderá el suyo. Pero la reunión exhibe, en una coyuntura complicada como pocas, la impronta de su liderazgo intacto.
Podría decirse que, en un sentido ejecutivo, la reunión de diciembre fue la más larga, y difícil, en sus ocho años de gestión. Comenzó ni bien terminó el mitin de octubre, cuando Powell avisó sobre las profundas diferencias de criterio en pugna. Definió su desenlace tres semanas más tarde, el 21 de noviembre, con la retórica de Williams, su alter ego para esta ocasión. El timing no fue casual ni estaba en los planes. De buenas a primeras, Wall Street se estremeció al borde de un ataque de nervios. Y la Fed, más allá de su mandato dual de precios estables y pleno empleo, es también el guardián de la estabilidad financiera. Una palabra suya bastó para sanarla.
El martes pasado, tres semanas después, la reunión tuvo recién su inicio formal. Powell debió ensamblar en un par de días una respuesta de política monetaria exhaustiva, consistente y prolija en línea con lo anticipado por Williams, apoyada por una mayoría, y que preservara la credibilidad de una institución en jaque por la formidable ambición de la Administración Trump de controlarla. Y, si se quiere, también por el hecho de que desde 2021 no logra devolver la inflación a su meta.
La decisión fue adoptada con fórceps. Emergió de una votación dividida; resuelta 9 a 3, con inusual número de disidentes. Dos de ellos se resistían a la poda. El restante, el gobernador Stephen Miran, el hombre que Trump introdujo en la cocina, abogó por un tajo de medio punto (como siempre desde que reemplazó a la renunciante gobernadora Adriana Kugler). Powell debió utilizar sus dotes de diplomacia. Dos disidentes potenciales – Susan Collins y Alberto Musalem – se plegaron al recorte a pesar de sus públicas objeciones.
Si se repasa el nuevo mapa de puntos, y se amplía el universo de los 12 altos funcionarios que tienen voz y voto a la totalidad de los opinantes, que son 19, se advierte mejor el mosaico diverso de posiciones. A las dos disidencias formales hay que sumar otras cuatro autoridades en desacuerdo, que no tienen derecho a voto (este año) pero sí a empuñar un lápiz y marcar una cruz en el mapa. Nunca antes se observó algo así.
El plano de puntos tentativo para 2026 expone mejor las fracturas (aunque no sirva para predecir lo que va a ocurrir). La Fed acaba de reducir el techo de su rango de tasas a 3,75%. Pues bien, tres oficiales evalúan hoy que 4% sería su nivel apropiado a diciembre del año que viene. Podría pensarse que de los seis disidentes actuales (los dos que registra la votación y los cuatro que figuran en el mapa de 2025) solo la mitad se allanaría a defender la baja de tasas que ya se realizó. Cuatro funcionarios no tocarían las tasas en 2026. Otros cuatro, sí; pero una única vez. Y allí se ubica la mediana de las 19 opiniones. Esa información es un componente clave del mensaje exhaustivo de Powell. En principio, la Fed, con los indicadores económicos disponibles hoy, estaría inclinada a producir un recorte – del calibre estándar – en 2026 y otro en 2027. No más. No cambió con respecto a lo que pensaba en septiembre.
La Fed conserva el mismo derrotero provisional de tasas de interés para 2026-2028. Pero su visión sobre la economía mejoró sensiblemente. Espera una actividad más robusta el año próximo. El PBI crecería 2,3% en vez de 1,8%, que es la velocidad potencial de largo plazo. Asimismo, los valores para 2027 (2%) y 2028 (1,9%), se incrementaron en una décima, ambos por encima del umbral límite. A pesar de la destrucción actual de la ocupación, la Fed no prevé cambios en sus estimaciones de la tasa de desempleo y sí un aumento importante de la productividad. Eso es compatible con una inflación que no sube tanto como se afirmaba en septiembre y que se modera más rápido. Incluso así, el regreso a la meta de 2% no está previsto que ocurra antes de 2028.
Pese a todo ello, el banco central no modificó el sendero de tasas de mediano plazo previsto en septiembre. Mantiene su estimación de una tasa nominal de largo plazo de 3%. Pero si el salto de productividad se concreta, la tasa neutral debería aumentar. Y comprimir la senda de bajas esbozada. Fue una cortesía de Powell no ahondar en el tema. Y no traer a colación justo ahora esa eventual molestia.
La Fed bajó las tasas, actualizó sus proyecciones, y además resolvió, con efecto inmediato, a partir del viernes, aumentar la liquidez del sistema. En la reunión de octubre había anunciado el final del QT, la reducción de su hoja de activos a través de la venta de bonos (con el consecuente efecto de absorción de liquidez) a partir del 1 diciembre. Ahora resolvió inyectar 40 mil millones de dólares en lo que resta del mes por la vía de la compra de letras del Tesoro. Esta operación no está diseñada para relajar la política monetaria – que está enteramente definida por el rango de las tasas de interés – sino para evitar eventuales trastornos de iliquidez. Las compras mensuales “permanecerán elevadas”. Se ralentizarán recién después del pico de vencimientos impositivos de abril. Que ya no exista una conexión directa entre el tenor de la política monetaria y el nivel de liquidez no quita que, desde el punto de vista de la comunicación, el anuncio fuera un bálsamo deliberado para que la baja de tasas – que podría ser la última por un buen tiempo – no fuera recibida como un “recorte agresivo”. Powell cuidó también ese detalle.
Last but not least, un día después de la reunión, el jueves, once de los doce presidentes de distritos fueron reconfirmados para un nuevo mandato de cinco años a partir de marzo. Los halcones del momento, todos, anidan entre ellos. Así, el presidente Trump no podrá desplazarlos (una hipótesis que barajó el secretario del Tesoro, Scott Bessent, en fecha reciente). Nobleza obliga, la decisión fue tomada por la Junta de Gobernadores en forma unánime, incluyendo el voto de Stephen Miran, el troyano del presidente.
Vista así, con un registro panorámico de todos sus engranajes, la reunión de diciembre fue un formidable “tour de force” del presidente de la Fed, Jerome Powell. No es sencillo maniobrar el banco central en las presentes circunstancias. Se requiere pericia al timón, y notable predicamento. Y un conocimiento a fondo de la agenda del momento. La resurrección de los bond vigilantes – la suba de las tasas largas cuando la FED recoge las suyas – revela los peligros que acechan si la credibilidad trastabilla.
La Fed no solo bajó las tasas un escalón. La candidatura de Kevin Hassett para reemplazar a Powell descendió muchos peldaños más. Pasó así de ser número puesto (80%) a solo la más probable (52%) en la percepción de los mercados (de apuestas). Pero el presidente Trump reculó con el globo de ensayo de su inminente designación. Y así se disparó la figura alternativa de Kevin Warsh (39%), el exbanquero de Morgan Stanley, también cercano a la Casa Blanca, pero al menos con experiencia como gobernador de la Fed (en tiempos convulsos como la crisis de Lehman, al mando de Ben Bernanke). El apoyo presto a esa moción de Jamie Dimon, el CEO de JPMorgan, es señal de alivio y de las preferencias de Wall Street. La solución más solvente, el gobernador Waller (4,3%), no levanta del piso. Pero todo es cuestión de tiempo y zozobra. Y hay mucho tiempo todavía.
Entronizar a Waller sería como reelegir a Powell, y eso es lo último que Trump haría. Lo haría, pero solo como último recurso.




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